III. Final

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Recuerdo el día que el joven libertino llegó a mi morada. Estaba enfurecido y tan lleno de cólera que creí por un momento que la dama ya había fallecido, y que ahora venía para reprochármelo. Mis cejas se arquearon en señal de lamentación porque creí quitarle la vida a una joven que por fin se deshacía de un amor que no era sano para ella. Pero, cuando él comenzó a decirme del estado tan increíble en que se encontraba la pobre, suspiré para relajar mis miembros que se habían tensado segundos antes.

   —¿Cómo espera que recupere la compostura y la salud para su boda? —preguntó él, casi a gritos— si falta una hora para su boda.

   —No puedes esperar que muera con su aspecto juvenil de antaño. Ni la dama más delicada muere de forma grácil como si fuera un pétalo que marchita o un pájaro que canta su última canción, joven. Tristemente, la muerte nos ha privado de una partida memorable como la que le brindó a la naturaleza.

   No pareció escucharme. Únicamente me miraba sin decirme nada. Yo conocía esa mirada. Sus ojos me suplicaban para evitar que su enamorada falleciera, sin embargo, yo no podía hacer nada más que animarle a seguir adelante cual fuera el resultado.

   —Tú mismo te has colocado en esta posición —comenté—. Pensarás que soy cruel por no poder ayudarte. Pero esto es exactamente lo que quería lograr. Te pedí que la visitaras cada día para que notaras su constante deterioro, y así hacerte ver que aunque deseabas fervientemente su muerte, desearás más el recuperarla.

   Se arrodilló en mis pies. No lloraba, aunque parecía luchar con un nudo en la garganta. Finalmente, me suplicó que fuera con él a la boda, a lo que accedí.

Una vez que todos entraron a la iglesia, observé cuidadosamente a la novia. Estaba peor de lo que imaginé. La miré con una aguja en su mano y cada que sus ojos se cerraban para intentar dormir, ella misma se despertaba presionando la aguja sobre su piel demacrada por la falta de sueño. Tuve cuidado de no ser vista por ella, porque así como a veces cerra los ojos, de súbito los abría con terror y examinaba a los invitados.

   Momentos antes de que los declararan marido y mujer, la campana de la iglesia sonó a la hora acostumbrada. En ese momento, el alivio que sentí porque había sobrevivido se esfumó cuando la vi reaccionar ante las campanadas. Yo conocía el reloj que le causó tanto tormento. Ahora sabía yo que ella creía estar en un sueño. Su mirada se calmó, y sin que me diera tiempo de esconderme, me miró a la par que lanzó un grito.

   Para todos yo era una fea anciana que vestía ropa un tanto vieja, pero para ella yo era uno de los sueños que tuvo. Mas, en vez de luchar por sobrevivir, comenzó a clavarse las uñas en su cabeza y empezó a tirar de sus pelos mientras gritaba que ya quería despertar. Todos se alarmaron. Pero el joven que le causó todo se levantó de su asiento y fue a consolarla.

   Sentí una sensación extraña cuando la miré recobrar la compostura en brazos de quien le causó aquel sufrimiento. Aún sigo sin comprender cómo el amor de ella la sacó de sus delirios. Y él, como el gran sinvergüenza. El gran egolátra y el gran cínico, ahora era el gran héroe enamorado que conmovió a todos al grado de casarse en ese momento con ella.

   Pero, hay algo frustrante en lo que recién describí. ¿Cómo es que la joven, una vez salida de su ensoñación no recordó cómo era él? ¿Acaso pensó, igual que todas las jóvenes tontamente enamoradas, que luego de que un hombre te hace sufrir, te hace feliz? ¡Oh, cuánto deseaba entrar a la iglesia para darle una buena bofetada a la novia! Para ustedes, cuando una historia termina en boda quiere decir que el final es feliz, pero no lo es, y ahora explicaré por qué en este caso no fue feliz.

   Estaba yo un día, caminando enfrente del lugar al que los hombres viciosos suelen reunirse para apostar, beber y otras cosas, cuando escuché a dos hombres teniendo un altercado. Había resultado que el hermano de la novia golpeó al joven libertino. Esto, por serle infiel a su hermana con una amiga.

   El caso es que el libertino salió herido de su pierna y desde que recibió su merecido cojea cuando camina, pero ahora es el doble de infiel, borracho y violento. Por desgracia, no me he encontrado con la novia, pero es fácil suponer que ahora se encuentra reflexionando en el buen matrimonio que dejó ir y en el infierno que vivió por culpa del reloj que estuvo muy lejos de acercarse a la pesadilla que ahora viviría hasta su muerte.

Cuentos de Hadas (Vólumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora