Delilah caminó a través del bosque como los penitentes, silenciosa y en profunda reflexión, aunque no hacía falta pensar, ya había llegado a la conclusión final en aquel claro en el que había abandonado una parte de su ser.
Despojada de su piel de lobo no sentía frío alguno, una furia que no había experimentado nunca le quemaba las entrañas ahora que parecía que la irrealidad de lo ocurrido cargaba contra ella. Se sentía más viva que nunca, y a la vez solo un espíritu atrapado en la tierra.
En algún momento había cogido el pequeño arpón de Eber y lo cargaba como su única arma mientras seguía avanzando incansable, sin saber bien a donde iba, rodeada de silencio.
Avanzando en un ensueño llegó a la linde del bosque, allí donde comenzaba la cornucopia. La estructura de bronce le observaba burlona, recordándole como había comenzado todo, el final de su vida, el comienzo de la siguiente que ya llegaba a su fin.
Contemplando aquella monstruosidad se creyó más loba que nunca mientras su odio hacia los Juegos, el Capitolio y todo aquel ser que no estuviera compartiendo su dolor y tortura, creció tanto que se vio capaz de aullar a la luna y exhalar su fuego interior en el intento.
Delilah apretaba el puño que sujetaba el arpón con tanta fuerza que una parte de su mente le comenzó a gritar desesperada que parara. Pero no le hizo caso, solo le quedaba el dolor y la furia.
Fue entonces cuando oyó un chillido, un grito agudo y desesperado, que le hizo coger aire con fuerza y tambalearse.
No había olvidado, aunque por un momento si lo hubiera hecho, lo que tenía que hacer, lo único que podía compensar el sacrificio de Eber; tenía que salvar a Basil.
Y allí estaba el niño. Parecía más pequeño que nuca, más frágil y desvalido. Mientras Galip se acercaba a él con paso lento y sonrisa cruel, Basil suplicaba por su vida entre sollozos.
Delilah no había visto nunca nada tan grotesco, nada tan antinatural, algo que le molestara tanto que necesitara hacerlo desaparecer. Esa furia ciega que venía gestándose en su interior estalló, y en aquella explosión Delilah salió corriendo hacia adelante, gritando como una demente.
Galip se volvió a mirarle y simplemente le esquivó, dejando que Delilah, tan malherida y cansada como estaba, tropezara y callera. En sus ojos solo había un desprecio frío.
—Pensaba que te había matado, deberías haber cruzado al otro lado con el pescador moralista y haberte ahorrado esto. Pero así podrás ver morir al niño también y serás tú quien me suplique que acabe con tu dolor.
Delilah se levantó con esfuerzo y apretó aún más el paso en su nueva acometida, lanzándose literalmente contra Galip. Fue el repique del arpón contra la armadura del profesional el que, como un jarro de agua helada, le trajo de vuelta a la realidad.
No importaba la fuerza de su dolor, no importaba el poder de su voluntad; Galip seguía protegido por aquella maldita armadura.
Dando un paso atrás Delilah pensó. Ya no le quedaban aliados para elaborar planes complicados, siendo Basil el último, asustado y empequeñecido. Ya no le quedaban favores que cobrarse de los patrocinadores. Y también estaba segura de que ya no le quedaban golpes de suerte. Así que simplemente se volvió a lanzar contra Galip y decidió luchar hasta su último aliento.
Esta decisión pareció complacer a Galip que se alejó definitivamente de Basil con sorna y dirigió toda su atención hacia Delialh.
Allí con su armadura brillante, su sonrisa vencedora y aun atisbo de salud y fuerza, Galip parecía un titán todo poderoso; mientras Delilah solo era una amalgama de sangre y barro.
—Eres una zorra tonta, no puedes ganar, estos Juegos nunca han sido tuyos —decía Galip sin perder el aliento mientras paraba con su cuchillo los embistes de Delilah que no cesaba en sus intentos.
No tenía necesidad de parar los golpes, sin embargo le divertía hacerlo, del mismo modo que lo hacía no matar a Delilah aun.
—Créeme, si te arrastro conmigo habré ganado —dijo Delilah con respiraciones entrecortadas mientras seguía con sus embistes desesperados.
—Eres más como yo que como ellos. Seguro que el pescador en otra vida te hubiera mirado con vergüenza.
Las imágenes de aquella vida soñada, aquella noche una eternidad atrás, vinieron a su mente y se fueron ensuciando con las viles palabras de Galip. Vio como todos eran felices, en su merienda imaginada junto al río, y cuando ella se acercaba deseosa de recibir su amor le volvían la espalda, no sin antes mirarle con desprecio.
Que le robara también aquello, aquellas fantasía que intentaba acallar su odio y que le insuflaba fuerzas, fue demasiado. Hubo una nueva explosión dentro de Delilah que envistió a Galip sin importarle los cuchillos amenazantes.
Los dos tributos rodaron por el suelo y por pura fuerza de voluntad Delilah acabó sobre Galip y sin pararse a pensar comenzó a golpear al profesional en la cara, con un puño tras el otro, oyendo el grotesco sonido de la sangre al salpicar, de la nariz y los dientes al resentirse, de sus propias manos quebrándose.
Aquello no gustó a Galip, que ahí subyugado no se sentía el ganador y que por fin se dejó de juegos, lanzando una cuchillada que cortó los dedos de Delilah.
Con ello Delilah se tiró hacia atrás, el dolor más intenso de lo que podía haber llegado a temer. Miró su mano derecha, que ahora era un muñón, varias falanges desaparecidas y la sangre brotando como de una fuente. Ya no volvería a coser, ya no podría trabajar si ganaba los Juegos y volvía a casa. Acababa de perder el último resquicio de su ser y con ello su esperanza.
Galip se irguió tambaleante, su rostro desfigurado y burlesco, finalmente un fiel reflejo de su propio ser.
No esperó más, ya no había lugar para la sutileza, tomó su cuchillo y esta vez fue él quien quedó sobre Delilah. Los puños no llegaron, pero sí lo hicieron los cuchillos, que se fueron clavando una y otra vez en el vientre de Delilah.
El dolor era conocido y no le tomó por sorpresa, aunque sí que le hizo derramar lágrimas, porque aquella vez no habría baliza salvadora, estaba sola.
Una vez satisfecho, Galip se sentó sobre sus talones para contemplar a Delilah a través de sus ojos hinchados como un artista contempla su obra. Volvió entonces la cabeza y miró a Basil, con el rostro surcado de lágrimas, todo color abandonando sus facciones, paralizado por el miedo y la conmoción.
Mientras esto ocurría, con la mirada empañada, Delilah vio debajo del brillo de la armadura como esta no ajustaba por completo a Galip. Como en el lugar de la axila, la armadura se elevaba apenas unos centímetros imperceptibles del pecho, dejando un paso libre al corazón marchito del profesional.
Desde lejos no lo había visto pero ahora estaba muy cerca, de Galip y del final, y Delilah se decidió.
Tanteó con su mano tullida entre la hierba y encontró el pequeño arpón. Quizás era porque ya comenzaba a delirar, no obstante sintió que la fuerza de Eber trasponía al arpón y entraba en su ser. Intentó cerrar los dedos que le quedaban alrededor del mango del arpón y tras mucho esfuerzo lo consiguió aunque la sangre resbalaba y el dolor le debilitaba en exceso.
Galip comenzaba a levantarse cuando en un último acto como la tributo lobo Delilah apuñaló con todas sus fuerzas al profesional. El arpón milagrosamente atravesó la pequeña apertura de la armadura y Delilah sintió el fuerte impacto contra la carne.
Un boqueo sorprendido cruzó el aire, y Delilah no supo si venía de Galip, de Basil o de ella misma.
En aquel momento el tiempo pareció pararse aunque no sonó cañón alguno.
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La tributo con piel de lobo
FanfictionHa llegado la hora. Los quincuagésimo sextos Juegos del Hambre van a comenzar. Delilah Jones es una joven de 17 años que vive en el Distrito 8. Día tras día confecciona los trajes que los habitantes del Capitolio después llevarán, muy seguramente pa...