Lo que mis hombros cargan

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—¡Oye, Pairo! ¡Ven aquí! —dijo con emoción mientras observaba con detenimiento un tipo de flor que no había visto antes en el bosque.

—¿Dónde? —preguntó, mientras movía su cabeza en busca de la voz de su amigo.

El chico de cabello amarillo sonrió mientras se regañaba por dentro por ser tan descuidado al darle indicaciones tan vagas como esas al chico de cabello castaño. Con cuidado, tomó del hombro del menor para que volteara a verlo. Cuando el niño volteó a verlo con los ojos abiertos, esos bellos ojos color caoba oscuro parecían ser los de un demonio, su iris y esclerótica estaban mezcladas con sangre y el mismo líquido rojo escurría por sus mejillas.

El rubio abrió los ojos grandemente, asustado de lo que veía. El pequeño sonrió divertido y dijo: —¿Qué sucede?

—P-pairo… Tus ojos —respondió.

—Oh, ¿esto? —dijo con inocencia, limpiando el rastro de la sangre en sus mejillas— No es nada, son los ojos que nos conseguiste.

Kurapika sintió un frío sepulcral recorrer sus huesos. Sintió que más personas habían llegado al lugar, volteó con la intención de pedir que alguien curara los ojos de Pairo, cuando se encontró con un aproximado de treinta personas más, justo con los mismos ojos que su mejor amigo.

Frenéticamente, buscó a alguien con la mirada, alguien que tuviera los ojos normales y se tocó el rostro, asegurándose que sus ojos no estaban sangrando, como los del resto.

De espaldas, se encontró con su tres amigos del examen del cazador. Esperanzado, corrió hacia ellos, con las lágrimas y el miedo a flor de piel.

Llegó a ellos y dijo: —¡Chicos! ¡Necesito ayuda! ¡Pairo y los demás están…

¡Están…!

Justo como el resto de personas, los tres tenían los ojos ensangrentados.

—No me digas, ahora quieres ayuda, después de arruinar todo —dijo killua. Los otros dos lo veían con indiferencia.

El pequeño Kurapika de doce años tembló ante las figuras de sus amigos, sintiendo que estaba en presencia de tres gigantes que lo aplastarían en cualquier momento. Las lágrimas comenzaron a bajar por sus regordetas mejillas y sus manos, hechas puños en posición de protección frente a su pecho.

¿Acaso yo hice esto?

—Sabes, Kurapika —habló Pairo—, habían formas más honestas de hacer las cosas, eran más difíciles a simple vista, pero habrían mantenido intacto lo que es verdaderamente importante.

—Te dije que la venganza era una estupidez desde el principio —dijo Leorio.

—Muchas personas murieron por tu culpa, no eres mejor que ninguno de tus enemigos, eres justo como uno de ellos, incluso peor —dijo Gon.

No podía ser cierto, eso no podía estar pasando. Se esforzó tanto por recuperar los ojos de su gente y había dejado viva a la Tropa Fantasma, dejando de lado subsede de venganza, ¿Para escuchar palabras tan duras como esas? Tal vez era por eso mismo, por haber dejado viva a la Tropa Fantasma. Aunque ahora que lo pensaba, definitivamente era algo diferente.

Él fue quien debió morir en ese acantilado, en lugar de lastimar a Pairo. Él fue quien debió quedar ciego y nunca salir de la aldea, tal vez así nunca se habría descubierto la localización de su gente. El fue quien debió ir a esa misión y ser asesinado, no Leorio.

Kurapika estaba rodeado por todas esas personas con los ojos sangrientos, temblando de pies a cabeza. Detrás de estas personas, estaba el resto de personas a las que había lastimado durante su trayecto, desde los aldeanos que no tenían ojos escarlatas, hasta Senritsu, una de sus amigas más cercanas y probablemente más dañadas por él.

La ganancia del perdedor [Leopika]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora