Capitulo XXVI

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Ese mismo día, por la tarde, después de que Connor terminó su jornada, condujo hacia la casa de su mejor amigo y consejero: Sam Dameshek. El psicólogo estacionó en la casa de su rubio amigo, bajó del auto y puso los seguros automáticos; luego caminó hacia la puerta, tocó el timbre y esperó.

—Kimberly —dijo Connor después de que la madre de Sam abrió.

—Connor, mucho tiempo de no verte. ¿Cómo has estado?

—Pues... más o menos.

—¿Por qué? ¿Qué te pasó? Parece que no haz dormido en días.

—Por eso estoy aquí, Kim, ¿puedo entrar? Necesito ver al loco Sam.

—Sabes que no necesitas invitación, hijo —se hizo a un lado y abrió más la puerta—. Adelante, Sam está en su cuarto, ya sabes dónde es.

—Gracias.

El rubio subió las escaleras arrastrando los pies, fue a la habitación de Sam y golpeó suavemente.

—Adelante.

Connor entró y ahí vio a su amigo recostado en su cama, Will estaba sentado en la silla del escritorio y Alex yacía en el pequeño sillón individual.

—Connor, ¿qué te pasó? —inquirió Sam.

—Sí, amigo, te ves horrible —secundó William.

—Gracias, me encanta oír ese tipo de comentarios —respondió Connor con sarcasmo.

—Amigo...

—Sé que me veo horrible, Will, en realidad me siento peor.

—¿Qué ocurre? —inquirió Alex poniéndose de pie al mismo tiempo que los otros dos.

—Es Teresa, se fue.

—¿A dónde? —preguntó Will.

—No lo sé, demonios, desearía saberlo —comentó Connor desesperado llevando sus manos a sus cabellos rubios—. ¡Ya no está aquí!

—¿Qué? —respondió Sam evidentemente sorprendido.

—¿Esa mexicana te abandonó? —exclamó Will.— Sabía que esa arpía...

—¿Podrían dejarme solo con Sam? Por favor, muchachos.

Pidió Connor tapándose los ojos con las palmas de sus manos para evitar que sus amigos lo vieran llorar, Sam era el único que podía verlo así y el que más podría comprenderlo desde que se conocieron.

—Está bien, vamos Alex.

Después de que sus amigos salieron y cerraron la puerta, Connor se sentó en la cama sin apartar sus manos de sus ojos, soltó un sollozo y, rápidamente, su amigo se aproximó a él y le tocó el hombro.

—Connor, viejo, ¿cómo pasó?

Lentamente, el joven de ojos verdes bajó sus manos y miró a su amigo. El joven de los ojos zafiro se alarmó al ver los rojos de Connor, los cuales expulsaban lágrimas, una tras otra sin parar. Sam lo abrazó y el psicólogo dio más rienda suelta a su lloro. Era muy cierto si se decía que el psicólogo clínico Connor Brashier no se quebraba fácil y que era una persona fuerte.

—Teresa...Teresa se fue. Me dejó una maldita carta en la que terminaba cualquier tipo de relación que...que tuviese con ella.

La voz de Connor se quebró, llenó de aire sus pulmones y su amigo deshizo el abrazo para sujetarlo de los hombros.

Querido Psicólogo Brashier (C.B.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora