C a p í t u l o 2 - Minerva Bahl

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-¿Era necesaria la caminata de quince minutos con los ojos vendados?- resoplo subiendo las escaleras, de vuelta a nuestros cuartos. Hacía unos minutos nos habíamos despedido del resto del grupo de Los ocho.

-Hay que darle misticismo a la situación, sino pierde gracia- Jota se encoge de hombros a mi lado-. Más que nada, eso es algo tradicional, a mí también me lo hicieron. Me cagué de miedo. Me quise echar atrás, pero no me dejaron- se rió, recordando la escena.

-¿Cuántos años tenías entonces?

-Trece. Llevaba ya dos años con mi grupo, pero no fue hasta primero de secundaria que unos alumnos más mayores nos introdujeron.

-¿Así, de la nada? ¿Por qué quisieron meteros,?- pregunté extrañada. Realmente no tenía ni idea de cómo iba todo eso de la hermandad, de cuál era su historia y cómo funcionaba, apenas me habían hablado de ello.

-A ver, no fue así sin más... Algunos tenían familiares en los grupos mayores, y ya nos conocían a todos por diversas cosas. La familia Middelton es muy famosa, por ejemplo, y los hermanos mayores de Cassandra y de Aiden ya estaban metidos en la hermandad.

Nos detenemos en el rellano de las escaleras de mi piso.

-¿Y qué tenías tú con trece años, que te hacía tan especial?- inquiero curiosa, dando un paso en su dirección.

Automáticamente me arrepiento de preguntar eso. Algo no va bien, su mirada se enfría y tarda en contestar. Estoy a punto de disculparme, pero fuerza una sonrisa y repone, guiñándome un ojo:

-Nena, mi encanto es natural, siempre lo he tenido.

-Es cierto, me olvidaba de lo caballeroso que ha sido que declinaras la invitación de la fiesta privada de Monica para poder acompañarme hasta mi cuarto- me abanico con la mano, simulando que aquel detalle me ha cortejado, y nos reímos.

-Ya te hablaré más adelante con detenimiento sobre esto, que como nos pillen a estas horas aquí, nos cae un puro. De momento tendrás que esperar a la fiesta de inauguración de este sábado.

-Ah, cierto. ¿A dónde iremos?

-Eso es un secreto- dice con un aire de misterio.

-Secretos, secretos, secretos... Todo tú estás lleno de secretos- me quejo medio en broma medio en serio, recordando todas esas veces que "por mi bien" se ha negado a contarme algo o que me ha prometido que en un futuro me revelaría.

-No te lo voy a negar- frunce los labios y se encoge de hombros- pero debes de estar agradecida. Por fin, después de mucho tiempo, se te van a desvelar.



Me levanto de la cama con energía, emocionada por la vuelta a la rutina. Jamás me hubiera imaginado que me haría tan feliz volver a las aburridas clases, a los deberes interminables y a los profesores cascarrabias. Se me había hecho extraño pasar tres semanas sin ver a mis amigas, y estaba deseando poder volver al internado con ellas. No quería estar en mi ciudad con la gente de allí, quería volver a ese lugar en el que había vivido los últimos meses y al que, desde luego, no esperaba acabar llamando hogar.

Bajé con Rose a desayunar, y allí nos juntamos con Charlotte y Scarlet. Las cuatro estábamos impecables en nuestro uniforme violeta. Rose se había cortado el pelo, ahora tenía flequillo y le llegaba en corte recto por encima de los hombros, y usaba un maquillaje ligero, cosa inusual en ella. Scarlet se había comprado unas gafas nuevas de pasta negra, y estrenaba su nuevo bolso de Vuitton, el cual sería la próxima envidia de toda la clase. Charlotte, como solía acostumbrar, llevaba su larga melena pelirroja suelta, retenida con una cinta atada en la nuca. En mi opinión, ella era la chica más guapa de todo el internado, su cara era, simplemente, perfecta.

Resumimos rápidamente nuestras vacaciones en familia con café, pastas y tostadas, saltando de un tema a otro, alegres, y nos dirigimos a las clases. Llegamos a nuestra planta, la cuarta, la que corresponde a los cursos femeninos de bachiller. El pasillo bullía; la gente se abrazaba cariñosamente y se deseaba el feliz año, alargando el momento de entrar a la primera clase de después de vacaciones. Me fijé en que mis tres nuevas "amigas" se sentaban en un banco, ignorando las incansables corrientes de gente que iban de un lado para otro. Ni si quiera Megan pareció percatarse de mí cuando pasé frente a ella.

Delante de mí caminaba un chico con el pelo rapado que, según avanzaba, todo el mundo se giraba a verle. No lo conocía, y me sorprendió que estuviera allí, sólo, en la zona de chicas.

Apoyadas contra las ventanas frente al aula 1°B estaban las Toxic, mirando a las chicas pasar mientras las criticaban y comentaban efusivamente. Con ellas se encontraba Fiona, quien había abandonado los tintes de colores y ahora optaba por un encrespado pelo de color negro.

-¿Es ella? ¿Ha vuelto?- Brienne, quien estaba rodeada por todas sus amigas, señaló con la boca abierta y sin ningún reparo en mi dirección. Ofendida ante el descarado gesto, me preparé para contestar, pero otra del grupo se me adelantó:

-¡Eh, marimacho! ¿Sigues con una zanja en la boca o no?

El chico que tenía delante se detuvo y se volvió hacia ellas. Sonrió con una amplia y desagradable mueca, enseñando los dientes. Tenía las palas superiores muy separadas, lo que le daba un toque infantil.

-Ugh, sí, sigue igual de fea- comentó Stacy.

-Si tanta pasta tiene tu mami, ¿por qué no te arreglas los piños?

Sacudió las manos en el aire, abrió las cuencas de los ojos y les sacó la lengua en un gesto grosero.

-Porque sé lo mucho que os encantan, zorras. Feliz año nuevo.

Les sacó el dedo corazón y se metió en la clase del grupo A.

-¿Era... una chica?- pregunto a mis amigas, extrañada.

-Sí, es Minerva Bahl. Se fue de intercambio a Estados unidos, parece que ya ha vuelto.

-¿Y cómo es que lleva pantalones en vez de falda? Llego a saber antes que dejan y vamos, no voy con esto- inquiero molesta. Es cierto que le había cogido un cierto gusto al uniforme, pero era preferible ir en pantalón y no congelarse las piernas en invierno.

-Y no dejan. Sólo se lo permiten a ella- me contesta Rose mientras entramos en nuestra aula.

-¿Qué? ¿Por qué?

-Está enchufada. Vino hace tres años, su madre  está saliendo con el director, y peleó para que pudiera ir como quisiera. La gente se quejó, pero al personal le dio igual.

Pero, a ver, ¿quién era esa chica como para que le permitieran eso? ¿Quién se creía?

-Normal que lo hicieran...- resoplo, con cierta envidia.

La señorita Dorothy nos da la bienvenida tras las vacaciones, hace un breve repaso de la normativa del internado que todos nos sabemos a la perfección y procede a cambiarnos de sitios de pupitres. Acabo sentada en la penúltima fila, agradecida de alejarme de la mesa del profesor y de rodearme de algunas amigas.

-Chicas, esta es Clotilde, vuestra nueva profesora de literatura- dice Dorothy, presentando a una mujer menuda y canosa. Llevaba unas gafas que eran más grandes que su cara, y tenía una expresión afable.

Inevitablemente aquellas palabras me entristecieron. Me acordé de mi antigua relación con Luca, a quien tanto quería... Y quiero. Aún continuamos llamándonos por teléfono, pero no sé hasta cuando va a poder ser factible.

Hasta cuándo vamos a aguantar y esta relación va a ser sostenible.

Sé que mantener el contacto de esta manera es negar lo inevitable, que esto es imposible, pero aún no me siento capaz de afrontarlo. Tres semanas no son suficientes para olvidarme de él. Dentro de mí, aún hay algo que late triste y nostálgicamente por él.

Internados: Desvelando los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora