CAPÍTULO 8

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Pase del paso normal a la carrera. Corrí por la Alameda y dos manzanas más allá vi a Sam con Astrid y Quinn. Quinn hechó a correr hacia una casa, probablemente la suya propia, y sus amigos lo siguieron. Sin embargo, como aun estaba muy lejos, cuando llegué a la casa ellos ya estaban saliendo de ella y me vieron.

Yo pase corriendo y, claro como ya no podía tener peor suerte, tropecé y me caí de bruces al suelo pedregoso de la carretera.

Me incorporé un poco del suelo hasta quedar sentada. Me había rascado las rodillas, rompiendome el pantalón, y ahora me sangraban. Mis manos también estaban rasgadas y también me sangraban. ¡Dios! ¡dolía mucho!

--¡Joder, hoy no es mi día!-- grité cabreada a la nada.

--¿Estas bien?-- Oí la voz de Astrid detrás mía.

Me giré, aun sentada en el suelo, para ver a los tres muchachos que habían salido corriendo en mi ayuda tras mi estrabastopica caída.

--Sí, sí, estoy bien-- dije. -- No es nada.

--Estas sangrando ¿seguro que no necesitas ayuda?-- Dijo Sam.

Yo me incorporé, un poco dolorida por las rodillas rascadas, y negué con la cabeza.

--Enserio, estoy bien. Me han pasado cosas peores-- sonreí.

Y no era mentira. Una vez, el año anterior para ser exactos, me había roto un brazo en una brutal pelea con una mocosa a la que se le había dado por insultar a mi hermano. Yo había acabado con un brazo roto, pero ella no había acabado mucho mejor.

-- Sí, a ti y a todos. -- Dijo Quinn con descaro. Tenía los ojos rojos, claramente de haber llorado.

--¿A donde ivas tan apurada?-- me preguntó Astrid.

-- A mi casa. Mi hermano pequeño estará solo y me preocupa que mi madre se halla dejado el ornillo encendido o algo por el estilo antes de desaparecer.-- Respondí y enseguida me arrepentí de haber dicho lo último.

Se suponía que en aquellos momentos ellos aun no estarían seguros al cien por cien de que todos los adultos uviesen desaparecido.

Ellos me miraron asombrados.

--Bueno, quizá no halla desaparecido. --Dijo Sam aunque en realidad ni él se lo creía.

-- Ya claro, y espero que así sea y que todo estea en orden en mi casa. Pero no quiero arriesgarme.

--¿vives muy lejos? -- Preguntó Astrid.

--No, solo a unas pocas manzanas de aquí.-- Respondí.

-- Entonces te acompañamos-- Volvió a decir ella.

-- No, no hace falta enserio.

-- Sí mal no recuerdo, por la experiencia que tuviste en clase, juraría que tienes problemas de ansiedad. ¿Y si te da un ataque mientras vas a tu casa?

-- Buscaré mis pastillas y listo.-- dije un poco molesta por su comentario.

Sabía que solo quería ayudarme, pero no era agradable que te recordaran tu enfermedad.

Sam miró a Astrid y al verla tan decidida optó por apoyarla.

--Te acompañamos. -- Dijo -- Vamos.

Yo suspiré y heché a andar de vuelta a mi casa. Que enrealidad seguía sin sentir como propia.

Cuando al fin llegamos ya no pude aguantar más y heché a correr sacando las llaves al vuelo de mi bolsillo.

Al llegar a la puerta ya oía los llantos de mi hermanito y no sólo eso. ¡Olía a quemado! Abrí la puerta y entré a la carrera.

Hacía demasiado calor y había un poco de humo.

¡Mierda no!

El aire aun era respirable, pero por poco tiempo. Los chicos entraron detrás de mi y ahogaron un grito.

Yo fui corriendo a la cocina que era de donde probenia el humo. Dentro me topé un grande fuego quemando los muebles y toda la cocina. ¡No podía apagar semejante incendio!

El humo recorrió despiadadamente mis fosas nasales y noté que cada vez había menos aire. Los ojos me escocian.

-- ¡O por amor del cielo! ¡Tenemos que salir de aquí!-- exclamó Astrid.

Los llantos de mi hermano me sacaron de mi ensoñamiento y salí corriendo de la cocina para subir las escaleras, que ya estaban llenas de humo.Abrí la puerta del cuarto de Michael con gran estrépito y me asomé a la cuna.

Él no paraba de berrear y patalear. Lo cojí en brazos y me giré para volver. Pero para mi horror ahora el pasillo estaba completamente lleno de humo y era irrespirable.

Entré de nuevo en el cuarto sin saber que hacer. ¡Intentar bajar las escaleras aguantando la respiración seria un suicidio!

¿Que ago? ¿Que ago? ¿Que ago? ¡Mi ventana!

Salí corriendo al pasillo y entré al cuarto de al lado en menos de un minuto. Agradecí monumentalme que me hubieran puesto mi nuevo cuarto al lado del de mi hermano.

Abrí la ventana y me asomé para ver el pequeño césped que había abajo. Curiosamente mi cuarto estaba más cerca del suelo que el resto, como si la casa estuviera imperceptiblemente inclinada hacia abajo.

Me acordé entonces de una cosa. ¡Mis pastillas! ¡Ya recordaba donde las había dejado! Fui corriendo al cajón de mi armario,  lo abrí y allí estaban. Cojí el paquete, me lo metí en el bolsillo a la carrera y luego volví corriendo a la ventana.

Saqué la cabeza y entonces vi a los chicos salir a trompicones de mi casa.  Sam levantó inconscientemente la cabeza y me vió con mi hermano en brazos subiéndome al borde de la ventana. Él abrió los ojos como platos.

--¿Te has vuelto loca? ¡Te matarás!-- exclamó asustado.

--¿Esque acaso tengo otra alternativa?-- Le objeté.

Quinn y Astrid levantaron también la cabeza al oírnos y se quedaron de piedra al verme.

-- ¡Sam!-- Le llamé.

--¿Que?

-- Porfa ponte debajo de la ventana y coje a mi hermano. -- Le pedí.

Por lo menos así Michael no sufriría ningún daño. Sam asintió y corrió a ponerse debajo de la ventana y extendió los brazos.

-- Cuando quieras.-- Dijo

Yo tragué saliva y estreché fuerte a mi hermano, que aún no había parado de llorar, para luego soltarlo con el corazón en un puño al verlo caer.

Sam lo cojió al vuelo y sin dificultad. Yo suspiré aliviada. Y luego me puse nerviosa otra vez. Ahora me tocaba a mi.

--¡Sam apartate que me voy a tirar!-- Le grité para que me escuchara.

Él me miró, aun con mi hermano en sus brazos, y abrió mucho los ojos. Era evidente que pensaba que me mataría. Y, la verdad, yo también lo pensaba.

Él suspiró desganado y preocupado y se apartó a un lado alejándose de la ventana. No me lo pensé dos veces, simplemente me lancé sin más al suelo.

Caí con gran estrépito y noté un horrible y doloroso hormigueo recorrerme el pie derecho al tocar el suelo. Grité de dolor y me llevé allí la mano.

¡Genial! ¿Y que haré ahora con un pie roto?

Perdida en la saga olvidados (En Pausa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora