Veinte

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Los rayos de sol entran por la ventana de mi habitación y quiero matar a James por no cerrarla la noche anterior, ¿está loco o qué mierda?

Me sobo los ojos y luego toco a un costado de mi cama para ver si sigue James allí y no, debe estar abajo tomando desayuno. Suspiro y mi mirada se dirige al techo y allí se pierde, pensando en mi vida.

No tengo ánimos. No quiero ir a la universidad, siento como si apretaran mi pecho, como si no quisiesen que sea feliz. Quiero solo permanecer todo el día acostada en mi cama, durmiendo y que nadie entre a la habitación a fastidiarme.

Hoy estoy extraña, algo no va bien conmigo.

No quiero oír a nadie decirme lo buena que es la vida, lo que se puede hacer, lo que me espera a futuro si pongo de mi parte. Lo sé, sé que si no pongo de mi parte voy a fracasar. Pero vengan y pónganse justo en este momento, aquí y ahora, no podrían.

A rastras me levanto de mi cama y me dirijo al baño para darme una ducha, antes de entrar a bañarme, me detengo frente al espejo y contemplo mi figura.

James tiene razón, estoy más delgada.

Mi clavícula sobresale demasiado, mi abdomen está marcado pero por huesos, mis piernas están delgadas, no tengo otro sinónimo que ya no halla dicho anteriormente. Entonces miro mi rostro y al darme cuenta de lo mal que está, una débil lágrima cae por mi mejilla.

Mis pómulos están demasiado marcados, mis ojeras están tan negras que cualquiera pensaría que estoy con una enfermedad terminal. Mis ojos están rojos y caídos, y como si fuese poco, totalmente hinchados. Mis labios están blancos y resecos, ya no son esos labios gordos, pequeños y rojos que tanto le gustaban a todos, ahora están totalmente feos y descuidados.

En fin, quizás tenga anorexia.

Quito la lágrima de mi rostro y entro a la ducha. El agua caliente roza mi cuerpo y un suspiro se escapa de mis labios al sentirla, tenía demasiado frío, esto es relajante. Una vez lista, me pongo un jeans negro, una sudadera negra holgada y mis botas negras. Cepillo mi largo cabello castaño y lo dejo caer como cascada sobre mi espalda.

Tomo mis cosas y bajo. Primero veo a James, luego a Sofía y por último a Mauro, y me sorprendo con este último, anoche se quedaron. Todos me miran, yo hago un saludo en general y me adentro a la cocina para prepararme un café.

Una vez listo me siento en la mesa con los demás, todos conversan de diferentes cosas, aún es temprano para ir a la universidad y no es que quede lejos, así que me relajo tomando mi café.

—Sheila —escucho de pronto la voz de Raúl, lo miro en seguida—. ¿Estás bien?

Miro también a los demás y todos me observan con algo de preocupación, frunzo el ceño y asiento. Estaba perdida.

—Sí, ¿por qué? —le pregunto.

—Estás distraída.

—Ah.

Nuevamente todos se quedan en silencio, me pongo de pie y salgo rápido de casa.

No, ya no doy más. No puedo más.

Saco mi moto de la cochera mientras escucho los gritos de Raúl y James detrás, pero no me detengo y solo salgo de casa sobre mi moto a toda velocidad.

Tengo que ser fuerte. Tengo que ser fuerte, me repito a mí misma.

Voy tan fuerte por la carretera que por un momento ese día se cruza por mi cabeza. Vienen de golpe todos y cada uno de los sucesos de aquél día, las lágrimas no se demoran en amontonarse en el interior de mis ojos haciéndome la vista más borrosa. Grito mientras ando a toda velocidad al recordarla.

R A R ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora