C a p í t u l o 1 8 - Sospechas y evasiones

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Me giro, intrigada, y casi no reconozco al chico que me sonríe y alza una copa al otro lado de la barra. Esta vez, en vez de ir engominado y llevar un arreglado smoking, se había soltado la melena, pintado de negro la línea de agua del ojo y puesto una camiseta blanca de tirantes que hacía de todo menos tapar sus sus tensos músculos.

El guapo de Cesar Aldrich, alumno rival de Saint Brigitte, le dio un trago a su copa y se acercó hasta mí. Tragué saliva instintivamente, nerviosa.

-¿Problemas en el paraíso?

Casi no lo reconozco. Esta vez, en vez de ir engominado y llevar un arreglado smoking, se había soltado la melena y llevaba una camiseta de tirantes que le marcaban los pectorales.

-Qué te voy a contar que no sepas ya- resoplé y agarré la copa. La hice girar mientras miraba el líquido marrón de su interior.

-¿Por qué tendría que saberlo?

-La última vez te sabías nombre. Hiciste como que no me conocías, pero sabías perfectamente quién era yo.

-Bueno, me declaro culpable- soltó una carcajada y apoyó el costado en la barra-. ¿Hoy no te acompaña?

Me encogí de hombros. Aquella noche me apoyé en Jota para que me dejara en paz, pero ahora que estaba aburrida y un poco triste ya me daba bastante igual. Prefería la compañía de ese desconocido a estar sola.

-Está muy ocupado con sus cosas.

-Vaya, haré como que me da pena- bromeó, y yo me reí un poco.

-¿Por qué has venido?

Le miré a los ojos, verdes y profundos, tratando de descubrir si tenía intenciones ocultas. Ya no me fiaba de nada ni de nadie.

-Me ha sorprendido verte aquí, sola y sin tomar nada.

-Ya, bueno, digamos que este ambiente no encaja conmigo.

-Entonces, ¿por qué te uniste a la banda?

-Ya sabes, el amor- sonreí forzadamente- y el estúpido pensamiento de que la gente sería guay. O, al menos, no estúpida.

-Ay, cariño- alzó la mano al pecho, como si estuviera enternecido por mi inocencia-, allá donde vayas la gente siempre es una decepción.

Abrí la boca pero la volví a cerrar, sorprendida de encontrar una contundente verdad saliendo por sus labios. Suspiré y asentí en silencio.

-¿Qué es esto?- agarré la copa, tratando de cambiar de tema de conversación.

-Nougat de Baileys y chocolate. Seguro que te gusta.

Le di un trago, e instantáneamente me sentí embriagada por el dulce sabor.

-Wow, está cojonudo.

Él sonrió, satisfecho.

-Me alegra haber acertado.

Le di otro trago, y eché una rápida mirada a la sala. Vislumbré a Nerea y Jamie entre la multitud, y supuse que el Yanet no andaría lejos. De todos modos, tampoco podía ir a buscarla; al igual que yo, había ido allí por trabajo. Aunque de momento nadie me estuviera mandando ningún encargo.

-Y, bueno, ¿qué me cuentas, señor Aldrich? ¿Cómo acogiste la ducha del otro día?- rememoré el momento en el que le vertí mi cerveza por encima. Él se rió, incrédulo de que estuviera sacándole eso como tema de conversación.

-Ah, estupendamente. Sí. Ducharse una vez al año no hace daño- asintió falsamente, y yo solté una carcajada.

-Te lo tenías bien merecido.

Internados: Desvelando los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora