Capítulo 7

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—Buenos días —saludó alisando su camiseta mientras bajaba las escaleras

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—Buenos días —saludó alisando su camiseta mientras bajaba las escaleras. Kate se movía por la cocina aprontando el desayuno. De fondo una música demasiado chillona le hizo fruncir el ceño. Bajó el volumen del aparato.

—¡Hey! —se quejó colocando unos panqueques sobre dos platos.

—Vaya, quién tendrá que morir para que desayune algo hecho por ti —acusó sacando su cinturón con su arma de encima del refrigerador ajustándolo a sus caderas —. ¿Has visto mi placa?

—En el sofá, la has dejado cuando llegaste en la noche y dormiste en él.

—Si...gracias —asintió un poco nervioso antes de ir hacia la sala y encontrar su palca. De solo recordar cómo llegó en la noche los nervios volvían a aprisionarlo. Era capaz de sentir aun el sabor de aquellos carnosos labios sobre los suyos y la quemazón de sus dedos por tocarla.

—¿Qué te pasa? Estás guardando el jugo cuando ni siquiera lo hemos tomado —advirtió provocando que él mirara sus manos desconcertado. Tenía la cabeza tan metida en sus recuerdos que ni si quiera se dio cuenta que funcionaba cual robot. Carajo, apretó sus manos en los costados de su cuerpo flexionándolas, repitiéndose que ese episiodio con Megan no podia turbarlo toda la jornada. Necesitaba más de un café.

Se sentó en los bancos de la mesada, mientras engullía esos panqueques. Sentía la mirada inquisitiva de su hermana sobre cada uno de sus movimientos.

—¿Qué? —alzó su cabeza.

—Nada, que te noto rato ¿está todo bien? —lo miró con atención, demasiada, y llegaba a incomodarlo más de lo que él mismo lo hacía. Y es que evocar la noche de ayer y como él buscó cada uno de aquellos besos, le mostraba como un débil. Solo esperaba no venderse solo con sus propios gestos.

—¿Por qué no lo estaría? —refutó suspirando. Acomodó su reloj de pulsera sintiendo el brazo arderle por las heridas del vidrio.

—Déjalo, ya lo limpio yo —mencionó en cuanto él juntó su plato y daba un largo trago de café —. Quería avisarte que hoy iré a cenar con Megan en la ciudad, tal vez en el restaurante de Steve's —soltó con ligereza.

—Bien —carraspeó concentrándose en ese vendaje que no tenía nada con que entretenerlo, pero que bastaba para que no volviera a comportarse como un tonto adolescente en cada momento que alguien le nombrara esa jovencilla —. Tengo que irme, cierra todo antes de irte, y por favor no vuelvas a encender esa radio —rezongó de vuelta en su faceta de pedante y autoritario que tanto cabreaba a su hermana.

—¡Ya los años te han caído encima!

—¡Gracias! —respondió de la misma manera, cerrando la puerta.

El camino hacia el Departamento fue tortuoso, porque ni siquiera la emisora encendida era suficiente para apagar su mente, y dejar de pensar en aquella rubia, en como se adueñó de sue labios sin importarle que era la hermana de Marc, ni todo a lo que él se condenó, tan solo tomando la iniciativa de sentir. Intentó enfocarse en que hoy tenían patrullaje por toda la ciudad, algo de rutina que siempre concluia con algund delito menor infraganti. Sin embargo, el no tener en qué ocupar su cabeza hasta la noche, comenzaba a parecerle una tortura que el propio destino estaba jugando en su contra. La necesidad de verla una vez más lo tenía sin habla, queriendo enfrentar sus ojos verdes y prepararse para dar la cara luego de cruzar el limite, esa línea que luego de dibujar, jamás creyó sobrepasar.

Seductora condena ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora