2.1.- Efecto Mariposa

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*Primer boceto de Jossuah

Las tropas humanas y hordas demoníacas se estrellaban las unas contra las otras en un sangriento combate, batiéndose en duelo de manera descontrolada, sin organización, frenética. El tintineo de las armas, el olor férrico de la sangre y el odio eran los protagonistas en aquel macabro espectáculo, donde cuerpos inertes caían a cada instante como el crepitar de la lluvia constante que los bañaba con una furia helada y represiva en un cielo metálico tatuado de nubes negras.
Jossuah, tras desenterrar su espada del pecho de un demonio menor, se giró buscando un nuevo adversario. Su único deseo era que todo finalmente terminase.

—¡Jossuah, detrás de tí!

El interpelado se volvió rápidamente, atacando en una estocada certera sobre el costado de un ser extremadamente musculoso y de piel rojiza, cuya cara porcina tocó ásperamente el suelo terroso.

—Yo llevo treinta y cinco, novato, ¿y vos? —gritó Lyoner, de cabello rubio y ojos azules.

Su camarada puso los ojos en blanco. Aquello no era un juego y, sin embargo, su compañero de batalla pareciera que estubiera en un parque de juegos donde disfrutaba más que cualquier infante.

—Os dejo, prefiero optar por la dispersión.

—¡Aguafiestas!

Debía aniquilarlos a todos. Por el bien y subsistencia de la humanidad.

Fue entonces cuando interceptó a una mujer. Era increíblemente bella. Sus largos cabellos oscuros y empapados se balanceaban alrededor de su rostro pálido de grandes ojos en rejilla y labios hidrópicos.
En seguida se percató de que se trataba de una súcubo por la voluptuosidad de su cuerpo y la curvatura bien marcada de sus caderas y la línea de su espalda, acompañado de unas piernas largas y tonificadas y un par de cuernos retorcidos cual los de un unicornio alabastro.

Sus pesadas botas parduzcas se dirigieron con decisión hacia la demonesa, que luchaba por seguir con la vida que un grupo de caballeros de la guardia imperial trataba de arrebatarle. Su busto ascendía y descendía al compás de una respiración entrecortada por el esfuerzo. Reddoma sacudió su espada, que centelleó tras desprenderse de la sangre. El hombre amarró el mango del arma blanca con fuerza mayor, dispuesto a terminar con ella.

Fue entonces. Justo en ese instante pudo verla, como si una visión auténtica e inteligible hubiese esclarecido la opacidad que todo lo sensible podía ofrecerle. Un sentimiento danzaba en el interior de los ojos azules de la doncella infernal bajo todo aquel grueso manto de odio, barro y sangre. La clase de expresión que congeló la trayectoria del filo del muchacho debido a la sorpresa. Se percató de que un sentimiento humano e ineludible surgía como un rayo de sol en el ser hijo de la oscuridad. El miedo.

Se inclinó para cerciorarse de que sus ojos grises no lo engañaban, con la perplejidad estampada en su rostro de facciones masculinas y no demasiado marcadas debido a su corta edad. El ser demoníaco lo contemplaba cohibido, con un halo calculador e hipnótico, de un modo misterioso y hechizante; así como el caballero ponía sus ojos, ligeramente más oscuros, en ella.

Arrodillada y hecha jirones su ropa, la jóven mostraba un estado deplorable.
Sin haberlo pensado siquiera, su mano se encontraba tendida, entumecida bajo el tiempo que se negaba a sosegarse.
La criatura corneada lo miró con escepticismo, sin poder creer lo que acontecía; y era comprensible. Los de su especie habían sido objeto de caza. En busca y captura por el mero hecho de existir. Condenados a ser considerados una herejía para el Vaticano, con el que continuaban manteniendo hondas rencillas como llagas.
Finalmente ambas pieles entraron en contacto, el tacto de los guantes empapados agarrando con fuerza la mano suave de largos dedos y afiladas uñas se quedó prensada en la piel de la fémina, al igual que sus garras en la piel del muchacho, que advertían de que un paso en falso podría llevarlo a cavar su propia tumba.

Nepharikuma: Todos hemos estado en la luz alguna vez ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora