El camino a casa cada vez se volvía más lejano. Cada día me levantaba con menos ánimo, cada día sentía que todo a mi alrededor se iba desmoronando. La canción que escucho, retumba en cada parte de mi cabeza, y con ella flashback llegan y llegan sabiendo que aquellos recuerdos me hacen sentir peor. La canción favorita de ambas, esa canción que solíamos escuchar mientras estábamos solas.
El día nublado me hace sentir rabia, impotencia. Desde que ella se fue todo cambió. No solo en mí, sino que en todos. Siento que cada vez que llego a casa, es una de esas que están lejanas, en una montaña, sin ruidos, sin vida, una de esas casas podridas. Yo fui la más afectada tras su muerte. Ya han pasado dos años desde que ella se fue.
A veces siento que solo fue ayer.
Desde que ella se fue mi vida dio un giro tan inesperado que hasta yo me desconocí. Nunca imaginé que esa adolescente tan feliz, social, loca que creía que era iba a cambiar a una chica tan fría, tan seca y cortante.
Ya no era la misma.
Y ya tenía que aceptarlo, muchas veces intentaba hacerme creer que esto ya debía parar, que esto ya no podía seguir doliendo, ya era suficiente, y estaba más o menos bien durante unas cuantas horas, a lo máximo un día, pero siempre volvía a caer, siempre volvía a lo mismo y había días que me era imposible siquiera hablar.
Es agotador, doloroso y tremendamente agobiante. No poder sentir muchas veces me asustaba.
Voy entrando a la urbanización de donde vivo, desde lejos me fijo en mi casa, y me sorprende ver un auto estacionado afuera. Al lado de mi árbol, ese que dejé de cuidar desde que todo sucedió. Frunzo el ceño, ¿Quién nos vendría a ver? Desde la tragedia nadie volvió a pisar nuestro hogar. Ni siquiera mis amigos o... los que creía que eran mis amigos.
Me voy acercando y veo un Jeep blanco, me pareció demasiado familiar pero no pude recordarlo, hay miles de esos. Abro con cuidado el portón, sin hacer mucho ruido para poder escuchar quien está dentro sin que ellos se den cuenta primero. Me acerco a la puerta principal y trato de escuchar, juro que me siento una ladrona de mi propia casa y así es queridos, hay visitas, después de dos años y medios.
Cierro mis ojos con fuerza y trago duro, ¿me voy o me quedo? ¿Quiénes son?
Decido abrir ya que es mi casa y no tengo porque irme, pero cuando lo hago y pongo un pie dentro, todo se vuelve un silencio incómodo, de esos que sabes que no se vendrá nada bueno. Todos clavan su mirada en mí y veo el asombro en sus ojos, vamos tampoco fue tan grande el cambio, solo ya no me peino.
Bueno eso y que ahora parezco un tallarín con patas.
Al darme cuenta de quiénes son quedo sorprendida, no me creía que fuesen tan descarados para siquiera dignarse a aparecer. Ahí está la gran familia con la cual éramos tan unidos, risas, juegos, viajes, amistad, secretos, y miradas a escondidas.
Mi padre al darse cuenta de la confusión y mala cara que puse sin darme cuenta, se levanta y sonríe. No sé si de verdad, o una fingida, pero sonrió. Años sin verle sonreír.
No sé si alegrarme o rodar los ojos.
—Hola hija —los señala—. Mira quiénes nos han venido a ver, saluda.
Aparto la mirada de mi padre para dirigirla a la gran familia Lerman.
Los miro uno por uno. Vaya, varios años sin verlos, recuerdo exactamente cuándo fue la última vez que los vi, justo cuando ella se fue. Esta familia la cual considerábamos parte de la nuestra, nos dejó de lado cuando ella se fue, nos abandonó, no les importó el dolor que nos provocó su pérdida, solo se fueron y ya.
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R A R A
RomanceSheila es una chica distinta. Su vida está repleta de caos y ya ni ella misma la puede controlar. En años lo único que le pasaban eran cosas malas y llegó a tal punto que si algo bueno le sucedía, era demasiado raro. Entonces... Mauro Lerman.