—Me quedaré con Megan —anunció Kate en cuanto Matthew estacionó sobre la casa de la rubia.
—No, te irás a casa —demandó quitándose el cinturón para bajarse.
—Claro que no, me ocuparé de que Megan esté bien —refutó tomando su bolso del asiento.
Para ese entonces, Matthew ya abría la puerta para bajar a una dormida Megan que no tardó en dejar caer su peso sobre su torso. Era tan liviana como una pluma, y ni siquiera debía hacer mucho esfuerzo para acomodarla a su pecho, era como una perfecta pieza de rompecabeza. Miró a Kate con desaprobación, enojo y sobre todo cabreado hasta los huesos, juraba por su vida que ya estaba en su cabeza imaginándose en un banco, haciendo una transferencia para alquilarle una casa de una vez y recuperar su paz en su propio hogar.
—Eso lo hubieras pensado cuando decidiste que sería buena idea ir a una fiesta clandestina —vociferó cerrando la puerta, en cuanto oyó el repiqueteó de sus tacones a sus espaldas, rodeó los ojos agotado. A esa hora de la madrugada ya estaría por el quinto sueño, pero no, nada seguía el mismo patrón y tan solo iba un maldito día.
—Yo que iba a saber que esos tragos tenían algo, ¿Crees que lo haría a propósito? —lo enfrentó golpeando su hombro. Aquel hombre se detuvo de inmediato apretando su quijada.
—Quiero pensar que toda esa juventud que tienes es suficiente como para darte cuenta de los riesgos a las fiestas que vas desde los dieciocho, Kate. Conmigo no te hagas la ingenua —enarcó su ceja en señal de advertencia. Megan comenzó a removerse entre murmullos que quemaban la zona de su cuello, esa donde ella acomodó su cabeza terminando de alterarlo aún más. Acomodó su brazo que la rodeaba y siguió caminando hasta el porche.
—¡Para que sepas, no voy controlando todas las bebidas en una maldita fiesta!
—Entonces no salgas a ninguna si no eres capaz de darte cuenta que no puedes consumir cualquier cosa que te presenten como alcohol. ¡Dios! de verdad que me complicas la vida —renegó sintiendo sus músculos tensarse por todo su mal humor. Buscó el juego de llaves sobre el bolsillo de sus vaqueros, y en cuanto ingresó, una fragancia demasiada fresca como a magnolias lo bombardeó. Apretó sus labios, ya el toque de Megan comenzaba a sentirse en el ambiente, observó toda esa sala y el gran avance que esa mujer tuvo en la tarde.
—Maldita la hora que creí que vivir junto a ti iba a ser llevadero.
—Pienso lo mismo —acotó listo para subir las escaleras y llevar a Megan a su habitación.
—Ahora entiendo por qué nuestros padres querían a Rose, era demasiado blanda para alguien tan malhumorado como tú —espetó como siempre hacía, en sus típicas jugarretas que lo remontaban a sus peleas de niños.
Su hermano se detuvo en la mitad del trayecto decidido a terminar con toda esa situación de una vez por todas.
—Toma las llaves del auto y vete a casa —se las lanzó en al aire.
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Seductora condena ©
RomanceMatthew tenía dos cosas claras en su vida; seguir liderando el Departamento de Policía como Capitán de su equipo, y pagar en vida la condena de no haber salvado a su único amigo del peor tiroteo de la ciudad. A sus treinta y nueve años estaba someti...