Veintiuno

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Miro a la persona que está frente a mí.

Unos cuarenta y tantos... una mueca comprensiva, como si entendiera todo lo que siento. Unos labios carnosos pintados de rojo, y unos lentes horribles.

—¿Por qué crees que estás aquí, Sheila? —pregunta con una voz delicada y pasiva.

Yo la miro a los ojos fijo y me contengo de rodar los ojos.

—No pretendo ser la típica chica que diga "no estoy loca", porque tampoco pretendo escuchar la típica frase de usted diciendo "sé que no estás loca" y que luego de eso me derive a un psiquiátrico. Pero de algo estoy totalmente segura también —muevo un mechón de cabello hasta detrás de mi oreja—, y es que no seré la tipica chica que le venga a contar todos sus pensamientos suicidas, o que comió, o de que color fue la mierda que hizo antes de venir hasta aquí por que no quiero ver la estúpida cara de usted siendo compresiva cuando en realidad le importa una mierda, así que por favor ahorrarse el tiempo y váyase a la mierda con las siguientes preguntas que me hará —me levanto de la silla—. Un gusto conocerla... no oí su nombre, pero cuídese mucho y espero no volver a verla.

Salgo de la habitación dando un portazo mientras veo a Raúl, James, y mi padre fuera sentados ansiosos. Cuando me ven, saben en seguida que no ha salido bien, para nada bien.

Raúl corre hasta mí y me detiene mirándome enojado, al igual que todos.

—¿Por qué no has estado ni cinco minutos allá adentro con la psicóloga? —pregunta enojado, mientras me aprieta la muñeca.

Yo me deshago de su agarre y lo miro enfadada.

—Déjenme tranquila, no volveré a pisar esta mierda. —volteo pero esta vez me detiene James.

—Sabes que lo hacemos por tu bien, estás mal Sheila, necesitas ayuda.

Mi pecho comienza a subir y a bajar con rapidez al estar conteniendo la rabia que está creciendo dentro de mí.

Miro a mi padre esperando también un sermón.

—Por favor, entra a esa habitación —me pide.

—No le pidas por favor, tiene que hacerlo y ya. Le guste o no —dice Raúl mirándome fijo.

Frunzo el ceño.

—¡Repite eso y juro que no me controlare con lo siguiente que haga! —grito histérica—. ¡¿Qué te crees?! ¡¿mi jodida madre?! ¡Pues prudete, a mí ningún imbecil me dice que debo de hacer!

—Solo queremos verte bien Sheila —dice James.

Lo miro en seguida totalmente enfadada.

—¡No! Tú no me hables, eres un puto imbécil que hace cosas sin mi consentimiento, ¿acaso no existo? ¡mirenme maldita sea! ¡sigo siendo una persona y si digo que no quiero ir a un puto psicólogo es porque no quiero! —tomo aire—. Si tanto miedo tienen a lo que vaya a suceder conmigo, pues jodanse, tuvieron dos putos años para hacer algo, ahora no vengan conque no quieren verme mal... estúpidos.

Doy media vuelta y salgo del hospital.

Camino ha paso rápido hasta mi casa, entro en ella y corro hacia la cocina para prepararme un café. Corre un viento fuerte y helado fuera, por un momento creí que me llevaría con él. Una vez listo, me voy a mi habitación y al entrar en ella, siento como todo nuevamente se viene abajo.

Ésta vez no me acuesto en la cama, si no que me siento a un lado apoyándome en ella, tiro mi cabeza hacia atrás y cierro mis ojos al pensar en todo.

Hace dos días me encontraron en el cementerio mal. Estaba llena de sangre ya que golpeé la moto como nunca, llegando al punto de un esguince en mi meñique. Mis nudillos están hecho mierda, y me duele como nunca la puta mano.

R A R ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora