Una lluvia torrencial impidió que los invitados de la fiesta regresaran a sus casas. La propiedad de monsieur Favre era la segunda casa más alejada del poblado de Tolouse, solamente superada por la abandonada St. Benoit. Ninguno de los veinte invitados, sin incluir las cortesanas, renegó por no tener más opción que quedarse hasta el amanecer, porque esto significaba más tiempo para satisfacer sus placeres mundanos y extender sus conversaciones indecorosas para el oído del creyente.
Todos ignoraban el fuerte sonido de la lluvia cayendo; así como también ignoraban al reloj cuando anunció que era media noche, o, más bien, casi todos lo ignoraron menos Eymar, la preferida de monsieur Favre por ser la más enigmática, pues lo único que se sabía de ella era el día en que se bajó de un barco proveniente de España, vestida con ropajes gitanos, hace poco más de tres años.
Al oír el reloj, Eymar dejó de hacer lo que estaba haciendo, y se apresuró a mirar por la ventana, intentando inútilmente ver a través de la lluvia. El interés de la joven despertó curiosidad en monsieur Favre, porque todo lo que Eymar hacía era interesante para el hombre.
—¿Deseas marcharte? —le preguntó él, sin levantarse de su asiento, porque aún cuando era imposible llevarla a su casa, él estaba dispuesto a lograrlo por ella.
—¿Qué tan lejano está St. Benoit de aquí? —preguntó Eymar, ignorando la pregunta de monsieur Favre.
—No lo sé con exactitud, puede ser que a una milla, o quizás dos. ¿Por qué la pregunta? ¿Acaso es obligatorio que todos los gitanos conozcan el cuento falso de St. Benoit? —respondió cansinamente. Esto llamó la atención de los invitados, quienes estaban atentos a la respuesta que daría Eymar.
—Los gitanos no olvidan —replicó Eymar a la defensiva—, así hayan pasado cien o doscientos años, nosotros no somos como ustedes; que olvidan con el pasar del tiempo, porque nuestra sangre nos hace regresar al pasado con frecuencia. Así como la trágica historia de Isabella es recordada hoy en día, la mía que les causó repulsión también se seguirá narrando en cien años, sin importar cuánta vergüenza sientan.
—¿Qué tanto sabes de la historia de St. Benoit? —preguntó monsieur lentamente.
—Más que todos los aquí presentes, monsieur, porque soy descendiente de Isabella. Pocos sabían que ella tuvo un hermano mayor, que junto con sus padres y esposa se fue a España para intentar olvidar el terrible suceso. Se establecieron en el país, y se encargaron de que cada parte del linaje se enterase de los motivos por los que abandonaron Francia.
—En todo caso, eres la prueba de que la historia es real —dijo uno de los invitados—, pero no puedes comprobar que las apariciones que se dicen dar en St. Benoit son reales o producto de la superstición.
—Lamento verte perder la discusión, Eymar —dijo monsieur Favre—, pero Louis está en lo cierto. Tus ancestros pudieron maldecir el linaje de los Chausseé, pero no existe nada que pruebe la supuesta maldición que cayó en St. Benoit.
—Pero, yo sí tengo las pruebas, monsieur. Se sabía que el conde Pierre practicaba brujería en su castillo, con el afán de ver cumplir sus anhelos desquiciados. Todos ustedes saben de la desaparición de doncellas que hubo durante el periodo de la historia, por la cual el conde fue culpable. Esos dos motivos son suficiente razón para cuestionar el lugar.
—Olvidas —respondió una de las cortesanas—, que al fallecer madame Chausseé, St. Benoit pasó a convertirse en un monasterio que daba acogida a huérfanos, incluso, Blanche, la hija de los Chausseé llegó a vivir en este lugar hasta los dieciocho años. Nunca se hubiera convertido en un monasterio si las apariciones fueran reales.
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Cuentos de Hadas (Vólumen II)
FantasiSegunda antalogía de cuentos escritos por mí. Tratan de justicia, venganza, amor, en general, del comportamiento humano. #FA2019