Epílogo

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—¡Leorio! ¡Ven a ver esto!

Leorio se levantó del suelo y se limpió las rodillas, sacudiendo despreocupadamente la ropa de algodón que La Asociación le había hecho a medida.

—¿Qué ocurre? —dijo, acercándose a la niña de rodillas en el suelo.

—Esta planta está creciendo —dijo, señalando el pequeño árbol que habían trasplantado hace días.

—¿Lo mediste? —preguntó Leorio, tomando la pequeña regla que tenía al lado.

—¡Sip! La semana pasada medía dos centímetros menos —dijo con orgullo.

Leorio observó la plantita unos segundos más y se levantó del suelo, diciendo: —Muy bien, ahora es tiempo de que te des un baño y te pongas ropa limpia.

—¡Pero quiero seguir sembrando cosas! —reclamó.

—Será mañana, ¿si? El sol se empieza a poner y tenemos que volver para la cena.

Leorio tomó a la niña en sus brazos y la llevó adentro de la pequeña casa de adobe, cuando escuchó a Gon adentro discutir con Killua. El moreno soltó un suspiro y dijo: —Tendrás que llegar a tu cuarto caminando.

Dejó a Alluka en el suelo y la vio correr a toda velocidad a su habitación. Leorio frunció el ceño por un momento, cuando el olor a guisado que Senritsu preparaba llegó a su nariz; el moreno negó con la cabeza y caminó rumbo al origen del conflicto.

—¡Ya te dije que hay que avisarle! —alegó el de cabello parado.

—¡Entiende que solo es una falsa alarma! —respondió el albino— Leorio no tiene que venir todas las veces que Kurapika abra los ojos o mueva el pie.

—¿Qué está pasando? —dijo Leorio, parado bajo el marco de la puerta.

Ambos niños bajaron la mirada con pena, cuando Gon dijo: —Kurapika volvió a abrir los ojos y Killua no quería que te dijera.

—Pero te dije que no significa nada, él no está despierto —alegó de nuevo.

—Pero Leorio debe saberlo para que lo examine, podría significar algo.

Leorio separó de nuevo a los dos niños y pasó de largo a la cama del rubio, sacó una pequeña lámpara de su bolsillo y la agitó un par de veces. Observó el rostro del kuruta por un par de segundos y separó sus párpados para alumbrarlos de cerca.

—Sigue dormido, Gon —dijo con calma—, esperemos que algún día despierte, pero sabes que eso no depende de ninguno de nosotros… Tal vez ni siquiera depende de él —dijo más pensativo. Al ver cómo el rostro de ambos niños decaía, dijo: —¡Pero no hay que ponerse tristes! Ustedes me dijeron que Kurapika no quieren vernos mal y es cierto, además, todavía hay posibilidad de que mejore.

El mayor se acercó a los dos chicos y los abrazó ligeramente, diciendo: —Ahora vayan a ayudar a Senritsu con las mesa, yo voy a ver a Bisky.

Los dos niños salieron haciendo carreras hacia la cocina, mientras Leorio salía a su propio ritmo del lugar. Se detuvo en el marco de la puerta de nuevo y giró sobre sus talones para observar al demacrado rubio en cama, estuvo observando al muchacho por unos segundos, hasta que decidió seguir con su camino.

Leorio esperó a que Senritsu le diera su porción y la de la cazadora de piedras preciosas para salir de la casa. Caminaba meditabundo bajó los trazos de luz del atardecer, recordando cuando llegaron al bosque de lo que una vez fue la gloriosa tribu Kuruta.

Esa tarde, cuando Leorio llegó a su apartamento después de hablar con los chicos sobre el viaje, también habló con sus padres y les contó lo que sucedía. Su madre volvió a llorar y su padre se puso histérico, y ¿Quién podría culparlos? Ya habían perdido a su hijo una vez a manos de esa organización, y ahora iría a la selva para cuidar de uno de sus amigos de las mismas personas; eso no podía ser más que una pesadilla hecha realidad, que les devuelvan a un hijo que creyeron muerto para enviarlo lejos de los brazos de su madre y el calor de su padre. Pero tenían que aceptar que el mundo de un cazador era completamente diferente al mundo en el que ellos vivían, por lo que terminaron resignados ante la partida de su hijo y regresaron a su casa cuando Leorio se fue de la ciudad.

La ganancia del perdedor [Leopika]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora