22- No se escapa al destino

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Pasaron las horas y la intensidad de la pelea no bajó. Los gritos desesperados seguían siendo lo único que Delilah podía escuchar desde su escondite. Aunque era capaz de distinguir las voces como humanas y las palabras como las propias de su idioma, llegó un momento en el que le parecía que estaba siendo testigo de una encarnizada lucha entre el mar y el viento. Fuerzas de la naturaleza inamovibles batallando como si fuera el final de los tiempos. En su interior Delilah sabía que no importaba quien ganara, todos habían perdido porque ni el mar conquistaría el cielo ni el viento conquistaría el océano.

Se quedó allí tumbada imaginándose que era la tercera fuerza, la vegetación que miraba impasible y que seguía quieta viviendo como los titanes luchaban haciendo temblar al mundo.

"Estoy perdiendo la cabeza" pensó Delilah, "acaba por favor, acaba, acaba, acaba...".

Se repitió esas dos palabras como si fueran un mantra hasta que la lucha acabó y así lo hizo también la existencia del muro de hielo que había en su interior. Cuando se hizo el silencio este cayó pesado sobre Delilah llevando un mensaje de muerte. "Han muerto...por mi culpa"

Delilah tuvo la sensatez de hundir su cara en la base de su refugio escondiéndola de cualquier cámara, aunque seguramente estas cubrían las consecuencias de la lucha. Un solo pensamiento consiguió que todas las emociones que había apartado de sí misma desde que fue testigo de la muerte de Jonás le asediaran como un jurado furioso que iba en busca de justicia. Siéntelo, siéntelo todo, date cuenta de lo que has hecho parecía decir su mente y su corazón. La angustia que experimentó fue tal que sus lágrimas fueron mudas, la garganta le ardía, el pecho le dolía, tenía el cuerpo entumecido y la mente amotinada.

Lloró y lloró durante horas, las mimas horas que había durado la batalla, como si estuviera pagando un tributo a los caídos; quizás lo estaba haciendo inconscientemente. Cuando por fin pudo parar la cara le dolía, los ojos le picaban y volvía a sentirse vacía pero no como antes, porque ahora lo sentía todo. Quería morir en manos de su tristeza, sin embargo al mismo tiempo, se sentía mejor de lo que lo había hecho desde que comenzaron los Juegos; más humana, más ella misma.

Delilah encontró trabajoso el simple hecho de incorporarse. Estar en una posición sentada le ayudó a estar algo más centrada, despejó su mente. Tenía claro lo que debía hacer de ahora en adelante. Sí, necesitaba ser fría en determinadas situaciones, luchar con todo para sobrevivir sin importar quién cayera en el proceso, porque de todos modos solo podía quedar uno y tenía que ser ella; pero no podía olvidar quién era, más allá de la imagen del lobo o la tributo de hielo, ella era Delilah o Ly, una chica del distrito 8 que, aunque tendía más a la lógica que al sentimentalismo, tenía corazón. No podía volver a perderse a sí misma porque obviamente no funcionaba. Dejar de lado sus emociones solo le llevaría a otra gran crisis lo cual no le ayudaba. Tenía que matar y tenía que ver como otros morían pero no necesitaba provocar masacres, no quería tener que cargar con ello el resto de su vida. Y podía llorar, sí, debía permitirse llorar de vez en cuando.

Esperó sentada hasta que la luz comenzó a irse. Delilah se sentía más serena pero sabía que su cara delataba que hace unos instantes se había roto por completo. La oscuridad creciente disimularía sus ojos hinchados y enrojecidos. Y es que aún tenía que contar con los patrocinadores por lo que la imagen de lobo fiero era necesaria.

Poco a poco bajó de su árbol y caminó hacia donde había oído los gritos y cañonazos horas después. Pronto llegó a la parte del bosque que había sido testigo del horror.

El lugar era un pequeño claro desprovisto de árboles, solo con hierba y con piedras. Pensó en la ironía que había en ello; parecía la arena de un circo romano. Era como si los organizadores supieran que iba a pasar y hubieran dispuesto esa zona para que el espectáculo no se viera bloqueado a la vista de las cámaras. El aire olía a sangre y el silencio era aterrador.

Sobre el suelo había varios cuerpos. Aunque no quería hacerlo Delilah se obligó a contarlos; había ocho, solo quedaban siete tributos además de ella. Eran menos muertos de los que había esperado, pero dada la violencia que se podía advertir en el claro aquellos que pudieron escapar no estarían en buenas condiciones.

Tampoco quería mirar quienes eran los caídos, podía esperar a que anunciaran sus nombres en el cielo, sin embargo quería revisarles en caso de que tuvieran encima algo que le pudiera servir y le parecía mal hacerlo sin mirarles a la cara como a personas y no como a desechos a los que robar.

Cuatro de los muertos eran tributos que habían estado solos hasta entonces, sus nombres habían sido Tawney, Lai, Ric y Amaris. Chicos que no eran ni los más jóvenes ni los más mayores, que no habían entusiasmado ni decepcionado al público, chicos que sin duda serían pronto olvidados. Pero para Delilah eran mejores incluso que los profesionales porque habían sobrevivido hasta entonces solos y sin tener apenas habilidades. Sabía bien lo duro que era eso y por tanto los admiraba. Aun no sabía porque habían acabado allí, que les había llevado a una lucha de la que jamás saldrían; quizás si ganaba los Juegos podría verlo desde su casa y homenajear su valentía o reprochar su insensatez según lo merecieran.

El grupo de Eber había sufrido bajas. Mentiría si dijera que no había buscado, con cierta preocupación, al chico o a Basil entre los cadáveres. Tampoco estaba allí Valdis pero si Ciro, un chico del distrito 5 de solo trece años y Gia, una chica del distrito 12 de la misma edad. A pesar de sus graves heridas allí tirados parecían tranquilos y en paz, sus facciones se veían relajas y por tanto parecían incluso más jóvenes de lo que eran. Ver a niños tan pequeños e inocentes, inertes y manchados de sangre, le pareció a Delilah la imagen más grotesca que jamás hubiera visto.

Le alegró de un modo retorcido que algunos de los profesionales también hubieran muerto. Allí estaba Elise con el rostro tan desfigurado que a Delilah le costó reconocerla. Se acercó a ella en busca de la maza que siempre cargaba pero aquellos que habían quedado los últimos en el claro se habían encargado de llevarse todo lo que fuera de valor. Otro cadáver que no tenía nada que ofrecerle más que una imagen fatídica de lo que podía ser su futuro.

A escasos pasos de Elise estaba Carel. Se preguntó cómo alguien como él podía haber muerto; con su espada y su escudo y el gran manejo que tenía de ambos debería haber sido la mayor amenaza en la lucha no una víctima fácil.

Estaba cubierto de sangre pero algo le decía a Delilah que no era suya. Entonces, ¿cómo había muerto? La curiosidad le pudo y llevada por el instinto giró el cuerpo de Carel poniéndolo boca abajo. Allí estaba la causa de su muerte; varias puñaladas en la espalda. "Quién fuera que matara a Carel tenía cuchillos y consiguió sorprenderle por la espalda" se puso a pensar Delilah, "solo uno entrenó los cuchillos y solo uno podría tener la oportunidad de apuñalarle si había prometido ser el que cubriera las espaldas a Carel. Me parece que Galip se ha cansado de que pongan en entredicho su liderazgo".

Se levantó imaginando como tendría que haberse sentido Carel cuando recibió esas puñaladas. Creyéndose seguro y poderoso, sintiendo la hoja hundirse en su carne una y otra vez, sabiendo durante los instantes que estuvo vivo que en quien confiaba le había traicionado, recordando todos aquellos momentos en los que puso a Galip en entredicho empujándole a hacerlo...

Y cuando estaba terminando de imaginar cómo se habría sentido todo ello, Delilah de pronto no necesitó imaginarlo más porque un cuchillo se clavó en su espalda.

La tributo con piel de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora