2.27.1 | Angel Island

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     Los rayos del Sol iluminaban la naturaleza local. Las hojas de los crotones cedían ante la luz diáfana, mostrándose traslucidas, haciendo resaltar el pecíolo y sus nervios. La fauna se manifestaba componiendo una sonata matutina, una orquesta compuesta por avecillas, la ventisca sacudiendo la vegetación y el sonido del agua golpeando las rocas al final de la cascada.

     El cuerpo del rojizo se balanceaba de lado a lado, apretaba los párpados y movía sus manos al ritmo de su tarareo, el hit más reciente de Marlon Saunders. Caminó por los senderos de tierra, embebiendo sus ojos con la belleza del entorno y la frescura del clima. El día de ayer había llovido fuertemente, era su deber recorrer el terreno para asegurarse de que todo siguiera en orden, sin daños y con todos los seres que la habitaban, sanos y salvos.

    Exhaló mortecino, era hora de volver al trabajo. Anduvo por las veredas formadas por él y su padre con el paso de los años. Pateó una piedrecilla por el resto del camino, tratando de hacer más ameno su recorrido.

     Ralentizó sus pasos al ser capaz de vislumbrar la zona a su cuidado, consistía en alto templete rodeado por circunferencias concéntricas al nivel del suelo. La estructura presentaba grietas, moho causado por la humedad y columnas a medio caer, se hallaba masacrada por el paso de los años y el pésimo mantenimiento.

     Sin embargo, el santuario contaba con una mole particularidad, una gran esmeralda de color verde se ceñía en el ápice del altar, desconocida para muchos y deseada por otros tantos, un manjar para mentes curiosas, devotos religiosos y facinerosos hambrientos de poder.

     Los ojos del equidna se vieron implicados en un semblante alarmado, subió corriendo por las empinadas escaleras que guiaban a la cima. Permaneció boquiabierto por unos cuántos segundos, había comprobado los hechos a los que su cerebro no quería dar credibilidad.

      El altar contaba con siete columnas en las que, antiguamente, posaban las Esmeraldas del Caos. Debido a una ristra de problemáticas, las gemas terminaron siendo esparcidas por todo el globo. El santuario contaba con solo una en la actualidad...

     Una que ahora mismo ya no se encontraba en su sitio, había desaparecido en los minutos que él se había ausentado. El equidna buscó en los alrededores desesperadamente, pese a ser una pequeña piedra preciosa, albergaba una grandísima cantidad de energía en su interior; en las manos equivocadas, podría generar una desventura terrible.

—Parece que ya conociste a mi amigo.

     Giró en dirección a la voz repentina, flexionó las rodillas y clavó sus ojos en el portador del mensaje. Ivo Robotnik descendió a paso lento de su transporte mecánico.

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