Capítulo XII: Arquímides

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Ese día fue diferente a todos los demás. Primero, por la agradable sorpresa de ver a Jack consciente otra vez. Noticia con la que todos se sintieron increíblemente aliviados. 

El rubio parecía un poco desorientado, pues sus heridas seguramente habían dejado una que otra secuela en su cuerpo, como el dolor constante al mover su cabeza, aunque en general no parecía nada grave y probablemente las molestias desaparecerían con el pasar de los días. 

Pero el simple hecho de que su amigo ya estuviera despierto y hablando, era casi un milagro.

Los chicos estaban tan felices que, incluso los trillizos desistieron de trabajar en sus nuevos proyectos para que el ruido no molestara a Jack, y que este se sintiera lo más cómodo posible. 

Sin embargo, pese a tan maravillosa ocasión, había otra cosa que ocupaba la mente de Arturo. 

El nunca había sido una persona nerviosa, al contrario, solía tomarse sus asuntos con mucha calma, quizá mas de la que se requería en algunos casos. Pero esta no era una de esas veces. 

De pronto, la inquietud sobre su espada y el rompimiento de su maldición se habían esfumado en el aire, y ahora solo podía concentrarse en los sucesos dados en el día de ayer. 

¿Por que no se había animado a acabar con ese dragón? La verdad, ni él mismo lo sabia.

No le agradaba para nada tener a esa bestia cautiva en el granero, era un hecho que en cualquier momento volvería a atacarlos si no eran precavidos. 

Y por nada del permitiría que una cosa así ocurriese, después de todo, el era el Príncipe Arturo, un héroe, siempre dispuesto a proteger y servir a todo aquel que lo requiriera. 

—Vuelvo enseguida —vociferó antes de salir por la puerta de la casa en compañía de su espada.

—De acuerdo —escuchó como alguien le respondía en el interior, pero estaba tan sumido en sus pensamientos que no notó quien le respondía. 

El enano se desplazó rápidamente hacía la entrada del granero, se detuvo en seco al llegar, dio un largo suspiro y empujó la puerta sin imaginar lo que le esperaba detrás de ella. 

El dragón estaba sobre cuatro patas, con una cadena de acero colgándole de sus tobillos delanteros para evitar que se escapara, pero lo extraño era que mantenía la mirada fija en una figura escarlata que se alzaba frente a el con un brazo extendido. 

Arturo no lo pensó dos veces y desenfundó su espada. 

—¡Apártate de ella! —exigió mientras se interponía entre la caperucita y el dragón.

Caperucita roja y los seis enanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora