Capítulo XX: Había una vez

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Había una vez.

En un reino muy muy lejano, existió una leyenda. 

Se rumoreaba que el sol era una fuerza poderosa, que con su inmenso fulgor dorado era capaz de atraer a la suerte y la fortuna. Sin embargo, cada vez que se ocultaba detrás de las montañas para darle la bienvenida a su esposa, la luna, empezaba el caos.  

Los monstruos salían de sus escondites, sedientos de carne y sangre humana. Demonios desalmados, con una maldición tan potente, que corrías suerte de morir antes de transformarte en uno de ellos. 

Y todo el mundo sabía, que si te atrevías a ultrajar sus tinieblas, quedarías a su merced. 

A merced de los lobos. 



Pero un buen día, una preciosa joven de despampanante cabellera dorada, se perdió entre los senderos del bosque y no fue capaz de encontrar el camino de regreso a casa. 

Asustada, la muchacha se percató de como el cielo perdía sus tonalidades azuladas y en su lugar, surgían tonos rojizos y anaranjados.

Desesperada intentó encontrar refugio, y para su buena suerte, se topó con una hermosa casita de paredes azules y ventanas adornadas con rojos geranios. 

La joven llamó a la puerta en espera de ser atendida por su propietario, pero al no recibir respuesta alguna decidió pasar a su interior, pues estaba segura de que si alguien aparecía podría explicarle su situación y quizá se compadecería de ella. Una pobre muchachita perdida en medio el bosque. 

No obstante, con el pasar de los segundos un delicioso aroma inundó sus fosas nasales y, olvidándose de su precaria situación, decidió seguirlo hasta un modesto comedor, en donde estaban posicionados tres tazones de avena. 

La joven se relamió los labios recordando que no había comido nada desde hacía horas, y después de una intensa lucha mental en donde se resistió a probar alimentos ajenos, el rugido de su estomago fue más persuasivo, por lo que comenzó a degustarlos. 

El primero, que era el más grande de los tres, tenía un aspecto suculento y apetecible, sin embargo, estaba demasiado caliente, se había quemado la lengua. Así que la optó por consumir el siguiente plato, el cual resultó ser tan frío como un bloque de hielo, así que sin mas opciones, ingirió el contenido del tercero.

Era una sustancia tibia y dulce, absolutamente perfecta. Tan deliciosa, que quedo absorta del mundo que la rodeaba y no se percato hasta que fue muy tarde, de la presencia de una familia de osos nada contenta de encontrar a una extraña en su hogar.

Los animales rugieron con enojo y la chica gritó tan fuerte, que hasta la más minúscula criatura pudo escuchar su chillido a través del valle, y sin más, salió corriendo de nueva cuenta hacia el bosque. 

Caperucita roja y los seis enanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora