Treinta y uno

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Mauro Lerman:

Esto es terrible.

Mi mundo se desarma al escuchar a mis padres decir eso. No puede ser cierto, yo no... ella... no.

—No... eso es falso... —mi corazón va con rapidez al recordar ese momento—. Ella no era...

Mi madre me mira aterrorizada, sus ojos están aguados y puedo ver el dolor en su mirada.

—Lo siento tanto hijo, yo nunca quise haceros daños a ti y a tu hermana, mucho menos a ellas.

Dios no. No.

Paso mis manos por mi cabello desesperado.

—¡No! —grito de golpe—. No puede ser...

Caigo rendido en el sofá mientras mi corazón se aprieta dentro de mí y la culpabilidad cae sobre mí como nunca. No puede ser... no puede ser.

—Mamá no... —mi voz se corta a mitad de lo que iba a decir.

No puedo creer esto. Mi mente recuerda aquel momento y mi corazón late tan rápido cuando recuerdo su vehículo. Una estúpida lagrima cae mientras me aprieto el cabello con desespero.

—¡No! —grito nuevamente.

Mi mamá se acerca a mí corriendo cuando suelto un sollozo tan alto que pareció hasta desgarrador para cualquiera.

Mis hermanos menores corren hacia sus habitaciones al verme de esta manera, nunca me vieron así antes. Jamás. Mi madre me abraza tan fuerte que por primera vez no siento alivio al momento que ella me abraza. No me siento un poco más tranquilo, no siento eso.

Siento que acabo de perder a la mujer que amo. Siento tanta rabia y miedo que nadie puede quitármelo, nadie. Ni siquiera mamá. Y me desespera. Ella... ¡Dios! No... esto no... ¡ah!

—Mamá —sollozo entre sus brazos desesperado—. Mamá dime que esto es una pesadilla por favor —le suplico entre llantos.

Mi mamá llora desesperada conmigo entre sus brazos, acariciando mi cabello y mi espalda.

—¡Dime que esto no es real! ¡por favor! —grito desesperado.

Hace tantos años que no estaba así con mamá. Años y años... pero ahora lo necesito, necesito que esté aquí conmigo como cuando era un niño y tenía pesadillas, ella solía calmarme y recordarme que solo había sido una fea pesadilla. Aunque ya no sienta lo mismo, aunque ya sus brazos no me ayuden como solían hacerlo, la necesitaba igual...

—Mamá... —sollozo—. La amo, mamá. ¡La amo tanto! No sé que haré si la pierdo, no puedo perderla —me separo de ella y la miro con desesperación, ella me llora sin parar y cubre su boca sin saber que hacer—. La amo desde que la conocí mamá, no puedo perderla, no puedo no puedo...

Mi mamá llora tanto y tan fuerte que me siento aun más terrible.

Jamás me había visto así, tan mal, tan débil. Jamás me imaginé estar así. Nunca en mi vida. Nadie, nadie... papá me mira desde el salón con los ojos llorosos y la cabeza agachada. No sabe que hacer, él sabe que esto me sobrepasa, él sabe que ella lo es todo para mí, sabe que es importante.

R A R ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora