Capitulo VI

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Viernes, un par de días después de la consulta

"Recuerda lo que te dijo el doctor Brashier, Teresa: nada de lo que pasó es culpa tuya", me dijo mi consciencia. Y era cierto, pero no podía evitar pensar que sí. Mis hermanos son mi responsabilidad.

Tomé aire, entré a mi turno en el restaurante y agarré el mandil que tenía mi nombre bordado. Después de colocármelo fui a registrar mi asistencia y me coloqué detrás de la caja.

Dos horas transcurrieron, hoy todo ha estado muy tranquilo. Debería prepararme para mañana, ya que usualmente había mucha demanda en el restaurante, lo bueno es que me darían un bono.

Mientras limpiaba una mesa, pensaba en la experiencia con el último cliente. Había sido algo extraña. Lo atendí normal y siendo la amable chica que yo acostumbraba a ser, pero él todo el tiempo me trató borde y seco y ni las gracias dio, incluso pidió una orden de cuatro gorditas y terminó diciendo que habían sido tres, que yo tenía la culpa porque no escuchaba bien y que no sabía trabajar. Obviamente no escuché mal, dijo cuatro, hasta le repetí la orden para confirmar. Que experiencia tan amarga me brindó ese joven de cabello negro, que, por cierto, jamás me quitó la vista de encima.

Al terminar de pasar la franela por la superficie redonda de madera, escuché el sonido de la campanita que indicaba que alguien entró al local. "Un cliente", pensé. Alcé mi mirada y ahí estaba mi psicólogo, quien, últimamente, se había convertido en consumidor frecuente y que casi diario venía a la misma hora más mayoría de las veces.

—Buenas tardes, doctor —saludé cortésmente.

—Buenas tardes, señorita Briseño —respondió con una sonrisa.

—Tome siento, ya le traigo una carta.

Él asintió, hizo lo que le sugerí y, después de que fui por un menú y regresé con él, tomé su orden: un plato grande de birria, un tamal de chicharrón y un refresco de manzana.

Después de que su orden estuvo lista la llevé a su mesa con una canastita de pedacitos de pan francés.

—Provecho, doctor.

—Gracias.

Regresé a mi puesto y, mientras registraba la compra, sentí a mi compañera de trabajo jalar suavemente de mi mano y me llevó a la cocina.

—¿Qué...? ¿Qué ocurre, Mila? —inquirí un poco asustada.

—Ya dime, ¿desde cuándo salen tú y ese guapo doctor? —preguntó denotando emoción en su voz, pero hablando bajo.

—¿Ah? No, no salimos... —

Respondí del mismo tono, sin embargo fui interrumpida.

—No digas mentiras, Teresa, viene casi todos los días...

—Pero eso no significa que salga con él.

—Vamos, siempre te mira, y no es una mirada cualquiera.

—Demonios, Mila, claro que no. Ya te lo había dicho antes. Es casado, es mi doctor y no hay ni siquiera una posibilidad de estar junto a él.

—Acabas de decirlo, estarías junto a él.

—No, quise decir que no es posible, soy su paciente; por ello es poco ético que haya una relación entre los dos. Además, no estoy buscando algo en este momento y él no me gusta. Ni siquiera me llama la atención.

—Oh vamos, ¿tampoco te parece atractivo?

—Pues, sólo he visto sus ojos detenidamente y son muy hermosos. De ahí en más, no. No se debe.

Querido Psicólogo Brashier (C.B.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora