Sus manos no paraban de recorrerla bajo el agua que caía sin parar sobre sus cabezas. Era lento, tierno, y por momentos sus besos se tornaban salvajes. Quería tomarlo todo, convencerse una y mil veces que Megan estaba ahí, que, aunque no supiera lo cruel que podía llegar a ser al destino, en el presente, todo era mágico, vivo.
Él enredó su mano en su cabello profundizando el roce de sus labios. Su lengua ya no sabía qué otro movimiento llevar a cabo para terminar de saciarse del sabor exótico que portaba esa joven. Megan se apartó tirando su cabeza hacia atrás permitiéndole el libre acceso a su cuello y parte de su pecho al que Matthew no tardó en atender. Era lava pura, ardiente. Aquella mujer sentía que su estómago se prendía fuego por cada vez que las manos de Matthew palpaban su piel.
No le importó estar tan expuesta a él, era lo que deseaba desde aquel primero beso robado sobre su casa. Todo era una locura, pero tan placentero saber que se entregaba a alguien que no tenía impedimento en hacer lo mismo; aventurarse en cuerpo y alma. Sentía la dureza de su entrepierna en la parte baja de su abdomen, y lo mucho que su fuente de placer exigía que la tomara de una vez. Pero disfrutar...Dios, podría estar toda la velada ante sus atenciones que no le molestaría demorar con total de no abrir los ojos.
No comprendía si tocarlo, o qué hacer porque Matthew llevaba el control de la situación, y el recorrido de cada caricia sin permitirle desconcentrarlo. Cuando una de sus manos se apretó sobre su espalda para retenerla ante él, Megan supo que el baño no continuaba. El agua ya no corría, y la mirada severa de aquel implacable hombre sobre ella le advertían que por más que no hubiese agua, él no pensaba apagarse sin darlo todo.
Capturó su boca una vez más, mientras salía de la ducha con agilidad sin soltarla, sin permitirle que por lo menos mirase el camino. Su habitación era victima de la oscuridad que aquella ventana dejaba sobre sus cabezas, con la luz casi que invisible de la luna como testigo. Matthew la recostó sobre la cama mojando toda la manta que ahora no interesaba, y admiró aquel par de ojos verdes que se dilataban por el deseo. Sus senos, erectos, fueron la perdición de sus principios. Cruzó las manos de Megan sobre su cabeza, reteniéndolas, y llevó su boca a ellos, mordisqueando, degustando su esencia.
Estaba seguro que la poca cordura que poseía, ya se había ido al demonio. Cada vez que sus ojos azules barrían por aquel cuerpo bajo el suyo, tragaba en seco todo el orgullo que su ego dejaba sobre su ser por saber que era todo correspondido, que la vida era tan injusta como sabia, y que estar ahí era su futuro, debía serlo.
Los jadeos que aquellos gruesos labios soltaban lo impulsaron a no soltar el amarre de sus brazos y descender a donde a Megan le urgía. Quería satisfacerla toda la noche y que entre jadeos o suspiros que le regalaba, supiera de lo mucho que cambió su triste vida. Y es que aquel hombre se aferraba a la idea de que, si Megan no aparecía de imprevisto, tirando abajo sus demonios, su vida seguiría siendo tan monótona como miserable. Por ello quería que esa noche fuese para el recuerdo.
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Seductora condena ©
RomanceMatthew tenía dos cosas claras en su vida; seguir liderando el Departamento de Policía como Capitán de su equipo, y pagar en vida la condena de no haber salvado a su único amigo del peor tiroteo de la ciudad. A sus treinta y nueve años estaba someti...