A regañadientes, Matthew alejó su boca de la suya deleitado por aquellos labios carnosos que se mostraban rojizos de tanto saborearlos. Su respiración era apaciguada solo porque sabía que estar en esa casa en ese preciso instante, era lo correcto. Megan era la decisión correcta. Pudo ver en sus ojos el desconcierto, la sorpresa por su repentino comportamiento. Acarició sus mejillas dejando otro casto beso sobre esa encantadora boca, a la que poco a poco comenzaba a ser un adicto.
El fuerte rugir de un trueno la hizo cerrar sus ojos hasta apretarlos. Minutos antes que él llegara, estaba debatiéndose en encender el televisor y distraerse de su tonto miedo por las tormentas, y ahora que ese hombre estaba ahí, debía admitir que se sentía protegida.
—Me pregunto por qué le tienes tanto miedo a los truenos —murmuró con su voz áspera fascinado por sus gestos, por esa inocencia que desprendía sin darse cuenta. Al único que conocía que era capaz de esconderse bajo una mesa cuando comenzaba a llover, era a su ahijado, y el muy cabrón de Peter colocaba en su teléfono ruidos de tormenta para asustarlo. Pero en Megan le resultaba divertido, y ahora cada vez que estuviera ante una tormenta se acordaría de ella y de sus divertidas muecas.
—No te rías —pidió abriendo aquellas esmeraldas hechizándolo por completo. Joder, jamás creyó en la magia, pero ante ella era capaz de hacerlo.
—¿Ya ibas a dormir? —inquirió alejándose. Sus manos cayeron a sus costados y las pasó sobre sus vaqueros tratando de calmar el golpeteo de su corazón queriendo escabullirse de su pecho. No entendía qué hacía, pero ahora lo único seguro es que no daría marcha atrás.
—Eso creo —admitió tirando de las mangas de su buzo cohibida —. Iba a mirar un poco de televisión —indicó dirigiéndose hasta el sofá siendo consciente que él observaba cada detalle. No sabían cómo comportarse luego de semejante escena, luego de que ese hombre llegara a su puerta y le arrebatara la respiración de un solo beso. Y sus palabras...aún resonaban en su cabeza. ¿Qué quería decir? ¿Que estaban juntos?
—Puedo quedarme hasta que te duermas —propuso despeinando su cabello mirando hacia otro lado. Sus piernas andaban por si solas y lo siguiente que supo fue que estaba sobre el sofá a su lado; ella con sus rodillas sobre los almohadones y él con las piernas abiertas sin saber qué hacer.
Ahora ya no era tan valiente, maldijo.
—¿Seguro? ¿No tienes que estar de guardia? —inquirió girando su rostro para observarlo mejor. Las voces provenientes de aquel aparato lo tenían sumido, absorto de la intensidad con la que esa joven se deleitaba al apreciarlo. Sus pestañas rubias, casi que doradas, cubrían sus ojos azules tan sutilmente. Su mentón con un poco de barba adornándolo, su cabello peinado hacia atrás a causa de sus manos, terminaban con suaves rulos.
Matthew era demasiado hombre, tan atractivo y silencioso que lograba transmitirle protección y calma, como el mar en el atardecer, sin una sola ola, sin nada que pudiera alterarlo. Tal vez fueron los años, los sucesos de su vida que lo hicieron ser bastante reservado y con esa personalidad tranquila. Pero bien sabía Megan que, por dentro, ese imponente hombre estaba lleno de culpa, y ojalá algún día pudiera saber todo lo que pasó, que se abriera con ella.
ESTÁS LEYENDO
Seductora condena ©
RomanceMatthew tenía dos cosas claras en su vida; seguir liderando el Departamento de Policía como Capitán de su equipo, y pagar en vida la condena de no haber salvado a su único amigo del peor tiroteo de la ciudad. A sus treinta y nueve años estaba someti...