CAPITULO 14

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Dalia había regresado a su casa con el peso en sus hombros, la cabeza le palpitaba de dolor, no había podido dormir bien desde que se enteró del embarazo de su hija. Rezaba a cada hora para que su esposo pudiera comprender. Tenía miedo, miedo de la reacción agresiva de su esposo, ella conocía lo temperamental que podía llegar a ser. Su mal humor era terrible cada día, pero ella le amaba a pesar de su mal genio, pero cuando ocurrió el altercado con Terry y Candy, el corazón se le había querido salir del pecho, no daba crédito al proceder de su Albert, como ella le decía. Reunió el valor necesario, después de casi una semana de enterarse que sería abuela por segunda vez.

Alisando su vestido, abrió la puerta y con voz queda le preguntó cuando su esposo levantó la mirada hacia ella.

—Albert puedo pasar.

El hombre sonrió con ternura y galantería le dijo:

—¿Cuándo te he negado la entrada mi amor? —le habló con dulzura a su esposa y se puso en pie para recibirla con un beso en los labios.

—Te vi tan concentrado que no quería interrumpir —dijo ella tímidamente— quiero platicar contigo de un asunto delicado.

—¿Así? ¿De qué asunto? —pregunto, jalando la silla para que Dalia se sentará, él regresó a su silla, detrás del escritorio.

—Lo único que te pido es que te mantengas sereno y que por favor conserves la cordura.

Esas palabras alertaron a Albert, se irguió completamente en la silla y observó la expresión corporal de su esposa, las cuales le indicaron por el nerviosismo y que no era capaz de sostenerle la mirada, que no era nada bueno lo que le diría.

—¿Por qué me dices eso? ¿Cuál es ese misterioso asunto? —preguntó intrigado.

—¡Dios! no sé cómo empezar —Dalia se cubrió la cara y después levantó su mirada, viendo fijamente los ojos de su esposo—. Se trata de Frida.

—Frida, ¿qué pasa con ella? —cogió los papeles que tenía en sus manos cuando su esposa entró.

—Bueno, veras, ella inició una relación y se enamoró de un excelente muchacho. Sé que te agradara cuando lo trates, solo dale la oportunidad.

Albert soltó los documentos para prestar mayor atención a su esposa, tenía curiosidad por saber quién era ese hombre que había enamorado a su hija, la más centrada y al parecer también a su esposa, debía ser un hombre intelectual y se imaginaba que era muy guapo como para conquistar a su hija. A diferencia de Candice, Frida no se fijaba en personas insignificantes que no estuvieran a su altura.

—¿Y quién es ese excelente muchacho? —cuestionó Albert, sonriendo, le divertía ver a su esposa tan nerviosa. No le preocupaba en lo absoluto, seguramente Frida andaba con el hijo de alguno de sus amigos.

—Él... se llama Derek —lo dijo en un susurro, observando cómo a su esposo se le tensaba la mandíbula.

—¿Derek? ¿Cuál es su apellido? —preguntó con cautela, se levantó y empezó a caminar en círculos con los brazos enlazados en su espalda.

Dalia suspiró, estaba segura de que su esposo ya había escuchado hablar de Derek, Patty y Stear lo habían mencionado en una ocasión, cuando Eliot nació y Derek fue él que les avisó. Últimamente ellos salían mucho con el hermano de Terry, él llegaba ocasionalmente, al principio se quedaba el fin de semana en el departamento de Alistear. Luego rentó un departamento en Manhattan.

—Él es un muchacho muy bueno, Albert, sí le das la oportunidad, sí lo conocieras como yo lo conozco...

—¿Cuál es su apellido? —repitió Albert, su esposa lo estaba haciendo perder la paciencia, a él no le gustaba que anduvieran con rodeos.

Nuestros SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora