CAPITULO 1: TOMA DE CONCIENCIA

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Dos meses. Sólo dos meses habían pasado desde cuando ella había encontrado de nuevo a Esteban. Dos meses que Esteban trataba de todas manieras de reconquistarla, de hacer que ella se fiará de nuevo de él. Dos meses que ella lo mandaba a paseo y lo ignoraba. Nunca habría cometido lo mismo error de muchos años antes, se había repetido a sí misma. Nunca, se había prometido a sí misma. Pero ahora este “nunca” se había ya acabado porque estaba en un coche, sentada a lado de Esteban, en ropa que ni siquiera había soñado de tener un día.

Blanca alisó las pliegues de su vestido azul oscuro. Un vestido tubo entallado debajo de la rodilla que si la hubiera visto Raúl de la Riva se habría quedado sin palabras. Blanca sabía que Esteban la miraba, pero no se atrevió a mirarlo también. Continuó a mirar por la ventanilla y veía las luces de la ciudad que desfilaban encima de sus ojos hasta que su reflejo en el cristal opaco de la ventanilla llamó su atención. Los ojos maquillados, los labios rojos, el pelo ondulado con mucho cuidado por la peluquera, los pendientes centelleantes que nunca en su vida habría podido comprar. No reconocía a esta mujer. No sabía más quién era esta mujer que así parecía más una de las clientes de las Galerías que la jefa del taller. No era la Blanca Soto Fernández que se había ido de su pueblo con una vieja maleta, demasiada pequeña para contener sus sueños pero bastante grande para llevar con ella un vestido y los recuerdos de una vida pasada. Blanca jugaba distraídamente con un rizo que le caía sobre la espalda y de repente, se acordó de cuando Max hacía lo mismo.

Max… En estos dos meses nunca había pensado a él. Quizás que pensaría si la veía así?

“No le gustaría por nada…” murmuró Blanca.

“¿Has dicho algo, Blanca?” preguntó Esteban.

“No nada” respondió ella sin mirarlo.

“¿Blanca, te encuentras bien?”

Ella no se movió y sintió la mano de Esteban tomar la suya. Blanca lo rechazó y pasó nerviosamente la mano por su pelo.

“¿Qué te pasa?”

“Estoy cansada. Por favor, parese aquí de frente a las Galerías Velvet.” dijo al chofer.

El hombre obedeció y Blanca estaba en punto de bajarse del coche cuando Esteban la agarró del brazo.

“Blanca, espera. ¿Qué te pasa? ¿No te gustó esta noche? Y mírame en lo ojos…”

Por primera vez desde cuando habían subido en el coche, ella lo miró pero no respondió.

“No has dicho una palabra durante el trayecto. Te quedaste en silencio a mirar por la ventanilla y estaba imposible sacarte una palabra de la boca. ¿Pasó algo esta noche? Yo pensaba que te había gustado esta función de gala….”

“Es tu mundo, no el mío.”    

“Blanca, has sido perfecta. Todos te han cumplimentada”.

“Sí por supuesto... Reflexionando a todos mis movimientos y palabras, quedándome en silencio porque no sabía como comportarme… Veía como me miraba la gente…”
“La gente te miraba porque eres guapísima. Las mujeres estaban celosas y los hombres encantados.”

“Sacas de decir tonterías y déjame ir.”

Blanca se liberó de la presa de Esteban y bajó del coche. Esteban hizo lo mismo y impidió a Blanca de cruzar la calle.

“Esteban, déjame pasar”.

“Blanca, ¿podemos hablar? Si no te ha gustado esta noche, la próxima vez vamos a hacer algo diferente.”

“Esteban, no hará próxima vez.”

“Blanca, yo…”
“ ¡Yo…yo…yo! ¿Te has preguntado lo que quería yo? Nunca seré parte de tu mundo, Esteban” le contestó Blanca llevándose los pendientes. “Esta mujer que tu ves no es la verdadera Blanca Soto. Yo no tengo pendientes de cristal y vestidos de alta costura. Soy la jefa del taller de las Galerías Velvet…”

“Pero eso puede cambiar.” La cortó Esteban. “Se puede acabar lo de trabajar veinte horas al día por un sueldo de miseria, de vivir en un cuarto frio y sin comodidad.”

“Las galerías son mi vida. Este trabajo es mi vida.”

“¿Y qué? ¿Vas a quedarte en este lugar hasta que tu mueras? Puedes cambiar tu vida, Blanca. Puedes tener todo lo que nunca has tenido y no preocuparte de tener bastante dinero para comer hasta la fin del mes”. 

“Te agradezco para tu preocupación pero yo nunca necesito que mi vida cambie. Estoy feliz con mi trabajo.” Contestó restituyendo los pendientes a Esteban. “Y estos, no son hechos para mí. Dalos a alguien que los va a llevar. Son demasiados elegantes para una mujer que trabaja día y noche en un taller”.

“Blanca…”

“No soy la mujer que tu quieres que sea.”

“¿Y quién eres? ¿La mujer que vive escondida en su cuarto y se tira a un chico que podría ser su hijo?”

Blanca se quedó en silencio, chocada. Esta primera reacción fue luego remplazada por la cólera y instintivamente dio una bofetada a Esteban antes de cruzar la calle que la llevaba hasta la puerta posterior de las galerías. Esteban la llamó varias veces pero ella nunca se paró, ni siquiera se giró. La cólera dio entonces paso a las lagrimas que se estaban formando en sus ojos. Blanca las retuvo y abrió la puerta. 

Los pasillos estaban sumergidos en la penumbra: solo una pequeña luz se había quedado encendida. Blanca cerró la puerta y estaba en punto de ir a su habitación cuando se dio cuenta que sus zapatos hacían mucho ruido. Suspiró y los llevó en su mano antes de empezar a andar en el pasillo. Una lagrima bajó lentamente por su mejilla derecha y Blanca no la secó. Estaba en punto de entrar en su cuarto cuando un ruido la hizo sobresaltar. Se giró y vio a Rita, uno zapato en la mano, el otro en el suelo.

“Doña Blanca, perdón, yo lo puedo explicar, es que…”

Rita se calló cuando vio a los ojos hundidos de lagrimas de la jefa del taller. Quería preguntarle si se encontraba bien pero Doña Blanca bajó su mirada y entró en su habitación sin decir una palabra. Rita se quedó algunos segundos inmóvil a intentar de comprender lo que había ocurrido antes de ir de prisa a su cuarto. Cuando entró, Ana y Luisa le dijeron:

“ ¡Rita! ¿Dónde estabas? ¿Tomaste el hilo?”

Rita asintió pero no dijo nada, ni siquiera le dio el hilo. Sus amigas fruncieron el ceño y Ana le preguntó:

“Rita, ¿qué te pasó? ¿Te ha visto alguien?”  

“Doña Blanca…”

“¿¡¿¡¿QUÉ?!?!?”

“No, no…no me ha visto… pues, me ha visto, pero no cuando estaba tomando el hilo…”

“¿Y entonces?”

“Y entonces nada… Teníais que verla, ¡no parecía ella! Estaba guapísima con un vestido azul oscuro y su pelo tan perfecto y…”

“¡Rita! ¿Dónde estabas? ¿Tomaste el hilo?”

“Perdón, perdón…pero verdad, no pasó nada. No dijo nada. Apenas me miró. La verdad es que estaba llorando…”

“¿Quién? ¿Doña Blanca? ¡Imposible!” dijo Ana.

“Te lo juro.”

Blanca cerró la puerta de su habitación y suspiró. Quitó sus zapatos y puso su bolso en la mesa antes de dejarse caer en su cama, mientras las lagrimas se bajaban en sus mejillas. Silenciosamente.

SOMBRAS DEL PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora