Por la mañana, Matthew salió sigilosamente de la habitación. Eran las siete en punto y debía pasar por su casa, darse un buen baño y comenzar su jornada laboral. Cerró la puerta de la casa sintiendo sus manos hormiguear con mayor intensidad. No podía negar que era la primera vez en años que se iba de ese lugar con el pulso acelerado, esta vez no era de culpa, sino adormecido por una abundante tranquilidad y felicidad que lo dejó quieto sobre el porche. Limpio sus manos por sus vaqueros tratando de que el hormigueo cesara, que no lo impulsara a dar la vuelta y regresar a esa cama donde Megan se acurrucó a su pecho acobijando su alma moribunda.
Era demasiado el sentir, lo nervioso y eufórico que se sentía por saber que había dado el paso, que ya no existía retorno. Tampoco él pretendía dar marcha atrás, por mas que la culpa llegara a él atormentándolo, juraba que veía a esa mujer y la pizca de compasión y perdón se reflejaba en sus ojos. La quería, desde el primer beso, desde que sus manos se acoplaron a su pequeña cintura para rodearla en un abrazo que juntó cada trozo de su alma. Lo único que tenía en claro era que deseaba aferrarse a ella, que después de haberla tenido entre sus brazos, no iba a soltarla. No le importaba ya las consecuencias, era como si su mente creara otro mundo paralelo donde solo habitaban ellos dos, sin que nada pudiera arruinarlos, siendo ella la que vino a salvarlo.
Siempre estuvo ante sus ojos, la conocía de toda una vida. La vio convertirse en mujer, dejar su adolescencia. Cada vez que iban junto a Marc a la casa de sus padres, ella aparecía con alguna de sus amigas y solo lo saludaba ligeramente, entre cómplices risas de las que él no entendía nada, tan solo alborotaba su cabello suspirando sin saber por qué. Pero no podía negar ahora, que existió un punto en el pasado en que la hermana de su mejor amigo ya dejaba de parecerle alguien imposible de mirar. Si era preciosa, toda una mujer con apenas veinte años y él observándola mientras ella le sonreía dulcemente como siempre, como cada día que lo veía.
—Deja de mirar a mi hermana.
El golpe en su cabeza trajo su mirada hacia su amigo.
—¿Qué?
—La miras como si quisieras casarte con ella, ¡Es una niña! —demandó Marc cerrando la botella de gaseosa sobre la mesada.
—¡Claro que no la miro! —se defendió acomodando con nerviosismo su chaqueta.
—Pero si casi babeas la mesada de mis padres cuando vino a saludarte. Pobre de ti que intentes algo.
Matthew cerró los ojos sacudiendo su corto cabello. Tenía que dejar de ser tan obvio, ni siquiera entendía que le ocurría, ¿En qué momento sus ojos la comenzaron a observarla con detenimiento?
—Solo la saludé, deja la paranoia que esto no es la universidad —le recordó tomando las llaves de su auto deseando marcharse. No fue buena idea acompañar a Marc en busca de sus cosas, no fue buena idea comportarse como un chiquillo cuando Megan apareció —. Y no es una niña, tiene veinte años —se encontró diciendo sin saber porque aclaraba tal cosa. A él qué más le daba.
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Seductora condena ©
RomanceMatthew tenía dos cosas claras en su vida; seguir liderando el Departamento de Policía como Capitán de su equipo, y pagar en vida la condena de no haber salvado a su único amigo del peor tiroteo de la ciudad. A sus treinta y nueve años estaba someti...