Cuarto capítulo

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Sí, lo habéis oído bien. Carter Woodwork es un rebelde. Yo le quería, pero él nunca lo hizo, y yo fui demasiado estúpida como para no darme cuenta...

- ¿Que hiciste qué?

- Le conté  a la reina lo sucedido entre Camille y yo. Y lo acepta plenamente. - contesta Elizabeth, con una paciencia infinita. Yo estoy para ponerme a llorar. - Dice que nos vamos las dos mañana, así podremos estar juntas, Kriss.

Yo me limpio las lágrimas con la manga de mi vestido verde claro, y sollozo.

- ¿Es... es esto lo... lo que quieres?

- Sí, lo es. - afirma Elizabeth, y yo la abrazo como nunca había abrazado a nadie.

- Te voy a echar mucho de menos, pequeña.

- ¡Eh, que tú seas tres años mayor que yo no te da derecho a llamarme pequeña! - río y lloro a la vez. - Te deseo mucha felicidad, Elly.

- El príncipe Maxon sería un idiota si no se casara contigo, pequeña - me pellizca la mejilla, bromeando. Yo la abrazo por última vez y salgo de su habitación. Respiro hondo. Mañana es mi cumpleaños. Tengo que dar buena imagen.

- ¿Reina Amberly? - tartamudeo. La reina sonríeu dulcemente, y yo le devuelvo una sonrisa tímida.

- Dime, cariño. - ordena a las criadas que salgan de su pequeño salón, y yo me espero a que hayan marchado todas. La reina me invita a sentarme en una silla dorada, con puntitos verdes y azules, que me hacen sentir como un personaje de la nobleza, o hasta de la realeza.

- Quería... quería darle las gracias. - no añado nada más, las dos sabemos de lo que estamos hablando. Ella extiende los brazos y yo me acerco a ella, y me abraza como lo hace mi madre, dulcemente y con cariño.

- No hay que dar las gracias por nada. Era lo mínimo que podía hacer para Lady Elizabeth y Lady Camille. Les he deseado toda la suerte y fortuna. - sonríe, y yo le hago una tímida reverencia.

- Buenas noches, Lady Kriss. - asiente levemente, no sin una sonrisa, parecdia a la de su hijo, y yo me marcho a mi habitación, como un fantasma ahogado en pena, pero con una sonrisa tímida y pasitos sigilosos. Todo heredado de mi padre.

Kriss Ambers. Rebelde número trece. Este será tu compañero de rebeliones, Carter Woodwork.

Un chico alto, fuerte y apuesto me saludó alegremente. Así que ese era el tal Woodwork. Qué pareja de rebeliones íbamos a ser; el guapo y la fea medio zombie. Sí, en aquella época tenía sentido del humor. Woodwork se acercó hacia mí:

- Buenos días, señorita Ambers.

- Kriss. Llámame Kriss. - aún no sé porqué le pedí que me llamara por mi nombre de pila. Era una chica desconfiada, acostumbrada a ser llamada "señorita Ambers".

- Entonces tú deberías llamarme Carter - sonrió - por favor. - añadió, con una sonrisa traviesa.

Entrad en la sala de los Setenta. Allí os esperan los supervisores. A partir de ahora, seréis llamados el equipo Amberswork.

Los dos nos dirijimos a la sala de los Setenta y entramos con cierta expectación. La sala era del color de las cenizas, y una lámpara negra colgaba del precioso techo, que estaba decorada con senalefas de colores azuleados.

- Acercaos. - dijo el rebelde Uno. El Dos y el Tres nos guiaron hasta el Uno. - Y derramad vuestra sangre en el Cuenco. - señaló un cuenco hecho de cristal, donde se podía ver un líquido rojo. Carter me miró, entusiasmado, y me cogió de la mano.

- ¿Juntos? - me preguntó.

- Juntos. - asentí, y los dos nos clavamos el cuchillo a nuestro brazo izquierdo, derramando sangre que caía en el Cuenco.

- Krrrriiiiiiiisssssss - Marlee me abraza y yo me río. La verdad es que llevo un vestido precioso.

- El príncipe Maxon se enamorará tan sólo en verte, ¡estás preciosa! - grita Jenna, y yo le sonrío.

Todas las chicas me van dando mis regalos, y yo los comento con halagos, y ellas me hacen cumplidos sobre mi vestido. Cuando nadie mira me quito el collar de rebelde y lo escondo dentro de mi zapato para que nadie lo pueda ver. Estoy rodeada de demasiada gente, es demasiado peligroso.

Al final, America se me acerca y me dice que ella no trae un regalo como las otras, sino una canción que tocará con su violín. A mí me encanta la música, así que la abrazo y sonrío con entusiasmo.

Cuando America emepieza a tocar, la puerta de mi habitación se abre de golpe. El apuesto príncipe Maxon está allí, con una caja de regalo, mirándome.

- Felicidades, Kriss. - me abraza y yo me pongo más roja que un tomate, cuando Celeste tira la copa sobre mi precioso vestido, que se mancha sin remedio.

- Madre mía, ¡cómo lo siento! - Celeste finge estar consternada, y yo me marcho de mi propia fiesta.

Pero lo que no sabía era que un príncipe demasiado guapo para ser real me estaba siguiendo.

La Selección - Kriss AmbersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora