Capítulo 11

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Anne

—¡Kari, otra orden del especial! —exclamé.

—¡Va, Anne! ¿Llevaste la de la mesa cuatro?

—¡Ahora voy!

Tomé la bandeja en mis manos y salí de la cocina, saludando a las otras chicas que trabajaban aquí. Mis ojos viajaron hasta la mesa cuatro, en donde estaba la pareja. Uno de ellos estaba de cumpleaños y dábamos gratis una orden especial cuando eso era así.

—Aquí tienen —les dije, sonriendo—. Si necesitan algo más, no duden en llamarme.

Ambos asintieron, dieron las gracias y continuaron con su conversación. Caminé directo a la cocina otra vez y dejé la bandeja para luego sacar un paño. Habían tres mesas que se habían vaciado mientras llevaba bandejas y  habían quedado sucias. Odiaba ver las mesas sucias. Me encaminé a las mesas y cuando estuvieron limpias, sentí la puerta abrirse. Miré de reojo.

Eran Jane y Gilbert. 

Recordé lo que dijo ese día, como si yo necesitara caridad. No necesito caridad de nadie y menos de un chico tan pagado de si mismo. Imbécil.

—Yo me encargo —dijo Dylan a mi lado, sonriéndome—. Tú ve a ayudar a Liz, que tuvo un problema con su uniforme.

Asentí y fui directo a los baños. Dios, Liz siempre tiene problemas con su uniforme. Ella es un duende de un metro y cuarenta y siete centímetros que odia el uniforme —siendo que es completamente elegante con su pantalón negro y la camisa blanca y el gracioso corbatín—, y siempre tiene problemas.

—Liz, soy Anne —dije una vez que entré al baño.

—¿Tienes una aguja? Es que se me descosió el botón del pantalón —dice saliendo de un cubículo. Su cabello rubio rizado estaba en una cinta negra. Tenía tanto cabello que era difícil encontrar un moño tan grande.

—Claro que tengo una aguja, ¿Cuándo me has visto sin una?

Saqué de mi bolsillito la aguja con hilo negro y le ayudé a coser el desdichado pantalón. 

—Eres mi salvadora, lo sabes, ¿no?

—Me debes un dólar —bromee,  a lo que ella soltó una risa. 

Juntas salimos del baño de trabajadores. Y suspiré cuando vi a Dylan esperándonos.

—La chica castaña dijo que quería que tú los atendieras —dijo el rubio—. Y me dijo que no pensaras en escapar, porque ella vendría a buscarte.

Ay, Jane, ¿no ves que no quiero ver a tu amigo idiota?

—Está bien, está bien.

Partí directo a la mesa de Jane. Ella estaba tecleando en su teléfono mientras que Gilbert miraba por la ventana con la misma expresión de suicidio mental que siempre.

—Hola —murmuré, sacando la libretita—. ¿Qué van a pedir?

Jane alzó sus ojos hasta mi y me miró con recriminación.

—No te he visto en la universidad —dijo, dejando su teléfono en la mesa—. Y solo voy a la biblioteca por ti. ¿Ya no estás trabajando ahí?

Pude sentir la mirada de Gilbert.

No lo mires, no lo mires.

Míralo, míralo.

Cállate.

—Cambie de turno —murmuré—. Estoy de noche mientras Zara está en Grecia por la boda de su hermana. Ya sabes, alguien tiene que quedarse ahí por los alumnos vespertinos. Entonces, ¿qué van a pedir?

𝑻𝒊𝒏𝒕𝒆 𝑵𝒆𝒈𝒓𝒐 (𝑨𝒏𝒏𝒆 𝒙 𝑮𝒊𝒍𝒃𝒆𝒓𝒕) PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora