II. Paloma

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Podría decirse que después del sueño reconfortante del día de muertos empecé a ver a Flor con poca frecuencia estando dormido. Esto me hizo darme cuenta lo contradictorio que puedo llegar a ser, ya que, lo mejor para mí hubiera sido continuar de este modo; soñar con Flor lo menos posible para evitarme el tormento de despertarme sin ella. Pero, el sentimiento tan tranquilizador que me cubría como un manto cuando la veía en mis sueños tan sonriente era tan adictivo, que en severas ocasiones antes de dormir miraba al techo pensando en ella para que de esta forma se presentara. Sin embargo, Flor pareció desterrarse de mi sueño sin importar lo que hiciera.

   Un año después de haber llegado al pueblo, las cosas continuaban de la forma hasta que llegó nuevamente día de muertos. Paloma se dedicaba a lo mismo pese al odio de la comunidad. Si a alguien se le aparecía una lechuza en media noche, todos aseguraban que era Paloma. Si a alguien les sucedía una tragedia, culpaban a Paloma de ser la causante. Cada día me era más difícil conservar su amistad sin que los murmullos de ser su ayudante llegaran a mis oídos. Y a pesar de oír estas habladurías, yo seguía aceptándola en mi hogar porque al verla tan sola no podía evitar pensar en lo triste que se había de sentir igual que yo.

   —Lo que yo no sé, Paloma —le dije yo un día, mientras platicábamos afuera de mi casa, velando a Flor—, es por qué eres tan solitaria como yo. Tan joven y no tienes papás ni hermanos. Por qué te gusta tu trabajo si la gente no te quiere...

   —Si supiera, señor Manuel. Yo sí tuve papás y tengo muchos hermanos, pero ninguno vive aquí. Como desde días lo veo con ganas de preguntarme sobre mi vida, ha de saber que nunca he tenido la confianza de contarle a nadie sobre mi vida, pues no quiero ser juzgada, de modo que le diré todo tan detallado para que no tenga que hacerme ninguna pregunta.

   LA VIDA DE PALOMA

Yo soy la sexta de nueve hijos. Pero mi padre alegó que yo no era su hija, debido a que era la única bonita de todos los que habían nacido. Mi madre, con el afán de agradar a mi padre, me regaló con una tía paterna que no pudo tener hijos y que también la crió  a ella. Aún recuerdo cuando mi madre visitaba a esta señora, yo siempre me quería regresar con mi madre, pero ésta me regresaba a golpes diciéndome que quedara con su tía. Hasta que un día, su tía falleció. Yo, que en aquel entonces era una niña de no más de seis años, soñaba con que se muriera esa señora para yo poderme ir con mis padres. Tristemente, mi madre me volvió a rechazar, y tuve que irme a vivir con su primo.

   Ese primo era un vil borracho, y me amenazaba con golpearme si no ponía la olla de frijoles cuando decía. A su mujer la golpeaba sin más. Esta situación fue muy diferente con mi tía abuela, por quien derramaba amargas lágrimas cuando recordaba lo bien que me trató. Viví dos años con el primo de mi madre, hasta que un día mi hermana mayor para ir la tienda pasó por donde yo vivía. Y al verme en un estado tan tenso y miserable, me dijo que me iba a llevar con mi madre. Pero ésta, al verme me gritó para que me regresara. Sin embargo, mi hermana le dijo que mi lugar como su hija era estar con ella. Mi madre no contestó nada y me dejó vivir con todos mis hermanos. Ya tenía ocho años.

   No obstante, no fue la completa felicidad. Mi padre no trabajaba y solamente le gustaba golpear a mi madre, además de hacerla trabajar y quitarle el dinero para dárselo a su otra familia. Aún con esto, no puedo decir que mi infancia fue tan mala, porque gracias a mi madre atesoro momentos buenos. Pero es bien conocido que lo bueno es poco en esta vida, y cuando cumplí once años, mi madre nos abandonó a todos por un hombre. ¿Sabe usted, que también yo soy de Sinaloa? Mi madre se fue a Sonora con un hombre que conoció, dejándonos como si fuéramos adultos. Aún recuerdo cuando mis hermanos mayores lloraban en la noche por mi madre. Tuvimos que criar a los menores hasta que ella regresó casi dos años después.

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora