†8.- Tulipán amarillo†

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«No me dejes sola...» La última palabra fue inaudible. Como un espacio en blanco en la memoria, un nombre envuelto en luz que era incapaz de recordar.
La respuesta del joven de aspecto angelical resultó muda, y sus labios pálidos le rozaron la frente con ternura. La niña pudo sentir su cabello increíblemente largo y lacio acariciándole en un suave cosquilleo como las alas de una mariposa.

La escena cambió, y sobre ella, bajo la luz recortada que brindaban los árboles, la figura envuelta en luz dorada la sostenía.

Al final, los colores blancos y dorados pasaron a oscuros y morados de las vidrieras de una habitación sombría.

Al final, los colores blancos y dorados pasaron a oscuros y morados de las vidrieras de una habitación sombría

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Los ojos castaños de Aria se abrieron de golpe, aterrados. Se enderezó agitada, con el corazón palpitando bajo su pecho como si fuese a perforarlo y la cabeza abombada y ardiente, todavía oyendo eco dentro de ella como si estuviese inundada con agua salada.
Tras unos instantes eternos de mareo y una vez su vista volvió a enfocarse la paseó por toda la habitación, aun sentada en su cama caliente debido a su propia temperatura corporal. Los rayos de sol se colaban por el tragaluz del techo y la otra ventana de su habitación que daba a la calle, donde la vida comenzaba a surgir. Supuso que no sería demasiado tarde. Alrededor de las siete.

Se mantuvo unos minutos en una especie de trance mirando a la pared, con la mirada perdida y el alma confundida. No. No podía permitirse perder el tiempo de aquella forma cuando siempre tenía el tiempo justo para hacerlo todo antes de que su madre se despertase. Sacudió la cabeza y se levantó con rapidez, nerviosa, tratando de apartar la mirada café para que las mantas no volvieran a seducirla para que se lanzase sobre el colchón y la almohada azul bebé de detalles florales blancos. Por otra parte, también intentó ignorar aquel sueño que se repetía una y otra vez desde hacía años atrás. No le diría nada a nadie, seguramente la tomarían por loca, y no necesitaba causar más problemas de los necesarios. A demás de que un psiquiátrico no entraba en sus planes de futuro a corto y medio plazo, a pesar de las malas lenguas que se dedicaban a intentar arruinarle la existencia tan solo por pura diversión.

Tras asearse y desenredar sus cortos rizos castaños, se vistió con su masculina y cómoda ropa habitual: una túnica corta verde oliva abierta por los laterales del dobladillo y unos leggings azul marinos que le tapaban hasta por debajo de las rodillas. Cómoda y lista para la acción alzó sus desgastados botines azules y salió disparada por la puerta, no sin antes robar un par de zanahorias de la cocina todavía con la adrenalina en sangre. Por suerte, los daucos los utilizaban menos que cualquier otra verdura, y siempre terminaban al fondo de la despensa, por lo que nadie las echaría demasiado en falta. Sus rizos rebotaron con discreción y furia a su espalda.

Salió disparada por la puerta batiente de la entrada lateral del local. Las calles adoquinadas y polvorientas le dieron la bienvenida de un nuevo día. Debía hacer las cosas rápido antes de que su madre se diese cuenta de su falta.

Como una exhalación cruzó la calle esquivando a los demás transeúntes con maestría, provocando algún que otro sobresalto, y finalmente frenó en seco entre dos de sus tiendas favoritas.

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⏰ Última actualización: Jan 04, 2021 ⏰

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Nepharikuma: Todos hemos estado en la luz alguna vez ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora