11- Último día de entrenamiento

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Los siguientes días de entrenamiento fueron solitarios para Delilah; Jonás seguía negándose a intentarlo, Eber le ignoraba por completo al igual que los demás miembros de su grupo, no sabía si podía confiar en el resto de tributos así que los evitaba y los profesionales entrenaban por su cuenta.

Para añadir a su sensación de incomodidad, los mentores y organizadores de los Juegos observaban continuamente desde el balcón del centro de entrenamiento, por lo que no solo se sentía sola sino que también se sentía atrapada.

Se dedicó a aprender habilidades básicas de supervivencia, lo que no le llevó mucho tiempo, así que decidió probar con algún arma que pudiera conseguir en la arena. Con Dante había hablado de sus posibilidades en la Cornucopia y entre ambos habían decidido que tenía más probabilidades cuanto más lejos se mantuviera de ella. Este simple hecho le hacía descartar la oportunidad de conseguir una buena arma; tendría que conformarse con aquellas que pudiera fabricarse, como un palo afilado con piedras que podría asemejarse a un cuchillo.

Cuando vio que la estación en la que se encontraban los cuchillos quedó vacía, se dirigió a ella. Pasó por alto los cuchillos arrojadizos y la diana, y se centró en entrenar con una daga. Cogió la más ligera y con ella se puso a practicar embestidas y fintas con el muñeco de balanza mecanizado.

-¡Cuidado!- gritó un niño a su lado.

Delilah se volvió instintivamente hacia la voz a tiempo de esquivar un cuchillo que le pasó rozando y fue a clavarse al muñeco. Pensaba que no le había alcanzado hasta que un reguero de sangre caliente comenzó a caerle por el cuello. Se tocó la oreja con manos temblorosas y encontró que ahora tenía un corte en ella. Lo que más le asustó fue que si no se hubiera girado el corte no estaría en su oreja sino en su ojo.

-Uuups, que torpe soy- dijo Galip recogiendo su cuchillo.

Elise, que le seguía, rio por lo bajo mientras miraba intensamente la oreja de Delilah.

En unos segundos un grupo de organizadores irrumpió en el centro de entrenamiento y se dirigió a donde Delilah seguía sangrando totalmente paralizada. Dante les seguía y se dirigió a comprobar el alcance de la herida.

-¡Lo he visto todo! ¡No ha sido un ataque fortuito! ¡Esto rompe todas las reglas!- gritó Dante a los organizadores una vez comprobó que Delilah, aunque conmocionada, estaba bien.

-Tranquilízate mentor, ese tipo de acusaciones infundadas no hacen bien a nadie- dijo uno de los organizadores con voz prepotente.

-Ha sido un error de cálculo por mi parte, lo lamento mucho- dijo Galip con expresión de culpa-. Respeto demasiado a los Juegos del Hambre como para cometer una falta innecesaria, ¡llevo preparándome toda la vida para ellos!, jamás lo echaría todo a perder por algo así.

-Yo he visto que ha pasado y juraría ante toda Panem que ha sido un accidente- añadió Elise.

Los organizadores se mostraron satisfechos con sus excusas y más dispuestos a creer a los muchachos del distrito 2 que a un habitante del distrito 8, por mucho que Dante siguiera discutiendo con ellos acerca de cuan inverosímil resultaban sus argumentos.

Delilah buscó con la mirada al chico que le había prevenido del ataque pero no encontró a nadie, el resto de los tributos seguían a lo suyo fingiendo por su propio bien que no habían oído el alboroto.

El asunto quedó entonces zanjado y los organizadores comenzaron a retirarse dejando a Galip y Elise sonriendo malignamente mientras jugueteaban con sus cuchillos entre los dedos.

-Ten cuidado- le dijo Dante a Delilah antes de que le echaran del centro de entrenamiento-. Si ves cualquier nuevo indicio de juego sucio no importa si parece estúpido, sal de aquí.

Delilah tomó la decisión de no marcharse inmediatamente para no mostrar debilidad ante los tributos del 2 que ahora se habían juntado con sus homólogos del distrito 1 y les comentaban lo que acababa de pasar entre risas. Tampoco quería quedarse mucho más, el corazón aun le latía a toda velocidad y se sentía mareada; así que decidió quedarse media hora más y después irse.

Para evitar tentar a los profesionales se fue a la estación más alejada de ellos, una que enseñaba a pescar con hilo. Se sentó ahí con su caña improvisada hundida en la pequeña charca artificial sin esperar que nada picara, solo quería pasar el rato y volver a su cuarto para encerrarse en él.

Un chico muy joven y escuálido, de cabello rubio y grandes ojos marrones se le acercó y le ofreció un pañuelo. Apenas le sangraba ya la oreja, pero lo aceptó y mojándolo un poco en la charca comenzó a limpiarse la sangre.

El chico, al que reconoció como Basil del distrito 6, no dijo ni una palabra pero incluso sin oír su voz Delilah estuvo casi segura de que era el quién le había alertado. Viéndole tan pequeño, indefenso e inocente, no pudo reprocharle que no hubiera dado la cara por ella ante los organizadores; había hecho mucho más de lo que seguramente se merecía solo con avisarle.

-Gracias- dijo Delilah esperando que la palabra transmitiera el doble significado que encerraba, "gracias por el pañuelo" y "gracias por salvarme la vida".

Basil le sonrió un instante y después se fue corriendo entre las sombras que proyectaban las diferentes estaciones y aparatos.

Nuevamente, hundiéndose en su propia soledad autoimpuesta, Delilah dejó correr el tiempo sin fingir ya que estaba entrenando. El miedo y los nervios le atenazaban los músculos; cualquier intento de realizar un movimiento hubiera sido en vano.

Cuando consideró que ya podía retirarse así lo hizo, caminando pegada a la pared con un paso ni lento ni rápido y encogiéndose instintivamente cada vez que oía un choque de metal contra metal o algún objeto cortando el aire.

Una vez fuera volvió a dirigirse al vestíbulo donde Dante le esperaba para hacerle de escolta. Caminaron en silencio y con todos los sentidos puestos en el espacio que les rodeaba. Aunque Delilah no creía que los tributos profesionales se atrevieran a atacarle en un lugar en el que tendrían pocas opciones de excusarse, visto lo que había pasado y con qué impunidad se habían librado de cualquier castigo, su miedo superaba a la lógica.

Tras otro viaje eterno de ascensor llegaron a la planta en la que se encontraban sus habitaciones. Delilah se despidió de Dante, que le miraba aun preocupado, y se dirigió a la puerta de Jonás. Duda unos segundos si tocar o no pero al final se decidió por no hacerlo porque no se veía capaz de contar nada sin romper a llorar.

Caminó con la cabeza gacha a su habitación y en el último momento, cuando la levantó para abrir la puerta, se dio cuenta de que alguien le esperaba apoyado en la pared con los brazos cruzados; Eber.

-¿Vienes a proponerme de nuevo que me una a tu grupo aprovechándote de lo que ha pasado?- dijo Delilah sin mirar al otro tributo mientras sacaba su llave electrónica.

-No, pero vengo a darte un consejo- dijo Eber.

Delilah se obligó a mirarle a los ojos desafiante y con una expresión que esperó que demostrara despreocupación. Eber no pareció deslumbrado y sin moverse ni un poco siguió hablando:

-A los profesionales les impresionó tu numerito del lobo tanto como a mí. En mi caso eso es bueno; en el suyo, no. Te ven como una gran amenaza y por ello eres el primer objetivo que van a intentar eliminar, cueste lo que cueste.

-¿Y el consejo?- preguntó Delilah con voz entrecortada.

-Saca una puntuación baja.

Delilah soltó un soplido y rio sin ganas antes de decir:

-Si saco una puntuación baja jamás obtendré patrocinadores y que quede entre nosotros dos; los necesito.

-Si sacas una puntuación alta los profesionales estarán aún más convencidos de que eres su mayor obstáculo hacia la victoria y te matarán, el primer cañonazo sonará por ti.

Dejando sus lúgubres palabras flotando en el aire, Eber se marchó sin mirar por última vez a Delilah mientras ella se quedaba paralizada en el tiempo, observando en la distancia dos caminos bien diferenciados que llevaban finalmente a la muerte y viéndose en la necesidad de escoger uno solo de ellos.

La tributo con piel de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora