40- El tributo agradecido

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Galip se había desplomado a su lado pero el cañón no llegaba. El corazón de Delilah martilleaba con la poca fuerza que le quedaba, tenía que caer, tenía que acabar.

Oía su boqueo desesperado aunque igual era el suyo, o el de ambos juntos, el canto silencioso de los moribundos.

Fue consciente de que alguien se le acercaba y su mente cansada se puso en guardia pensando en algún enemigo olvidado; solo era Basil.

—Lo siento, lo siento... —repetía el niño desesperado como un mantra.

Sus lágrimas gruesas y pesadas caían sobre el rostro de Delilah dándole un cierto alivio, porque su piel ardía y ya no lo hacía con el calor de su furia interior.

Delilah hizo un gesto con la mano, queriendo dar a entender que no pasaba nada, sin embargo sólo acertó a levantar levemente el muñón y el mensaje quedó perdido en el tiempo.

—Está bien, está bien —pudo decir finalmente tras conjurar todas sus fuerzas.

Basil se lanzó entonces a su cuello en un abrazo, y aunque no le dejaba realizar la tarea casi imposible de respirar, Delilah no intentó apartarle; el cariño que sintió en ese momento le hizo pensar que quizás era cierto, la gente que lo merecía no moría sola.

Mientras Delilah se concentraba en el placer que le producía sentirse querida y llorada, pudo atisbar un cierto movimiento por el rabillo del ojo. No podía permitirse olvidar que Galip aún seguía ahí.

El profesional tosía sangre, sin embargo los estertores de la muerte no le frenaban en su ansia asesina, y con la mano temblorosa levantaba su último cuchillo, buscando dejar a esos Juegos sin vencedor alguno.

Delilah no intentó ninguna acción heroica, no habría podido, simplemente agarró la muñeca de Galip y la bajó al suelo, dejándoles a los dos tendidos unidos de la mano, con el cuchillo entre medio, en una parodia de pareja feliz.

Por un momento Delilah pensó en intentar desarmar a Galip, quitarle el cuchillo y acabar con él definitivamente, pero a través del pulso superficial de la muñeca del profesional supo que le quedaba poco tiempo y le ofreció un regalo que él no había concedido a nadie; la oportunidad de morir en paz, sin miedo, con dignidad.

Poco después llegó el cañonazo y el ruido sobresaltó a Delilah. Si no fuera por el peso de Basil sobre su cuello habría creído que el cañón sonaba por ella.

Fue ese cañón el que marcó el principio de su fin. Viendo que Galip había caído finalmente Delilah se permitió relajarse y al hacerlo la sangre comenzó a brotar de ella con suavidad, como un manantial y sintió el calor de aquella fuente y el frío de la vida sin la que le dejaba.

Basil seguía sollozando y disculpándose, en una letanía que era como ruido blanco en aquel silencio.

—Eras tú el que tenía que ganar, tenías que ganar para que nosotros pudiéramos salvarnos... —dijo Delilah criptica con las pocas fuerzas que le quedaban.

Y entonces Basil le miró, con los ojos aun inundados de lágrimas, y ella se permitió ser egoísta por un momento, se permitió pensar que aquel niño no estaba preparado para sobrevivir a lo que venía después, una vida entera sabiendo que él vivía porque otros habían muerto. Pero aquel pensamiento oscuro pasó rápido como una nube de tormenta que cubre el sol; Basil merecía vivir más que nadie y solo uno podía hacerlo. Delilah había llegado sin nada y con nada se marchaba, nadie le lloraría en su hogar pero ella sí que habría llorado a otros, era mejor así.

—Ahora me tengo que ir, cántame algo para que duerma —dijo Delilah con palabras arrastradas que cada vez tenían menos sentido, aunque su mente exhausta las comprendiera.

Basil comenzó entonces a cantar la canción del tributo agradecido, no como una burla hacia Delilah, sino porque incluso a su corta edad comprendía la necesidad de cerrar aquel ciclo, de acabar con lo empezado.

El primer día de primavera llegó el alimento

y después el verano trajo el ascua...

Delilah miraba al cielo falso, a la cúpula azulada que le parecía ahora más irreal que nunca aunque infinitamente hermosa como un cuadro al óleo. Las lágrimas empezaban a derramarse por sus mejillas, liberándole del último peso que como la gravedad le ataba a la tierra.

...cuando nació el otoño creó el campamento,

al día siguiente con el invierno el agua...

Oyó una voz que le llamaba y a pesar de que su vista se nublaba vio con más claridad que nunca. Era Jonás quién le tendía la mano para que fuera con ella. Vestido como el artista del distrito 8 que había quedado sepultado bajo las sombras de la destrucción, llevaba encima una sonrisa honesta que Delilah nunca le había visto pero que ahora veía que no debería haber abandonado jamás su rostro.

...ese día el invierno lo curó todo...

Aunque era consciente de que seguía en el suelo, la hierba clavándose en su cuerpo cansado como espinas, también era consciente de que se levantaba llena de vida o totalmente exenta de ella. Tomó la mano de Jonás que le ayudaba, y la sintió caliente aunque ya no podía sentir nada.

...el otoño bendijo a los que protegen...

Mientras avanzaba por el campo, que ahora era verde y vibrante, bello y acogedor; descubrió a su lado, dándole paso, a Indra y a Darcia. Se les veía sanos y contentos. Ya no eran niños asustados jugando a ser adultos, eran simplemente niños. Con un solo gesto liberaron a Delilah, le comunicaron que entendían que les matara, le dieron su perdón y su bendición; y aunque Delilah no lo creía posible se llenó aún más de alegría hasta casi rebosar.

...la primavera regaló ese día miel dorada,

el verano ofreció una cascada dulce...

Mientras seguía caminando pudo ver pasar los rostros de todos los que ya habían recorrido aquel mismo camino. Tawney, Lai, Ric, Amaris, Ciro, Nur, Palmer, Dita, Nil y Ucal le abrían un pasillo y le sonreían.

...el otoño le obsequió de la tregua amada,

en invierno nació el gran sauce...

Fue entonces cuando Valdis apareció a su lado. Se le veía más joven que nunca, exultante, como una flor que se habría por primera vez con el calor de la primavera. Le tomó de la mano, que volvía a estar entera, y en aquel gesto Delilah reconoció a una hermana, y comprendió que en realidad si había ganado los Juegos; había ganado una familia.

Con Valdis siguió caminado hasta donde el Sol cegaba. Halló detrás de ella a Jonás y al resto de tributos, y por ello se sintió segura y llena de dicha.

Allí donde el camino acababa estaba Eber, esperándole, cumpliendo una promesa nunca pronunciada. Le tomó de la mano con un tacto de seda y su sonrisa eclipsó al sol y sus ojos hicieron avergonzarse al cielo, porque en su rostro se escondían los secretos del universo y aquel esplendor hizo que Delilah finalmente se desbordara de felicidad.

Los tres, aun cogidos de la mano, se volvieron hacia el horizonte eterno, escuchando a lo lejos un rio discurrir cristalino y tranquilo, las risas satisfechas de una tarde de verano, los pájaros amaneciendo tras despedir a la luna e incluso, Delilah juraría, que las voces de sus padres aunque fueran un recuerdo olvidado. Todos aquellos sonidos les llamaban y les esperaban.

Se apretaron las manos, tomaron aire y dieron un último paso.

...y en el último día,

el tributo agradecido,

por fin pudo descansar.

La tributo con piel de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora