Mateo tomó la olla del piso y me ofreció su mano para levantarme. La tomé y el contacto con su piel me provocó un cosquilleo.
De camino, saqué el celular de mi bolsillo y nuevamente intenté comunicarme con mi madre y la tía Melissa, pero no respondieron. Deslicé mi dedo por la agenda y busqué el contacto de mi padre y tampoco pude comunicarme con él.
<<¿Qué estará pasando?>> pensé. Era sumamente raro que ninguno de los 3 me respondiera.
Cuando llegamos paré en seco, me di cuenta de que estábamos en el comedor. Por lo regular, yo comía en la oficina o en la cocina, pero nunca junto a los demás ancianos. Mateo también se detuvo y me miró.
—Ven, hay un lugar por acá...
Lo seguí, sacó la silla para mí y dudosa me senté, pues no éramos los únicos que compartían aquella mesa, y no estoy hablando del personal. Mateo también tomó asiento y se quedó unos segundos mirando el plato delante de él.
—Sarita... —se dirigió a la anciana que estaba sentada frente a nosotros—. ¿Quién manoseó mi comida? —claramente advertí su divertido tono de voz.
La anciana sonrió descaradamente. Sarita ya no hablaba, pero era una mujer muy vivaracha y juguetona.
—Usted, Raimundo —ahora señaló al anciano junto a mí—. Sé que no me va a mentir. ¿Fue Sarita?
El anciano comenzó a reírse y terminó tosiendo. Rápidamente Mateo le alcanzó un pañuelo para que echara las flemas. Raimundo sí hablaba, pero lo hacía muy poco.
—¡Yo los miré a los dos! —gritó otra anciana de la mesa contigua.
—¡Ah! —Mateo levantó las cejas—. Entonces ustedes son cómplices —señaló a Sarita y Raimundo.
La verdad es que, para ese punto yo también estaba riéndome. Mateo tenía una gracia especial que cautivaba a cualquiera. La atmósfera a su alrededor siempre era apacible y divertida.
En medio de las risas y juegos, no pude dejar de pensar en lo tonta que había sido Aisha por abandonarlo. Mateo era un hombre lleno de virtudes: guapo, cocinero, amable, enfermero, maduro, servicial, con sentido del humor y honesto en cuanto a su fe. ¿Qué más quería? Los hijos podían haber esperado, tenía la felicidad asegurada solo junto a él.
Terminamos de cenar y parte del personal comenzó a llevar a los ancianos a sus habitaciones y la otra parte a recoger el comedor. Me puse de pie para también ayudar, pero Mateo no me lo permitió.
—Espérame en la oficina. Cuando termine, te llevaré a casa.
Sus cuidados y atenciones no hacían otra cosa que atraerme todavía más. Me fui a la oficina y esperé por él. Me senté en el cómodo sillón y sin saber cuándo, me quedé dormida.
***
—Stephanie... —una dulce y anhelante voz apareció en mis sueños—. Stephanie... —abrí lentamente los ojos y miré al hombre que ahora me gustaba—. Vamos a casa... —sonrió.
Tan solo por ese instante, me permití imaginar que era su esposa y que me llamaba para ir a nuestro hogar. Pero su celular timbró haciéndome espabilar y salí de aquel utópico sueño.
—Sí, Elisa. Yo la llevaré... —colgó y me miró—. Vamos... —puso la mano en mi brazo y me ayudó a ponerme de pie.
Era mi madre con quien acababa de hablar, pero no dije nada, esperaría a que él me explicara.
Salimos al estacionamiento y el frío de la noche nos sorprendió. Sentí un glorioso agarre en mi mano y con rapidez me condujo hacia su auto; sí, el hermoso deportivo. Abrió la puerta del copiloto y casi me empuja para que entrara, luego cerró la puerta. rodeó el vehículo y entró con la misma premura.
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Tesoro Escondido © (Libro #2)
Romance¿Cuál es la definición de hermoso? Muchas veces me hice esa pregunta, y llegué a una conclusión... Hermoso no quiere decir sin defectos, pero sí que alberga una gran perfección. Perfección que no puede ser admirada por todos, sino sólo por aquellos...