Capitulo XIV (Maratón 2/2)

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Al día siguiente abrí mis ojos, me estiré y abracé la almohada que tenía a un lado mío; pero al hacerlo, abrí los ojos de golpe. Me encontraba en una habitación totalmente diferente al lugar donde solía dormir. En ese momento recordé que estaba en la habitación de Connor y que viviría en la casa de sus padres por tiempo indefinido; más bien, hasta que encuentre otro apartamento.

Quité las sábanas de mi cuerpo, me senté la cama y tras algunos segundos para que la conciencia viniera a mí, me levanté. Fui a asearme en cinco minutos, salí y me miré al espejo. El día de hoy estaba extraño, no estaba nublado, soleado como siempre; pero no traía un buen presentimiento, esa sensación no me gustaba. Todo siempre terminaba siendo un desastre cuando me sentía así. Espero que hoy sea la excepción.

Bajé las escaleras lentamente al escuchar ruido en la cocina, luego un delicioso aroma gobernó mis fosas nasales. Me dirigí hacia allá y vi a Connor ahí.

—Hola, Tessa, buenos días.

Oh, ¿cuánto tiempo me le habré quedado viendo como para que me salude primero?

—Hola doctor.

—Quería prepararles un desayuno. No soy un gran cocinero, pero puedo darles algo bueno de comer. Les estoy haciendo huevo con tocino, traté de hacerlo a la mexicana y el resultado no me gustó mucho. Se lo di a Ginger.

—¿Ginger?

—Sí, Gingerbean.

—¿Quién es...?

Mi pregunta es interrumpida por un bello perrito que llegó corriendo y ladrando hacia donde Connor y yo estábamos, se detuvo en frente del doctor moviendo su colita una y otra vez, y se paró en dos patas apoyándolas en los muslos de Connor, quien lo recibió con cariño acariciándole el pelaje.

—Ginger, no. Ya no puedo darte más comida, al rato te doy tus croquetas —el perrito ladró—. Te quiero mucho —le acarició la cabeza, el psicólogo se agachó y Ginger le lamió la cara sacándole una sonrisa a su dueño—. Saluda a tu nueva amiga, se llama Tessa.

Como si el perrito le entendiera, volteó a verme, sonreí y me acerqué.

—Hola Ginger, mucho gusto —me agaché a la altura del canino y comenzó a lamerme la cara haciéndome reír.

—Le agradaste, pasaste la prueba.

Le regalé una sonrisa a Connor, en ese momento escuché mi celular sonar en la habitación de él, corrí hacia allá después de disculparme y, al llegar, agarré mi dispositivo y atendí la llamada de mis jefes.

¿Bueno?

—Creí que no contestarías, Teresa. No atendías los mensajes.

—Perdóneme, señora Richardson, es que me mudé y...

—Como sea, hoy no vengas a trabajar, vuelve mañana. Llevaré a Katherin con su abuela.

Sí, señora...

Bien, hasta luego.

Sin dejarme decir algo más, colgó. Suspiré, era estresante tenerla como jefa. Me quejo de ella, más no de lo que hago en ese empleo, amo cuidar a su hija, es una persona muy linda. Pero su madre a veces era buena cuando quería, realmente muy poco. Bueno, la buena noticia es que hoy podría cuidar a mi hermano.

Di zancadas hacia la habitación de ellos, toqué y, al no recibir respuesta, deduje que estaban dormidos; así que entré a la pieza y los vi descansando. Sonreí al mirarlos. Ellos me hacían feliz, por ellos hacía todo, mis hermanos eran mi razón de existir. Prácticamente eran los que me hacían levantarme de la cama día con día y pelear por el futuro de nuestras vidas. Los amaba tanto, a tal grado de que no sabría qué hacer si algo les pasaba. Mordí mi labio, no quería despertar a Renata; pero escuela, es escuela. Responsabilidades son responsabilidades.

Querido Psicólogo Brashier (C.B.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora