Lo que mi naturaleza dicta

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Dos semanas habían pasado desde la última vez que había puesto el pie en ese edificio y nunca le dolió tanto pasar frente a una puerta como en ese momento.

Con una pequeña muestra de Ren, Kurapika abrió la puerta del apartamento 403. El lugar estaba casi vacío, de no ser por los muebles y algunos electrodomésticos que el edificio proveía. Todos los papeles que usualmente estaban sobre la mesa de café o las encimeras habían desaparecido, mismo caso con los libros que permanecían sobre las mesas de apoyo y el sillón pequeño del lugar.

Las cosas de Preciosa, esa pequeña perrita que Leorio había recogido de un basurero, tampoco estaban, Senritsu le había preguntado a Zepile si quería cuidar de ella y el pelirrojo aceptó gustoso la oferta.

Kurapika entró al lugar y caminó por toda la sala, con la esperanza de escuchar de nuevo a Leorio y sus risas tan escandalosas. Quería escuchar a Leorio decirle que se detuviera, que dejara de hacer sandeces y disfrutara de la vida. Pero no obtuvo respuesta, no podía escuchar nada en el apartamento, el lugar estaba vacío y ni siquiera el recuerdo de Leorio era capaz de hacerle entrar en razón en esos momentos.

El rubio dio un par de vueltas más por el lugar, entró al baño y confirmó que todas las rasuradoras de Leorio ya no estaban, tampoco su cepillo y pasta dental se encontraban ahí. Fue a su habitación y solo encontró el camastro desnudo y el ropero vacío, como el resto del apartamento.

Ya no estaba la sartén favorita de Leorio para preparar huevos y tocino sin que se pegaran, ya no estaba esa vieja cafetera con la que tenía que hacer trucos todas las mañanas para poder tener su "elixir de la vida", ya no estaba el cuchillo con el que siempre se terminaba rebanando la yema del dedo cuando tenía prisa por terminar de cocinar.

Leorio ya no estaba y eso no iba a cambiar.

Kurapika salió del apartamento sin voltear a ver y subió a toda velocidad cuatro hileras de gradas, hasta llegar a su apartamento. La comida que había dejado en la mesa desde el fallecimiento de Leorio ya no se encontraba ahí, el lugar estaba limpio y sus cosas en orden, como siempre.

Fue directo a su habitación y se cambió de ropa, tomó su camisa tradicional roja, su pantalón blanco y las zapatillas rojas, tenía sus dos pendientes rojos puestos y su cabello suelto. Tomó también su traje negro de la mafia, y el tabardo azul que acababa de quitarse también lo guardó en su bolso para el viaje. Además, también guardó unas barras de granola y una botella de agua, su licencia de cazador y su billetera.

Faltaban veinte minutos para su encuentro con el payaso de cabello rojo. Kurapika estaba seguro de que Hisoka no había sido el culpable, solo quería atraer su atención para ver el espectáculo que montaría, y es que Kurapika no pensaba contenerse esta vez, acabaría con la persona que le había hecho eso a Leorio aunque fuera lo último que hiciera. De hecho, esperaba que eso fuera lo último para lo que le alcanzara el tiempo, pues Emperor Time seguía vigente y todos los años que habían sacrificado estaban ahí, esperando para poder cobrar la factura por todo el potencial desperdiciado del rubio.

Corrió por las gradas hasta la entrada del edificio y caminó hacia el punto de reunión.

El lugar seguía igual de desastroso que siempre, todos los juegos abandonados, oxidados y sucios, las casetas estaban descoloridas y llenas de telarañas, el olor a dulces rancios y palomitas de maíz podridas llenaba todo el ambiente. Eran aproximadamente las 17:00 y el sol se estaba poniendo, el atardecer era tan magnífico, que hacía un enorme contraste con todo el ambiente tétrico del lugar.

Sentado en el mismo lugar que en su última reunión, Hisoka jugueteaba con lo que parecía ser una baraja. Kurapika sintió la necesidad de girar los ojos y dar media vuelta, rumbo a la habitación de hotel con los chicos. Haciendo caso omiso a lo que su interior decía, Kurapika caminó hacia el hombre y se detuvo a unos cuantos metros de distancia.

La ganancia del perdedor [Leopika]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora