V. Muchos años después

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Está de más decir que con el tiempo, el consuelo que encontré en mi amiga Paloma fue evolucionando hasta convertirse en algo casi igual de puro y bello que lo que llegué a sentir por Flor. La diferencia era que Paloma y yo envejecimos juntos, perdiendo nuestra juventud y abriendo paso a una digna vejez. Si Paloma enviudaba o yo enviudaba no habría el mismo odio contra la vida porque ya era nuestro momento de despedirnos. En cambio, Flor siempre permanecería joven porque así se marchó. Entre más viejo me hacía más injusta me parecía la muerte de Flor, a quien le habría dado veinte de mis años sí con eso la revivía; no importándome que se me recortaran esos veinte años de mi vida.

   Cada día de muertos, como Flor me prometió, me visitaba en sueños. Eran sueños igual de tranquilos que los relatados anteriormente. Y, como agradecimiento, cada año no olvidaba colocarle su tapanco con una foto de ella y su corona de flores.

   El décimo día de muertos que pasé sin ella, cuando nació el primer de nuestros hijos, no la soñé. Esto me entristeció sobremanera, pero Paloma me consoló diciendo:

   —Ella sabe que ya no le haces falta.

   Esto me entristecía pues ya no volvería a oír su voz ni verla sonreír. Sin embargo, muchísimos años luego, llegó una fiebre muy mortal a nuestro pueblo. Paloma me cuidó, aún sabiendo que no podría reponerme ante semejante enfermedad. Entre las alucinaciones de la fiebre, miré a una joven que me observaba agonizar desde la ventana. Aunque mi memoria presentara fallos con la edad, yo sabía que ese rostro era el de Flor Acacia. Al mirarla tan juvenil y resplandeciente, mientras yo estaba todo viejo y moribundo, escondía mi cara con las cobijas para que no me viera.

   Pero, era inútil, porque Flor seguía viéndome por la ventana, saludándome con una sonrisa y haciéndome señas para que la siguiera. Paloma supo que Flor había llegado por mí, por eso con mucha paz, besó mi mano y la abrazó con los ojos cerrados, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y murmuraba cosas como: 《Te dije. A los muertos y a los vivos no nos separa mucho》. Yo, en contraste, me sentía joven y saludable nuevamente. Mi alma pudo separarse de mi cuerpo para perseguir a Flor y que me encaminara al lugar que estaba tan impaciente por enseñarme.

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora