III. La historia de Flor

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—Verás, Paloma —continuó Manuel—, Flor era la niña que le cae bien a todos menos a los que dicen ser sus amigos y familia. La madre de Flor y su padre se encargaron de convertirla en una joven ingenua que pensaba que las cosas siempre habían de hacerse a su modo. No es que tuviera un fuerte carácter y que a base de la terquedad triunfara; si no que te persuadía tiernamente, dándote un beso en la mejilla y hablándote suavemente.

   》Este temperamento tan perfecto para agradar a terceros y sumando su belleza física, solamente logró darle más enemigas que amigas. Es decir, quien no la viera como "competencia" podía tratarla sin sentir envidia de ella, porque siendo sinceros, su fortuna no era la más grande del pueblo. Y esto último fue su condena.

   Su padre, deseoso de escalar más y más de posición social no le importó casar a su hijo con la hija de alguien importante, aún sabiendo que su hijo no correspondía el interés de su actual esposa. Pero, como es propio de los ambiciosos el nunca tener suficiente, esperaba poder lograr que Flor contrajera nupcias con alguien mucho más adinerado y poderoso de lo que pudiéramos imaginar. Y fue así como Flor llegó a cumplir más de veinticinco años esperando que su padre se decidiera por alguien, porque para el señor Guerra ningún pretendiente cumplía sus pautas.

   Flor me confesó en una ocasión, que creía morir solterona porque el señor Guerra la cuidaba como a la piedra preciosa más rara de todas. Tal vez usted crea que eso debe hacer un padre, pero las señoritas no son joyería que se pueden guardar por años en un cajón esperando a la ocasión para sacarlas y lucirlas; son seres con emociones y raciocinio, que si el padre las prepara bien,  han de elegir qué hacer con su vida.

   Yo admito haber estado enamorado de Flor Acacia desde que éramos unos jovencitos que apenas habían dejado atrás su infancia. Yo no era pobre, pero tampoco podía decir que era más rico que los Guerra, y es por eso que estaba descartado para casarme con Flor. Ella no tenía tiempo amándome como yo a ella. Flor siempre estuvo muy centrada para intentar ganar el aprecio de sus primas. Esto la consumaba demasiado, porque no soportaba el no tener a amigas de su edad para hablar de bailes y vestidos.

    Supongo que empezó a notar mi presencia a medida que se resignaba a no tener el respeto de sus primas. ¿Y por qué me habría elegido a mí? Porque yo, al haber sido un buen amigo de su hermano porque somos de la misma edad, crecí consolándola de los desaires que las otras señoritas le causaban. Me sentaba con ella por horas a oírla llorar para después secar sus lágrimas y repetirle que no las necesitaba.

   Desde luego que Flor llegó a tener amigas, pero sus primas no tardaban en alejarlas a base de engaños y chismes.

   Pero, llegó el día, el día en que el señor Guerra consiguió a un marido para su única hija. Un gran político que cuando terminara su cargo en La Ciudad de México, se irían a vivir al extranjero con una vida de lujos. ¡Qué gran pesar sintió Flor al saber que estaba a obligada a casarse con alguien que, como quien dice, le doblaba la edad! No obstante, como ella me contó, esta noticia le sirvió para darse cuenta que no se quería separar de mí, que quería casarse conmigo porque me amaba.

   Los dos sabíamos que el señor Guerra nunca aprobaría nuestra unión, por eso es que Flor me insistía para escaparnos. Sin embargo, como yo no quería que por mi culpa cortara relación con su familia, le insistí en que me dejara hablar con él. Y, un día ella llegó conmigo, con su sonrisa habitual, a decirme que su padre ya sabía lo nuestro y que la única consecuencia fue echarla de la casa y desheredarla.

   Este castigo no fue tomado enserio por mí. Tampoco encontré sospechoso que me pidiera empezar de nuevo en otro lugar, sin temor de encontrarse a su padre. Le propuse partir a Sonora, lo cual aceptó. Cuando menos lo pensé ya íbamos camino a Sonora, cuando una bala, que iba destinada a perforar mi cuerpo, terminó quitándole la vida a Flor Acacia Guerra.

   Supongo que Flor me mintió y nunca le dijo nada a su padre. Y que cuando el señor Guerra oyó rumores de que me vieron con ella saliendo del pueblo, se enojó tanto que decidió asesinarlo a sangre fría porque no solamente se le iba su hija, si no la oportunidad de tener más dinero y posición social.》

   Terminé mi relato y Paloma se quedó viendo la tumba de Flor fijamente, luego de unos minutos dijo:

   —Me has contado muy poco. Flor quiere que me cuentes el por qué le haces coronas de flores.

   —Eso es porque cuando la veía desanimada por culpa de las señoritas, me iba a su jardín, cortaba flores y entrelazaba los tallos hasta hacer una corona. La colocaba sobre su cabello, y le decía solemnemente que una reina de un país lejano vivía sabiendo que cualquier amiga de la corte quería robarle el trono, pero eso no importaba porque quien usaba la corona eran ella.

   Paloma pareció conmoverse, me dijo que me iba a dejar a solas con Flor en lo que restaba de la noche. Yo me quedé velando a Flor otros quince minutos hasta que me quedé dormido en el suelo a un lado de Flor, soñando lo más inverosímil que pudo haberseme ocurrido.

   Fue un sueño breve pero profundo. Estaba yo caminando por las calles del pueblo, cargando una carrucha llena de puros jarrones de barro, cuando varios caballos a todo galope iban a pasar por encima de mí y alrededor. Los miré tan cerca que me creí a punto de morir. No esperé con que Flor me iba a tomar de la mano y me guió de forma que pude esquivar los caballos. Cuando los animales terminaron de pasar, la carrucha fue lanzada lejos, quebrándose todo jarrón. Apenas presté atención a esto, porque estaba embelesado con Flor.

   —Te prometí que siempre te voy a cuidar. No solamente en tus sueños, Manuel, si no en la vida real. Cada día de muertos puedo venir a recordarte que nuestro amor permite que yo pueda venir aquí. El día que tu corazón no me pertenezca, sabré que no me necesitas.

   —Flor, yo te necesito. No quiero que te vayas. Quédate conmigo. Ojalá todos los días pudieras venir a visitarme porque de veras que te necesito.

   —Me necesitas menos de los que crees, Manuel. Quiero que llegue el día que no me necesites, porque no es bueno necesitar a los muertos. Mi alma no descansará hasta que sientas deseo de reanudar tu vida; casarte con alguien más, socializar con tus vecinos.

   —¡Al diablo todo eso! Yo te quiero ver otra vez. Saber que cuando me despierte no te vas a ir. Que cuando día de muertos termine tú vas a seguir aquí.

   —Me temo que eso no es posible, querido.

   Y, como su costumbre, me dio un beso en la mejilla. Finalmente me susurró un suave: "adiós".

A la mañana siguiente, fui a buscar a Paloma, para contarle mi sueño, ella repitió:

   —Ya le dije que a los vivos y a los muertos no nos separa mucho. Lo mismo de fácil es que un muerto ande entre nosotros a que uno de nosotros ande entre los muertos. Creo que cuando la gente entienda esto, dejará de tenerle miedo a la muerte y soltará la vida con más facilidad. ¡Qué bien debe de sentirse vivir en la muerte, sin las adversidades de la vida!

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora