Kaala nació al amanecer, en un día tan lluvioso que en vez de salir el sol por entre las montañas del este, salió de entre las nubes grises.
Su madre le decía que el sol había iluminado las nubes de tantos colores que el dolor del parto se le olvidó en un segundo.
-Pero las nubes se vieron opacadas cuando vi tu pequeña carita, eras tan hermosa, que tu padre que siempre había querido un niño, saltó de felicidad- le contaba su madre.
Sus padres eran humildes, criaban ganado y lo vendían por dinero, desde pequeña le enseñaron a montar a caballo, a arrear las vacas y alimentar corderos huérfanos, aprendió en qué fase de la luna los huevos deben empollar y en qué luna nacen los polluelos.
Esa era la vida de Kaala, sin embargo, eso nunca fue suficiente.
Kaala soñaba con el río y el bosque, con el silbido del viento y el canto de las aves, con la belleza de los rayos del sol al alba y la majestuosidad de la luz de luna.
Ella quería viajar, fantaseaba con recorrer el mar en barco, con volar y saber qué había al otro lado de las montañas. Quería conocer ciudades lejanas, donde las personas hablaran idiomas diferentes y las historias de sus libros se materializaran realidad.
El día que todo comenzó Kaala llevaba un potro a vender en el mercado del pueblo. Una vez cada seis meses había una feria muy grande, destinada al comercio. Grandes señores y poderosos comerciantes se reunían en busca de lo mejor y la familia Goldenblood era conocida por la estampa y buen temperamento de sus caballos.
Mientras sus padres se dedicaban a las ovejas, lana y productos de la granja, Kaala fue a los establos con su potro, un bonito ejemplar de dos años del color de la luz del sol, con las crines blancas como nieve.
Durante el día varios comerciantes se interesaron en el bonito caballo e hicieron sus ofertas insuficientes, siendo más común el querer esperar a vender sus propias mercancías para poder pagar el precio del caballo.
Un hombre se acercó, de frente al corral en donde ella se encontraba y miró al caballo. Era un hombre adulto, con los hombros anchos y una barba café mal recortada, de rostro serio y tranquilo. Vestía un abrigo de color verde oscuro, lleno de tierra y enmendaduras, pero debajo podía ver unos pantalones le lana fina, aunque igual de sucios.
-Es un bonito caballo el que tienes ahí- dijo mientras sacaba una pipa, ponía hierba adentro y se giraba para encenderla, arrojó el humo hacia el cielo y miró a Kaala.
-Es el mejor que tenemos, es una lastima venderlo, pero mi padre esperaba una hembra y este chico no le sirve de nada- dijo ella acariciando el cuello del animal, que comía avena, mirando lo que sucedía a su alrededor con atención.
-Está deseoso de ver el mundo, ansía sentir en suelo bajo sus patas y demostrar al mundo su valor, que la tierra tiemble y los arboles se muevan a un lado a su paso.- dijo y soltó una nueva bocanada de humo, mientras Kaala lo miraba con el ceño fruncido y parpadeaba extrañada.
-¿Puedes hablar con los animales?- preguntó al final
-Los animales dicen cosas todo el tiempo, solo hay que escucharlos- Dijo el hombre recargándose en el corral.
-Él es como yo entonces, también quiere salir al mundo. Espero que él si pueda hacerlo.
- Él tiene mas cuerdas y rejas que tú, preciosa- dijo seriamente y por primera vez Kaala sintió que la miraba en verdad.
- Tengo que cuidar de mi familia, mi padre no tiene más herederos y dependen mucho de mi trabajo, en cierta forma estoy más atada que él.
El hombre se le quedó mirando con semblante serio y pensativo y, después de un tiempo, divertido.
-¿Cómo te llamas, pequeña?- al final dijo.
- Kaala Goldenblood.
- Kaala, déjame decirte una cosa.- dijo y sacó humo nuevamente mientras Kaala esperaba- las circunstancias nunca van a retenerte, las personas no pueden detenerte e incluso en la más fuerte prisión puedes ser libre, si lo eres aquí adentro - se tocó la sien y dio una calada más a la pipa- tú eres quien forja tus cadenas y se encierra tras barrotes imaginarios, si quisieras irte, solo tendrías que poner un pie delante del otro.
Kaala lo miro fijamente, examinando cuidadosamente sus palabras, eran algo que no quería olvidar.
- Espero encontrarme de nuevo contigo, Kaala, pero no aquí. Ten una buena vida- dijo el hombre, tirando la ceniza de su pipa al suelo y guardándola en un bolsillo debajo de la capa, antes de volver a su camino.
Kaala lo miró desaparecer entre la multitud y pensó que realmente esperaba volver a encontrarse con él.
No pasó mucho tiempo, su madre le había llevado el almuerzo y comía tranquilamente junto al potro aún sin dueño, cuando un gran estrépito la hizo levantar la mirada.
Humo comenzó a salir de algún punto no muy lejano y la gente corrió y gritó alborotada.
Tardó un momento en que Kaala se percatara del verdadero problema; Una banda de ladrones destrozaban las tiendas y saqueaban, armados con espadas, hachas y lanzas, así como arcos y mazos. Eran cerca de un centenar de hombres que golpeaban y mataban a cualquiera que opusiera resistencia.
Sin saber qué hacer Kaala buscó con la vista a sus padres, aterrada de que alguien les hubiera hecho daño. A lo lejos divisó a su madre, que corría y soltaba las ovejas en un intento de que los ladrones no llegaran a ella.
Todo transcurrió muy rápido, un par de hombres entraron al corral gritando por dinero, Kaala retrocedió aún más pendiente de su madre, un grupo de ladrones la habían atacado, su padre apareció detrás y golpeó a uno con un madero, que se desmayó en el momento. Su madre gritó, los hombres se giraron y alguien enterró una espada a su padre en el vientre.
Kaala gritó horrorizada e intentó ir hacia allá, pero los ladrones la detuvieron, vio como golpeaban a su madre y le quitaban el dinero.
Alguien le jaló el cabello y ella gritó de nuevo. Entonces el caballo se encabritó y pateó a los ladrones con sus poderosas pezuñas, matando a uno en el momento y a otro tirandolo al suelo, haciendo crujir sus costillas.
Kaala se levantó y agarró al potro, tranquilizándolo a pesar de su propio terror. Los bandidos comenzaban a huir, ya con sus carretas llenas y a toda velocidad tiradas por grandes caballos. Huyeron tan a prisa con tanto peso que pareciera acto de magia.
Kaala no paraba de llorar y el nudo en su garganta no la dejaba respirar, subió al caballo antes de pensar en lo que hacía y lo espoleó hacia donde los bandidos huían. Un hombre se interpuso en su camino y alzó los brazos, gritando.
-¡A dónde crees que vas, niña!- Kaala lo reconoció como el hombre de la pipa.
- A vengar a mi padre- respondió ella espoleando al caballo, obligando al hombre a salir de su camino de un brinco y cabalgó a toda velocidad sin mirar atrás.