2- Tributo

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En el momento en el Delilah escuchó su nombre todo a su alrededor pareció pararse.

El tiempo se detuvo, las caras de aquellos que la rodeaban se desfiguraron encontrándose asediada de pronto por una mancha borrosa y homogénea.

Repentinamente sintió caer, caer a un lago congelado, sumergirse en el hielo. El aire no le llegaba a los pulmones, no podía respirar, pero su mente estaba tan entumecida que ni siquiera podía sentir pánico por ello. Todo a su alrededor era silencio, un silencio agobiante que la aplastaba y le permitía escuchar el latido de su propio corazón. Unos latidos rítmicos y rápidos que le recordaban a los de un pajarillo asustado intentando escapar de una presa desconocida. Todo calor la abandonó, un peso se situó en su estómago, no podía sentir sus pies sobre el suelo, solo caía y caía y caía, hundiéndose cada vez más profundo.

Una fuerte presión le ancló al mundo real. Alguien le agarraba del hombro, meneándola para que volviera en sí.

No sabía cuánto tiempo había estado sin reaccionar, no podía saber si solo un instante o una eternidad, pero cuando se volvió para ver quien la agarraba la realización de todo lo que estaba pasando cayó sobre ella. No conocía a la chica, era otra habitante del distrito, otra persona que como ella había sido obligada a asistir a la cosecha. No la conocía, pero sus ojos eran muy familiares. Familiares porque así era como ella había mirado a los tributos escogidos año tras año, con una mezcla de lástima y de alivio.

Era a ella a quien todos miraban ahora con estos ojos, porque era ella, ella era el tributo de los juegos de este año, ella era el sacrificio a pagar por aquel distrito que se rebeló hace tiempo.

Aun no podía oír, quizás porque no quería escuchar nada.

En el estrado vio a Velia, que movía los labios seguramente repitiendo su nombre, y que le hacía gestos para que fuera hacia allí.

Delilah no podría explicar cómo estaba andando. Lo hacía de manera mecánica y casi ágil, aunque sus piernas parecieran hechas de hormigón. Sin darse cuenta estaba subiendo las escalerillas del estrado situándose ya al lado de Velia en la tarima.

Sintió de nuevo un brazo en el hombro, esta vez de la representante del Capitolio, que decía algo en el micrófono mientras la sujetaba.

El peso de la mano de Velia desapareció y por el rabillo del ojo vio que se dirigía a la urna de los chicos.

Delilah estaba quieta, mirando al frente, sin mirar a nada concreto, sin pensar en nada. Vio como uno de los chicos empezó a moverse hacia la tarima; el elegido. Pudo también ver como en el muro una madre se derrumbaba y era abrazada por los que la rodeaban. En ese momento pensó que nadie iba a llorar por ella esa noche.

El chico subió a su lado y al igual que había hecho con ella Velia lo agarró y dijo algo. Fue entonces cuando Delilah se volvió para mirarle. No conocía al otro tributo, apenas le sonaba su cara, pero parecía tener su edad y sin duda la misma mirada asustada que ella debía tener.

El momento en el que sus oídos decidieron volver a funcionar fue cuando el himno del Capitolio volvió a sonar, retumbando por toda la plaza y dando cierre a la ceremonia.

Un guardia la cogió del brazo y la arrastró dentro del Ayuntamiento a una sala vacía con una pequeña mesita de madera y un sofá de cuero verde. También tenía un gran ventanal al que se acercó y por el que veía la plaza. La gente estaba empezando a dispersarse, volviendo a sus humildes casas y a sus rutinas, felices de que para ellos el infierno del día de la cosecha se había terminado.

Delilah no oyó la puerta abrirse detrás de ella pero si la voz que acompañó al movimiento:

-Querida, ¡Querida!- le sobresaltó un acento muy marcado.

La tributo con piel de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora