Maldición francesa

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Yo, Hélène Duchamps, esposa del conde Pierre Chaussée, pido como última voluntad que el siguiente manuscrito sea entregado a mi hija Blanche Chaussée en el día que cumpla la edad de dieciocho años, es decir, dentro de once años, el día primero de diciembre del año mil setecientos ochenta y tres. Mi propósito no es sembrar terror en su existencia, sino que la entonces huérfana se entere de la oscura historia de su padre, y que, de ser posible actúe con cautela para evitar las horribles predicciones que hay sobre ella.


Todo sucedió cinco años antes de conocer al conde, alrededor de 1759. En aquellos tiempos, él era un hombre de veinticinco años, que heredó su título tras la muerte de su padre cuando él apenas tenía veintiún años. Pierre —le nombraré a partir de ahora—, era alguien reservado, que asistía a cenas y bailes por deber social y no por gusto. El motivo de ser una persona retraída no radicaba en la tímidez, sino en sus gustos pocos cómunes. Creía en criaturas fantásticas y en otros mundos gobernados por seres distintos a nosotros. Sentía fascinación por lo desconocido y su obsesión no pasaba desapercibida entre los habitantes de Tolouse, que era en donde él vivía. Todos le temían, porque había rumores de que él practicaba brujería, pues una vez extravió varios pliegos de papel en la zona del bosque donde solía pasear. Quienes lo encontraron dicen no haberlo podido leer, porque estaba escrito en una lengua desconocida, pero que vieron trazos indescriptibles, el único que comprendieron fue el de una mujer desnuda con los brazos y las piernas extendidas. Entonces Pierre apareció y les arrebató las escrituras, jurando ahorcarles si se atrevían a seguir indagando sobre sus intereses.

   Antes de que él muriera le pregunté sobre el asunto, y me dijo que aquel pliego de papel estaba en su casa de Tolouse, también confesó que la modelo de su dibujo era la gitana Isabelle. Se trataba de la gitana más hermosa de la zona. Además de sentirse atraído por los mitos gitanos, se sentía atraído hacia ella. La espíaba sin vergüenza, estaba tan perdidamente enamorado de ella, que hasta llegó a pensar que lo habían hechizado. Sin embargo, él sabía que nunca podría desposarla, más que por la pobreza en la que vivía ella, por pertenecer a un grupo étnico que no permitía que se casaron con alguien que no fuera gitano. Después de que se le descubrieran sus anotaciones, decidió viajar por toda Europa, en busca de lo único en que pensaba y soñaba: las sirenas.

   Su obsesión por Isabelle no era nada al lado de su admiración por esas mujeres con cola de pez cuyo canto es mortal para el hombre. Pues, a los tres años regresó a Tolouse, con la decepción del fracaso, pero al menos con la esperanza de mirar a Isabelle nuevamente. Tras ausentarse tanto, el mirar a Isabelle otra vez fue casi algo brutal, pues la gitana era incluso más hermosa que cuando él se marchó.

   Miró su larga cabellera azabache, y sus ojos extraordinarios, pues no solamente eran de un verde agua hipnotizante, en su ojo izquierdo tenía una mancha azul que añadía excentricidad a la gitana. En ese momento danzaba como en otras veces, pero en aquel instante hizo algo más que agitar su cuerpo sin defectos: cantó. Al oírla cantar, algo de la poca moral, cordura y respeto a Dios se esfumó de Pierre. Regresó a su castillo y comenzó un terrorífico boceto, que he mandado a traer para que logres comprender un poco la oscura mente de tu padre.

   Con la cordura que le quedaba, elaboró un plan. Pierre había enloquecido sin cura, pero una locura astuta, que jugaba con la percepción de uno y lo hacía capaz de fingir estar bien. Su propia maldad y obsesión le orilló a la locura más enferma que se haya visto. Desgraciadamente, nadie le dijo nunca que la cordura es un frágil hilo, que al tensarlo apenas un segundo se parte en dos irreversiblemente, dando paso a los delirios, visiones y pensamientos irracionales.

   Él sabía que la madre de Isabelle era una vidente charlatana, así como sabía que era Isabelle quien decía en francés lo que su madre decía en su lengua. Aprovechó esto para enamorarla, en sus visitas le llevaba joyas que tiempo después adornaron mi cuello y mi cabeza. Con la promesa de casarse sin temor a que interrumpieran la boda, huyó con la gitana hacia una aldea costera donde los dos eran desconocidos. Se casaron y establecieron en una cabaña enfrente del mar, cuya casa más cercana estaba a bastantes millas de viaje.

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora