El rapto

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El ritual de la luna se realizaba cada inicio de año en la aldea de Lundter. Dicho ritual tenía el propósito de agradecer a la naturaleza por lo que nos brinda, también para jurar lealtad ante las Hadas de la flora y la fauna, para aceptar la muerte como castigo si se cazaba a un animal o se talaba un árbol cuando no había necesidad de hacerlo. Por este motivo, Lundter se convirtió en la aldea más pintorezca que se haya visto jamás, ya que había sabido crear un balance entre la naturaleza y el ser humano.

   Lundter tenía habitantes sabios, que aceptaban con los brazos abiertos a cualquiera que entrara. Era normal que recibiera miles de visitas a lo largo de su historia, pues los visitantes no podían creer que existiera un lugar tan armonioso.

   Así como poseía este hermoso respeto que muchos desearían que existiera en donde viven, su amor por la flora y fauna no es en vano, pues por una maldición que ya nadie recuerda, tenían prohibido salir de su aldea; con dar un solo paso de fuera caían muertos.

   —¿Por qué mueren? —preguntaba Madai a sus padres.

   —Te hemos dicho que es por una maldición —respondió su padre, que nada toleraba el tema.

   —¿Por qué razón nos dieron una maldición tan severa?

   —Sé que si no te contesto en este momento, nos martirizarás —dijo su madre—. Pues bien, nadie conoce qué originó nuestro castigo, pero se cree que un cazador de Lundter cazaba por diversión a los lobos protegidos por los dioses, hasta que un día cazó al último lobo, y la ira de los dioses fue tanta que no bastó con condenarlo a él, sino a toda su aldea. En contraste, hay otras versiones que dicen que las brujas del bosque maldijeron el pueblo vecino (¡Ojalá pudiéramos salir para saberlo!), en consecuencia, los dioses nos maldijeron a nosotros.

   A Madai no le parecían suficiente las sospechas. Nunca le había dicho a sus padres, pero su mayor sueño era recorrer aquello que le llamaban mundo. Los habitantes de Lundter evitaban hablar sobre el mundo y lo que podría haber en él. Madai sabía más que ellos, pues una vez conoció a un viajero, y al hacerle tantas preguntas sobre el exterior, el viajero le obsequió un libro que Madai tuvo esconder celosamente en el bosque.

   No obstante, sus ojos anhelantes por conocer más hacían notoria su descontento por permanecer en Lundter haciendo el ritual toda su vida. El padre de Madai, un amargado leñador, intentaba destrozar el sueño de su hija, porque tener una hija con sed de conocer, era un buen motivo para recibir desprecio en Lundter.

   Madai ya tenía veinte años. Veinte años viendo las mismas calles, veinte años de observar cómo los visitantes podían entrar y salir sin problema alguno. Un día, su padre la encontró mirando el cielo, llena de esperanza, pues estaba intentando buscar alguna solución.

   —¿De modo que la hija a la que me he esforzado por complacer, muestra su ingratitud al querer salir del pueblo considerado el más hermoso?

   —¿Y quién nos dice que este pueblo es el más hermoso, padre? —replicó Madai— ¿No sería mejor que pudiéramos decidirlo por un criterio creíble y no porque otros lo dicen?

   —Madai, no importa si tienes la valentía de faltarme al respeto con tu ingratitud. No importa qué tan fervientemente deseas conocer nuevos horizontes, porque nunca lo harás. Si algún día, las Hadas concedieran el permiso a alguien para salir, no sería a ti, porque los viajeros no son mujeres. ¿Alguna vez ha venido alguna mujer?

   —Por supuesto...

   —¡Pero no vienen de manera independiente! Acompañan a su esposo para que se haga cargo de las labores del hombre al que pertenecen. El hombre es el encargado de conquistar nuevas tierras y conocerlas, ¿por qué habrías de interesarte tú? —escupió la pregunta con desdén. Madai comenzó a llorar, sintiéndose aislada y sola.

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora