Capítulo 11: Tan Repentino

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Mateo tomó la olla del piso y me ofreció su mano para levantarme. La tomé y el contacto con su piel me provocó un cosquilleo. 

De camino, saqué el celular de mi bolsillo y nuevamente intenté comunicarme con mi madre y la tía Melissa, pero no respondieron. Deslicé mi dedo por la agenda y busqué el contacto de mi padre y tampoco pude comunicarme con él.

<<¿Qué estará pasando?>> pensé. Era sumamente raro que ninguno de los 3 me respondiera.

Cuando llegamos paré en seco, me di cuenta de que estábamos en el comedor. Por lo regular, yo comía en la oficina o en la cocina, pero nunca junto a los demás ancianos. Mateo también se detuvo y me miró.

—Ven, hay un lugar por acá...

Lo seguí, sacó la silla para mí y dudosa me senté, pues no éramos los únicos que compartían aquella mesa, y no estoy hablando del personal. Mateo también tomó asiento y se quedó unos segundos mirando el plato delante de él.

—Sarita... —se dirigió a la anciana que estaba sentada frente a nosotros—. ¿Quién manoseó mi comida? —claramente advertí su divertido tono de voz.

La anciana sonrió descaradamente. Sarita ya no hablaba, pero era una mujer muy vivaracha y juguetona.

—Usted, Raimundo —ahora señaló al anciano junto a mí—. Sé que no me va a mentir. ¿Fue Sarita?

El anciano comenzó a reírse y terminó tosiendo. Rápidamente Mateo le alcanzó un pañuelo para que echara las flemas. Raimundo sí hablaba, pero lo hacía muy poco.

—¡Yo los miré a los dos! —gritó otra anciana de la mesa contigua.

—¡Ah! —Mateo levantó las cejas—. Entonces ustedes son cómplices —señaló a Sarita y Raimundo.

La verdad es que, para ese punto yo también estaba riéndome. Mateo tenía una gracia especial que cautivaba a cualquiera. La atmósfera a su alrededor siempre era apacible y divertida.

En medio de las risas y juegos, no pude dejar de pensar en lo tonta que había sido Aisha por abandonarlo. Mateo era un hombre lleno de virtudes: guapo, cocinero, amable, enfermero, maduro, servicial, con sentido del humor y honesto en cuanto a su fe. ¿Qué más quería? Los hijos podían haber esperado, tenía la felicidad asegurada solo junto a él.

Terminamos de cenar y parte del personal comenzó a llevar a los ancianos a sus habitaciones y la otra parte a recoger el comedor. Me puse de pie para también ayudar, pero Mateo no me lo permitió.

—Espérame en la oficina. Cuando termine, te llevaré a casa.

Sus cuidados y atenciones no hacían otra cosa que atraerme todavía más. Me fui a la oficina y esperé por él. Me senté en el cómodo sillón y sin saber cuándo, me quedé dormida.

***

—Stephanie... —una dulce y anhelante voz apareció en mis sueños—. Stephanie... —abrí lentamente los ojos y miré al hombre que ahora me gustaba—. Vamos a casa... —sonrió.

Tan solo por ese instante, me permití imaginar que era su esposa y que me llamaba para ir a nuestro hogar. Pero su celular timbró haciéndome espabilar y salí de aquel utópico sueño.

—Sí, Elisa. Yo la llevaré... —colgó y me miró—. Vamos... —puso la mano en mi brazo y me ayudó a ponerme de pie.

Era mi madre con quien acababa de hablar, pero no dije nada, esperaría a que él me explicara. 

Salimos al estacionamiento y el frío de la noche nos sorprendió. Sentí un glorioso agarre en mi mano y con rapidez me condujo hacia su auto; sí, el hermoso deportivo. Abrió la puerta del copiloto y casi me empuja para que entrara, luego cerró la puerta. rodeó el vehículo y entró con la misma premura.

Tesoro Escondido © (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora