C a p í t u l o 2 4 - Aceptando

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Él se apartó primero. Rebuscó entre los cajones, pero no encontró nada y me preguntó qué hora era. Deslicé la mirada hasta el lugar donde sabía que había un reloj de pared, pero este no estaba: yacía resquebrajado en el suelo. Me reí entre dientes y puse los ojos en blanco.

–Debe de ser tarde, y mañana hay examen, así que... ¿Qué haces?

Me había agachado y había comenzado a recoger los trozos del reloj y los restos de la lámpara de la mesilla, también destruida.

–Pues recoger. Esto es un desastre.

–No tienes por qué hacerlo. Déjalo.

–Vamos, esto está fatal– dije mientras metía en la basura los pedazos más grandes.

–Ya lo haré mañana.

–Seguro que con tu suerte te despiertas, pisas un cristal y te quedas cojo.

Contestó con un gruñido. Comencé a recoger la montaña de ropa del suelo y, tras insistir en que ya lo limpiaría la señora del servicio, me comenzó a pasar un par de perchas a regañadientes. Se veía molesto con que le estuviera arreglando el cuarto, pero no iba a quedarse de brazos cruzados mientras yo lo hacía.

–¿Recuerdas la primera semana de clases de después de las vacaciones?- tras un largo silencio, empezó a hablar distraídamente mientras colgaba un par de chaquetas- Que tú te enfadaste porque no estaba por aquí.

–No me enfadé– repuse pasándole una delicada camisa de seda para que la colgara.

–Tan orgullosa como siempre.

–Bueno. Vale, sí. Un poquito.

Soltó una carcajada.

–Rompí el contrato en nochevieja y se armó una buena. Estuve yendo y viniendo a mi casa, tratando de arreglar esta cuestión con mi abogado y mi padre. Tardé dos semanas en poder un poco de orden.

Me reí.

–Ay, tan oportuno como siempre. Veo que te encargas de escoger los momentos más delicados.

–Ese es parte de mi encanto. Sino, no ligaría tanto– me guiñó un ojo.

Sacudí la cabeza, aún sonriendo. Menudo chico. Se había acordado de aquella vez, de esa mini disputa que tuvimos porque no aparecía y yo no lo entendía, y se había molestado en darme explicaciones.

Pequeños gestos como ese me hacían sentir como una tonta: no podía evitar enternecerme ante ellos.

Recogí un par de cosas más, hasta que ya se podía ver un poco el suelo. Para la gran cantidad de ropa que tenía este chico, siempre le veía los mismos tres conjuntitos de chulo de barrio. Con un largo boztezo, me levanté para recoger varios libros y papeles del suelo y los coloqué sobre el escritorio. Volví a agacharme sobre la ropa.

–Es tarde, seguro que estás muy cansada, hoy hemos hecho muchas cosas. Y mañana hay examen. No te preocupes, vete a dormir.

–Ay, el examen. Qué horror, voy a suspender.

–¿Eres tonta? Coge las respuestas. Están en el primer cajón. Y luego vete a dormir, que seguro no te despiertas.

–El espacio influye mucho en la mente– dije mientras cogía una camiseta ancha gris con franjas naranjas y la doblaba por la mitad–. Si tu cuarto está ordenado, te sentirás en paz, y si es un caos, te sentirás igual.

Él frunció las cejas y permaneció en silencio.

–¿De dónde mierdas has sacado eso, Elenna?– reprimió una carcajada–. Menuda cursi te has vuelto.

Internados: Desvelando los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora