4- Llegada al Capitolio

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Delilah se levantó con los primeros rayos de luz que se colaban entre las cortinas y le calentaban la cara. Por un momento no recordó porque estaba en ese vagón que vibraba al atravesar las vías. Se permitió disfrutar de la suavidad de las sábanas y del calor que estas le proporcionaban hasta que el recuerdo de por qué se encontraba allí le atacó trayendo consigo la ansiedad y la desesperación.

Intentó en vano volver al confort de la ignorancia, pero no pudiendo olvidar se resignó y se levantó de la mejor cama que sin duda iba a disfrutar en su vida.

Delilah se acercó en la oscuridad a lo que supuso que era el armario y tanteando las perchas encontró algo de ropa que se puso sin importarle si los colores combinaban. La noche anterior había estado demasiado cansada para investigar donde se encontraba el interruptor de luz, se había movido en la oscuridad como siempre acostumbrada a la tenue luz de las velas o, en su ausencia, en la total negrura.

Salió de su compartimento y caminó hacia donde recordaba que el vagón restaurante se encontraba.

Por el camino se paró a mirar por una de las ventanas del lateral del tren. A lo lejos vio que se erguía una ciudad, grande e imponente, que sin duda tendría que ser el Capitolio.

-Me gustaría decirte que el Capitolio no es tan amenazante como parece pero te mentiría – dijo alguien a sus espaldas.

Delilah dio un brinco asustada. Se giró rápidamente para encontrarse con Dante que también contemplaba ensimismado por la ventana mientras removía el café que llevaba en la mano. No pareció percatarse del susto que le había provocado a Delilah, o decidió fingir que no lo había hecho para ahorrarle a la chica sentirse avergonzada.

-Esta tarde llegaremos al Capitolio, allí el equipo de preparación os acicalará y os dejará listos para vuestra presentación en el desfile – Dante sorbió de su café dando lugar a una dramática pausa- supongo que es uno de los mejores momentos en todo este proceso.

-Supongo...- contestó Delilah sin dejar de mirar por la ventana.

-Puede parecer estúpido y poco importante con todo lo que se te viene encima, pero toda aparición pública de ahora en adelante puede ayudarte- dijo Dante.

-Siempre y cuando caiga bien y consiga patrocinadores...- esta vez Delilah se volvió para mirar a Dante- ¿Algún consejo?

-Me alegra que estés con la mente tan puesta en los Juegos – Dante sonrió de corazón dando a entender que lo decía de verdad – a mí ya me caes bien quizás solo debes ser tu misma.

Se sonrieron mutuamente hasta que Velia apareció por el vagón y acabó con el momento.

-La naturalidad gusta pero también hay otros factores de tu personalidad que podrías potenciar. Los patrocinadores suelen apostar por los chicos mayores ya que tienen más posibilidades de ganar pero hay a cierto sector al que le gusta apostar por las chicas, especialmente por aquellas del sector 1 y 2. También, aunque en minoría, les gustan las chicas que parecen duras, centradas en los juegos y que los respetan, que siguen las normas, sin importar su distrito.

Delilah se sintió sorprendida. Nunca había visto a Velia como a alguien que pudiera ayudarle verdaderamente en los juegos, pero sin duda había juzgado demasiado rápido a la excéntrica mujer ya que parecía conocer mucho acerca de lo que le podía ayudarle a ganar.

Por primera vez Delilah se permitió sonreír de verdad porque por primera vez veía que aunque las posibilidades fueran pequeñas podía salir bien.

Junto con Dante y Velia se dirigió al salón comedor donde la ausencia de su compañero de distrito era notable.

Los tres desayunaron en silencio, o comieron mejor dicho, porque Delilah, no acostumbrada a la comodidad de la cama y cansada por todos los eventos acaecidos, había dormido hasta el mediodía. El café que había pensado que Dante estaba desayunando era en realidad su café del mediodía ya que el hombre parecía ser adicto a la cafeína. "Supongo que es la menor de las adicciones con la que puedes volver del horror de los juegos" pensó para sí misma Delilah.

Durante la sobremesa Velia volvió a asaltarles con sus útiles datos y conocimientos sobre los juegos.

-Tu equipo de preparación es bastante bueno. Elegido el segundo mejor durante los Juegos de La playa...

-Llamados así porque se celebraron en una interminable playa, una arena que reza para que no se repita, no había ni sombra ni agua dulce, ese año todo tributo sin patrocinador murió durante los tres primeros días, muchos a causa de quemaduras solares de segundo grado o de la deshidratación – le interrumpió Dante sorbiendo su, ya segunda, taza de café.

-Si muy interesante – dijo de manera cortante Velia lanzándole una mirada asesina a Dante por la interrupción- lo que debe importarte es que es un gran equipo de preparación, la tributo a la que arreglaron era mucho menos agraciada que tú, del distrito pescador, el vestido de cola larga de malla dorada fue exquisito.

Delilah asintió cuando Velia acabó, fingiendo estar entusiasmada aunque le importara más bien poco el vestido que fuera a llevar.

-¿Se sabe algo de cómo es la arena de este año?- preguntó Delilah esta vez interesada de verdad.

-La arena es una de los secretos mejor guardados de los Juegos- dijo Dante – se busca la sorpresa y a los organizadores no les gusta repetir. No te puedo decir con seguridad como va a ser pero el año pasado la arena fue una serie de plataformas en el mar así que puedo aventurar que este año va a ser una arena en tierra firme.

Continuaron hablando sobre las innumerables posibilidades y cómo afrontarlas hasta que el tren comenzó a aminorar su marcha. Se encontraban cerca de los confines del Capitolio.

Delilah se acercó a la ventana y vio no tan lejos el imponente Capitolio, con sus enormes edificios de colores grises y aspecto mecánico que rozaban las mismas nubes.

Pasaron a través de un túnel que parecía interminable y les sumió en la oscuridad. Cuando por fin salieron de este ya se encontraban a los pies de la ciudad.

Delilah comenzó a mirar hacia arriba y hacia arriba hasta que casi perdió el equilibrio. Acostumbrada a las pequeñas casas de su distrito aquellas moles arquitectónicas le quitaban el aliento. Incluso el taller de los Macy, con sus imponentes tres pisos, palidecía en comparación con aquellos edificios modernos que se erguían hasta más allá de lo que la vista permitía ver.

El Capitolio sin duda era impresionante, verlo en televisión todos los años no se acercaba a lo que era verlo en la realidad.

A medida que el tren cada vez más lento, aunque su velocidad seguía pareciéndole vertiginosa a Delilah, se acercaba al centro del Capitolio, se empezaba a ver más y más gente. Todos ellos llevaban trajes vistosos que rozaban lo ridículo, el pelo de todos los colores imaginables, joyas ostentosas que dentelleaban, zapatos imposibles y maquillajes inhumanos que hacían que el aspecto de Velia pareciera de lo más insulso.

El tren llegó a su destino y solo entonces el chico, el otro tributo del distrito, se dignó a aparecer en el vagón comedor con unas ojeras horribles y un ánimo que no distaba nada del que tuvo el día anterior.

-Es la hora – dijo Velia que se dirigió a la salida del tren sin volverse para mirar si los demás le seguían.

La tributo con piel de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora