Capitulo XXVII

17 3 1
                                    

Al día siguiente la señorita Briseño abrió sus ojos por los rayos del sol, los cuales pegaban directamente en su vista. Estiró sus brazos mientras dibujaba una sonrisa, se sentó en la cama y se dirigió al baño para tomar una ducha mañanera. Mientras la chica lo hacía, continuó meditando sobre lo que había decidido; pero porque ahora no sentía que fuese lo correcto, desde el día anterior sentía un fuerte vacío en su pecho y sabía que se debía a Connor.

Soltó un suspiro fuerte y su mente retrocedió un poco más. A aquel día en el que Connor le dijo que ya se sentía bien y que la daba de alta, el cual fue un miércoles, exactamente dos semanas después de que ella empezó a vivir en la casa de Elaine y Craig.

Ahora es cuando ella sentía que lo necesitaba otra vez, Teresa se había dado cuenta que sin Connor se sentía incompleta y que necesitaba por lo menos ver una vez más al rubio para sentirse viva. Era lo que ella no quería, era lo que temía. Teresa  había creado inconscientemente una dependencia hacia Connor y esa había sido una de las razones de su partida; pero no le dijo, con tal de no lastimarlo.

Otra cosa que no le mencionó fue que había recibido varios mensajes y correos electrónicos de amenazas hacia su persona, los cuales decían que si no se iba del país a tiempo, iban a deportarla junto con toda su familia. Teresa siempre protegería a sus hermanos, a tal grado de que ella estaba dispuesta a recibir una bala en vez de ellos.

—Quiero volver con Connor.

Se dijo y se recargó en la pared de la regadera dejando salir sus lágrimas.

Por otro lado, Sam y Connor despertaron en el hotel más lujoso de la capital del estado; sí, ya habían llegado a Guanajuato anoche, tal y como predijo el joven de ojos azules.

—¿Listo? Vamos a buscar a Teresa.

—Tengo hambre, primero desayunemos y luego vamos a buscarla, amigo.

—Connor, parece que no quieres verla.

—Si quiero, pero no con el estómago vacío.

En lo que ellos iban a buscar algo para comer, una hora más tarde, Teresa se encontraba regando las plantas de la cochera de su tía, se ató el cabello con una pinza y volvió a tomar la manguera. Mientras lo hacía, cierto joven iba pasando por la casa de la tía Hilda; pero, al ver ahí a alguien, se detuvo y se acercó.

—¿Teresa?

La joven volteó, vio a aquel muchacho y le miró extrañada.

—Um... hola.

—Sí, eres Teresa.

Caminó hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas.

—¿No te acuerdas de mí? Soy Javier.

—¡Javier! ¿Cómo estás? —preguntó correspondiéndole el abrazo.

No era un secreto decir que a Javier siempre le gustó Teresa desde que él tenía 14 años de edad y ella 12. Javier y Teresa se conocieron un año antes de que la familia Briseño Mijares migrara a los Estados Unidos; ambos se habían hecho muy buenos amigos, no obstante, el contacto se perdió.

—Muy bien, gracias, no sabía que ibas a regresar.

—Um, digamos que yo tampoco.

La joven bajó la cabeza, provocando el fruncir del ceño de Javier.

—¿Todo está bien? —inquirió el joven tomando a Teresa del mentón, logrando que ella mirara los ojos miel de él.

—S...sí, todo está bien. Sólo que... regresé sin mis padres.

Querido Psicólogo Brashier (C.B.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora