I. El reloj (un cuento de tres partes)

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He ido a ver a la bruja del pueblo, con la esperanza que pudiera resolver el problema que me ha quitado el sueño y que alarga mis días hasta volverlos insoportables. 《¡Qué será de mí si ella no puede hacer nada! Y si obedeciera a lo que estoy a punto de pedirle, ¿me sería posible aspirar luego al perdón de Dios?》 Me pregunté cuando la anciana abrió la puerta y me invitó a pasar. Me hizo seña que tomara asiento en una silla de madera junto a la chimenea. Ella, por su parte, se sentó enfrente de mí, mientras hilaba en su rueca como si estuviera sola.

   —¿Sabe usted que —me preguntó, por fin, sin dejar de hilar—, pocas veces recibo visitas de hombres, sobre todo tan jóvenes como tú?

   —Por lo general —respondí yo—, los hombres no padecen desamor, porque puede resultarles placentera la compañía de cualquier dama y así, olvidar a su enamorada. O, eso creí yo, sabia anciana. Me temo que ya no estoy tan joven como quisiera estar, para seguir creyendo lo antes dicho y seguir actuando tan mundano como antaño.

   —Sí —replicó sin siquiera voltear a verme—, es por eso que este lugar es más concurrido por las mujeres. Lastimosamente, para una mujer es más difícil olvidar a alguien con otra persona, así que tienen que recurrir a la brujería para intentar atraer a quien sin magia ya creen perdido para siempre. ¿A quién, joven de alma dolida, quieres enamorar? Háblame de ella, es necesario para hacer mis hechizos.

   Dudé un momento, guardé silencio, entonces me volteó a ver, dándose cuenta de cuánto sudaba debido a la tensión. Debió de haber creído que estaba a punto de desmayarme, porque se puso de pie y abrió la ventana para que el viento me regresara el habla. Me esperé a que la bruja se sentara nuevamente, después la oí comentar algo sobre el viento tan frío que terminaría por apagar la chimenea. No le dejé terminar su comentario, porque le interrumpí diciendo lleno de rabia, recordando el por qué estaba con ella:

   —No quiero que la joven se enamore de mí, porque ella ya lo está, bruja conocedora. Ella me ama como a nadie. Ella misma me ha dicho que mi sola presencia la embriaga más que el vino más exquisito. Me ha dicho las noches en que soñaba tiernamente con que le desposara, y que al despertar quería seguir en su ensoñación...

   La bruja me miró sorprendida, preguntando:

   —Entonces, ¿por qué estás aquí si ella ya te ha hecho saber que te pertenece en mente y alma?

   —Porque, ¡Oh, cuánto me apena decir las cosas ruines que ahora debo decir! A pesar de ser su amor tan intenso por mí, ella está decidida a unirse en santo matrimonio con alguien más. Días antes de anunciar su compromiso, me escribió una carta expresando que nunca se casaría con alguien como yo, que mientras le intentaba cortejar, también cortejaba a otras más y satisfacía mis deseos con otras cuantas. ¡Ah, de haber sabido que se iba a enterar nunca habría volteado a ver a las otras criaturas vulgares que hacen caer al noble en tentación!

   —Dígame, hombre, ¿por qué si quería a esa joven tenía a otras?

   —Si supiera, bruja, que ella siempre fue muy recatada conmigo, porque yo fui la primer persona en quien se fijó para cortejar. Pero todas estas normas de la sociedad sobre el cortejo me aburren sobremanera, de forma que si estuve con otras queriéndola a ella, fue porque ella nunca habría aceptado estar conmigo antes de casarnos. Cuando la conocí, era una persona dominada por los sueños, pues tenía la tierna edad de dieciocho años. Ahora, se ha vuelto más realista, y piensa que soy la peor persona para un compromiso, por esto ha decidido unirse con alguien que no ama, sí, pero con alguien que sabe que la respeta y la hace sentir bienaventurada. Es por esto que no quiero su amor, sino su muerte. Me ofreció su amistad, pero eso no me basta, quiero que sufra como lo estoy haciendo ahora, y lo único cercano a este dolor es la muerte.

   —¿Cómo puedes desear algo porque no te agradó la consecuencia de tus excesos? ¿Cómo he de saber que la quieres ver muerta porque no cayó ante tus intentos de hacerla caer en tentación, o porque realmente estás experimentado la zozobra del desamor? Yo le conozco a usted muy bien, pues varias jóvenes que le amaban vinieron pidiendo encantamientos, pero se los negué, porque nisiquiera la magia puede corregir a un adúltero. Por desgracia —dijo mientras se ponía de pie y se dirigía a una estantería con libros viejos—, deacuerdo a mis deberes como bruja, no debo interferir en los deseos de mis clientes, sean buenos o malos. He de decir que me compadezco de la pobre joven, porque luego de haberse librado de un don Juan, ahora deberá intentar ser feliz con alguien que no ama.

   Sacó un libro color coral, tomó sus gafas y empezó a leer, lo que yo imagino, cualquier línea que pudiera servir para no cumplir mi deseo. Cerró el libro con bastante decepción, luego dijo:

   —Es la primera vez que me cuesta llevar a la tumba a la víctima,  ¿será que la edad me ha vuelto más sensible? ¿O, me recuerda a una historia del pasado, en donde yo...? Disculpe joven, he intentado impedirlo, mas fue en vano, la joven va a morir si usted así lo desea. Pero, hagamos algo, yo le daré a usted algo que, si la joven es débil, fallecerá enseguida, en cambio, si es fuerte, logrará sobrevivir, y, esto a mí no me afectará en mi oficio, porque dependerá de ella si vive o no.

   Como yo me sentía incapaz de tocar a la que amaba para dañarla, acepté la extraña propuesta de la vieja. Me puse de pie para pagarle lo que me pidió que le diera. Acto seguido fue hacia un rincón donde había todo tipo de artefactos raros que parecían venir de algún país exótico que nuestro mapa no contuviera. Finalmente, sacó un reloj de pared, bellamente hecho, resultaba hipnotizante mirarlo. En cada esquina tenía un ángel sentado, como en una pose de pesar.

   —Mientras tengas el reloj en tu casa, no lo cuelgues ni lo descubras, mántenlo escondido como has visto que lo tuve. Le regalarás esto siete días antes de su boda, procura que esté en su habitación y no en otra. La visitarás cada uno de estos siete días, serás amable con ella, sin mencionar el amor, porque te harás pasar por el amigo que ella quiere que seas. Y en el octavo día sabrás el desenlace, si se casará o si fallecerá el día de su boda. Ahora puedes retirarte.

   Tomé el enorme reloj que apenas pude llevar al carruaje, pues era muy pesado. Una vez dentro del carruaje, me dispuse a contar los siete días antes la boda.

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora