C a p í t u l o 2 1 - Primer encargo

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El ambiente estaba mucho más frío que la última vez. La lluvia se había colado por las grietas de la antigua estructura abandonada, y el agua goteaba lentamente por debajo de los ventanucos tapiados. Esta había arrastrado tierra y mugre, generando un extraño aroma a humedad polvorienta en la habitación. La gente que iba llegando trataba de sortear los charcos de la entrada sin mucho éxito, y acababa arrastrando por la habitación la sucia agua estancada.

-¡Estoy harta! Siempre pasa lo mismo, alguien tiene que limpiar esto- se quejó Megan, que iba ataviada con un impecable conjunto rosa y blanco.

Aiden se reclinó en su silla,  apoyando la espalda contra la pizarra garabateada.

-Te recuerdo que la habitación de al lado es la de mantenimiento- dijo con condescendencia.

El estupor atravesó fugazmente el rostro de Megan, pero se recompuso y le contestó con un guiño:

-Pues ya sabes la tarea que tienes para el resto del día.

Aiden bufó.

-Estás loca si crees que voy a mover un sólo dedo por ti.

-¡Así harías algo por la banda, a parte de traernos problemas!

Ethan, poniéndome al día, me había contado que en los últimos dos meses Aiden había estado pasando alcohol y marihuanna a los estudiantes, pisándole el terreno a los Diamond. Eso había traído reiteradas disputas y malentendidos a los Ocho. Lo había estado haciendo por cuenta propia, pensando que nadie se enteraría. Pero, obviamente, la competencia altera el mercado. A las dos semanas la otra banda ya había perdido clientes.

-En todo caso tendrías que limpiar tú, que para algo eres mujer.

-Subnormal- le escupió.

-Gilipollas- la secundó Monica sacudiendo la cabeza. Había extendido una toalla sobre un pupitre y se había sentado con las piernas recogidas para evitar pisar el suelo mojado.

-La verdad es que yo también me estoy empezando a cansar, en estas fechas nunca para de llover, y tan sólo hacen falta diez minutos aquí para que se me ensucie el pelo- apuntó Ricardo sacudiendo el polvo que se había acumulado en una silla. Su melena era impecable, le caía ondulada hasta el hombro con suavidad y mucho volumen.

Di un respingo en mi sitio. Yo me había sentado junto a Cassandra en el centro de la sala, cerrando el círculo, sin reparar realmente en la suciedad de las sillas predispuestas. Me sentí muy poco pudorosa al lado de todos esos finolis.

-Pues yo creo que tiene su toque, sino la caseta perdería su encanto- comentó Dylan rascándose la mejilla.

-Menudo asqueroso.

-Si de verdad te molestara habrías cogido la escoba hace tiempo, Monica- entornó los ojos.

-¡Ja! ¡Ya me jodería pagar cinco asistentas y luego limpiar un sitio que ni es mi casa!- declaró moviendo la mano a la par que su alta coleta.

-Pues oye, a mí si me pagas te limpio lo que sea- dijo Cassandra encogiéndose de hombros.

-¿Pagar el qué?- preguntó una voz ronca detrás de mí. Instantáneamente, se aceleró mi pulso. Jota entraba por la puerta en ese momento. Iba vestido de negro, con una sudadera larga y unas zapatillas viejas, y una ligera pelusilla le comenzaba a asomar en el mentón. Sin decir nada, se sentó a mi lado.

Me había encontrado con Cassandra saliendo al patio, de camino a la reunión, y ella me había guiado hasta la cabaña. Si no hubiera sido por ella me hubiera perdido, el camino era rebuscado y de difícil acceso. Había llamado a Jota al teléfono, pero como no respondía había supuesto que se había olvidado y se había ido sin mí.

Internados: Desvelando los secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora