C a p í t u l o 7 - Cesar Aldrich

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Nada más Jota se fue, Monica y Cassandra se miraron entre ellas. Asintieron con la cabeza y se acercaron a mí. Me puse tensa ante aquel movimiento. No tenía ni idea de qué pretendían.

-Oye, Elenna. Admito que hemos tenido nuestros más y nuestros menos- empezó Monica. Un ligero maquillaje hacía brillar su fina cara, y su morena piel relucía con el verde coral de su vestido- pero quiero que sepas que puedes contar con nosotras. Ahora estamos en el mismo grupo, y debemos confiar la una en la otra. Tengo olvidado lo de aquella fiesta, de verdad que no te guardo rencor- brevemente recuerdo el momento en el que le tiré del pelo, comenzando sin querer una pelea a gran escala. Sin saber qué decir, sonrío nerviosamente.

-Ya, hemos tenido momentos... tensos. Lo siento.

Después de todo, Monica sigue achantándome. Megan puede ser mala y llegar a resultar muy molesta e irritante, pero esta chica es impredecible y explosiva. Produce miedo.

-Esta es tu primera fiesta, aún te quedan muchas personas por conocer. En un rato comenzarán las pruebas y nos juntaremos con los grupos- continuó Cassandra. Su manera de hablar era... diferente a la del resto. Su actitud era sopesada y sofisticada, propia de alguien que se ha criado en la alta sociedad-. Nuestro objetivo principal no es ganar precisamente, sino quedar bien ante el resto. Mostrarles quiénes somos. Tienes que ser discreta y observadora, fijarte bien en la gente y quedarte con sus caras y nombres. Sabes a lo que me refiero, ¿no? Si tienes alguna duda, puedes preguntarnos lo que quieras sobre quién sea. Y si alguien te habla, tienes que decírnoslo, ¿de acuerdo?- me mira a los ojos y sonríe con amabilidad.

-Igual ahora esto te suena raro, pero tú ya irás pillándolo. No te nos separes mucho, solo por si las moscas. ¿Okay?- concluyó Monica de una manera más tosca.

-Sí, sí, entiendo... Gracias.

El silencio se hizo repentinamente, y eso sólo significaba una cosa. Todas nos volvimos hacia la puerta.

-Ugh, ya están aquí los pijos estos- se quejó la morena.

Un grupo de ocho chicos trajeados se adentró en la sala. Todos iban de azul oscuro y ostentaban la misma pajarita. Andaban con las manos metidas en los bolsillos, con decisión, y alguno se atrevía a guiñar el ojo y lanzar besos a las chicas que los observaban a los lados.

-¿Quiénes son?- me incliné sobre el respaldo del sofá, observándolos mejor.

-Youngblood, del colegio Saint. Brigitte- aclaró Cassandra.

-Parecen...

-Creídos, ¿a que sí?

-Ajá- contesté con una mueca. Menudos pringados, le sonreían a la gente como si fueran famosos o algo-. Dan la impresión de que la popularidad se les ha subido a la cabeza.

No les presté más atención. Seguro que eran otro grupo más de niños pijos. Como el mío y el resto del internado. Misma mierda con diferente nombre. Aunque ellos parecían ser incluso peores.

Cogí mi bolso y saqué la caja de tabaco. Puse un cigarro entre mis labios y busqué en los bolsillos un mechero, pero no encontré ninguno.

-¿Necesitas fuego, guapa?

Una mano tatuada se extendió ante mi cara. Tenía una rosa en los nudillos, y sus gruesos dedos sostenían una cerilla encendida. Aquello me sobresaltó, no había visto a nadie acercarse, pero aspiré rápidamente antes de que se apagara la mecha y encendí el cigarro.

Internados: Desvelando los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora