16- Cambio de zona

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El día siguiente no amaneció mucha más apetecible, el cielo se mantuvo encapotado y las temperaturas bajas; parecía que un viento infernal era el tiempo por defecto de aquel lugar.

Delilah comenzó a andar de nuevo, en la que esperaba que fuera la dirección correcta, y el panorama tampoco mejoró. Delante de ella se extendía un paisaje desolador, la tierra seguía siendo árida y merma, llena de rocas y vacía de vegetación.

Encontrar alimento no parecía una tarea posible y tras un día entero sin probar bocado Delilah empezaba a acusar el hambre. Durante su vida en el distrito 8 había tenido que saltarse comidas en algunas ocasiones para llegar a fin de mes, aceptando cualquier encargo de costura disponible y trabajando más de lo recomendado porque sabía que no comer durante mucho tiempo suponía una tortura. Conocía bien su cuerpo y sus límites, si no comía algo pronto acabaría por desfallecer y quedaría atrapada en la montaña.

Mientras avanzaba buscaba cualquier cosa que llevarse a la boca, aunque solo fuera el moho que creciera en alguna roca a causa de la humedad. No tuvo esa suerte, la región estaba tan muerta que ni los organismos más asquerosos querían vivir en ella.

Poco a poco aminoraba su marcha porque sus fuerzas le fallaban. Era difícil discernir qué hora debía ser, el sol seguía oculto tras las nubes; por la misma razón era difícil saber si estaba andando en línea recta o por el contrario daba vueltas agotando las pocas energías que tenía, no tenía nada con lo que guiarse.

Las manos comenzaron a temblarle, sus pies tropezaban, la visión se le tornaba borrosa y un dolor agudo luchaba por hacerse notar en su estómago y su cabeza. No podía continuar, así que sin ser totalmente consciente de haber tomado la decisión se sentó en el suelo.

Estuvo así un tiempo, dejándose mecer por el viento como si fuera su madre cuando le acunaba de niña. Empezaba a quedarse dormida cuando Delilah escuchó un pitido sonando sobre su cabeza. Miró hacia arriba, sufriendo un pequeño mareo al hacerlo, y vio como un paquete colgado de un pequeño paracaídas se acercaba a ella. No pudo evitar reír ante la visión extendiendo sus manos para que el paquete se posara sobre ellas como si fuera un ente vivo que se moviera a placer.

El paquete falló por poco y lo tuvo que recoger del suelo. Sin duda alguna se lo había mandado algún patrocinador; la imagen del lobo funcionaba. Rápidamente abrió el plástico que protegía lo que sea que fuera aquello y nada más hacerlo un delicioso olor rompió la monotonía de aquel lugar. Dentro del paquete se encontraban cuatro bollos rellenos de carne que engulló sin vergüenza alguna. Una parte de su mente le decía que sería sensato reservar alguno para luego, pero su parte más hambrienta le instaba a comer razonando que podría recibir más comida de los patrocinadores si de verdad la necesitaba más adelante.

Cuando su estómago se asentó contento y Delilah sintió que la fuerza volvía a sus extremidades, se levantó y siguió hacia adelante.

Le llevó un par de horas pero finalmente llegó al final de la zona. El suelo comenzaba a inclinarse en una cuesta descendente y Delilah avanzó con cuidado para no resbalar; después de tanto esfuerzo y de las penurias sufridas no quería morir porque un esguince le impidiera moverse.

El terreno se aplanó y la piedra dio lugar a la hierba. El paisaje cambió por completo pero para el horror de Delilah, no por el que ella había querido. El suelo era llano, verde y estaba cubierto de flores. Soplaba una brisa cálida pero no hacía una temperatura desagradable y el cielo era azul con apenas alguna nube. Estaba en la zona de llanura.

Había tomado la dirección equivocada o quizás había tomado la correcta pero cuando andaba sin rumbo giró sin percatarse de ello. Fuera como fuera se encontraba en una zona sin desniveles, con vegetación baja y totalmente iluminada; una zona donde era un blanco fácil.

Parecía no haber nadie por ahí y no quería volver a la montaña, así que se movió por el límite de la llanura. Si llegaba a la Cornucopia de noche quizás pudiera atravesarla para ir al bosque mientras los profesionales estuvieran durmiendo y solo uno de ellos estuviera de guardia. Evitar a uno sonaba indiscutiblemente más fácil que evitar a cinco.

Mientras caminaba y, a pesar de su desilusión por la equivocación que había cometido, se dio cuenta de algo que le hizo sonreír; estaba claro que el lobo de la montaña había sido un regalo para ayudarle con su imagen. Aunque el tiempo en la llanura era sin duda más cálido que en la montaña, la capa de piel que llevaba no le asfixiaba de calor, parecía adaptarse a la temperatura exterior para ir siempre con ella. Contenta pensando que algún apoyo parecía tener, continuó andando algo más ligera.

Cuando aún no había recorrido ni la mitad del extremo de la llanura oyó unas voces en la distancia. No les había oído hablar mucho antes de la arena pero su memoria prodigiosa encendió una alarma en su mente; eran Carel y Elise.

Ya no podía ser más evidente que los profesionales habían conseguido adueñarse de la Cornucopia; Carel portaba una espada y un escudo dorados mientras que Elise llevaba una gran maza llena de afiladas cuchillas colgada a la espalda con una cuerda. Ese tipo de armas solo podían encontrarse en un sitio y ese sitio era la Cornucopia.

Delilah se tiró al suelo esperando pasar desapercibida. La hierba no estaba lo suficientemente crecida como para camuflarle, pero la capa de piel grisácea del lobo junto a el hecho de que se encogió como una bola sin moverse lo más mínimo, le daba el aspecto de ser una gran roca desde la distancia. O así lo quiso creer; Carel y Elise estaban lejos y ella estaba en el borde entre la llanura y la montaña, desde su posición los profesionales no deberían notar demasiado contraste entre ella y la linde rocosa.

Delilah contuvo la respiración, imaginó que era invisible y se preparó para correr si fuera necesario. Esperó y esperó durante lo que le parecieron horas; pronto en realidad las voces y risas de Carel y Elise comenzaron a alejarse del punto en el que ella estaba.

Quiso ser prevenida así que esperó un largo rato incluso después de dejar de oírles por completo. Entonces solo sacó la cabeza de su improvisado camuflaje. No veía muy bien con las briznas de hierba acariciándole el rostro así que se guio por su instinto que también le dijo que estaba a salvo.

Se levantó poco a poco y ya erguida contempló la llanura. Era sin duda un lugar hermoso, con abundantes colores y texturas y un fuerte olor a primavera; también era un lugar peligroso, sin espacios en los que esconderse, sin posiciones que dieran ventaja a la hora de atacar. Tenía que irse de ahí.

Siguió con su plan inicial, sin dejar el límite entre la llanura y la montaña caminó hacia la Cornucopia esperando que la noche llegara allí al mismo tiempo que ella.

No bajaba la guardia, Delilah no se habría permitido aquella estupidez, pero muy a su pesar la hierba amortiguó el ruido de alguien que se acercaba por su espalda. Cuando finalmente se dio cuenta de que ya no se encontraba sola, aquella persona se abalanzó contra ella tirándole al suelo. Estando tendida de espaldas y con un peso sobre su cuerpo era poco lo que podía hacer. Las mariposas volaban entre las flores ajenas a como todo parecía haber acabado para Delilah justo en el momento en el que había empezado.

La tributo con piel de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora