Dos

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CAPITULO DOS



Miro mi reloj, éste marca las 9:37 pm.

En mi instituto se estudia de tarde, es por eso que ya es esta hora. No es que me la haya pasado todo el día en este lugar, sino solo unas cuantas horas.

Me levanto del suelo y miro el lugar por última vez.

Árboles por todo el lugar, pero lo mejor es éste árbol.

Un sauce llorón.

Así se llama, todas sus ramas largas caen con delicadeza formando un pequeño hueco dentro, al cual le llega una suave brisa que da escalosfrios y a la vez paz, a este lugar le llamo el escondite de los recuerdos.

Siempre cuando me siento mal emocionalmente vengo hasta aquí, lloro hasta botar todo lo que siento, grito todo lo que guardo, toda la rabia la retiro en este pequeño lugar.

Y al irme, por muy raro que suene, siento que todo se queda allí.

Desde que ella se fue, mi segunda casa es ésta, antes me venía más a menudo, pero ahora vengo casi una vez por mes.

Levanto mi libro y me dirijo a mi moto. Trato de evitar recordarlos. Ellos no tuvieron que haber venido, ya pasó mucho tiempo de lo ocurrido y el cariño se fue, la confianza, todo se fue. ¿Acaso no lo aceptan?

Ya no los necesitamos.

Ahora ya no.

Después de un rato llego a mi casa, dejo la moto guardada en la cochera y me adentro a ella. Está todo totalmente en silencio. Me dirijo a la cocina, y pongo a hervir agua. Menos mal ya se fueron, porque si hubiesen estado aquí, no hubiese aguantado y los llenos de palabrotas hasta que se cansen y se vayan.

Después de un rato pensando, el agua por fin hierve y comienzo a prepararme un café. Escucho pasos bajar por las escaleras, supongo que es uno de mis hermanos que vienen a comer como es de costumbre por la noche. Siento que abren el mueble donde se guarda el pan y ruedo los ojos de mala gana.

—Les dejaron sin pan —le digo, ya que no sé qué comerán, ya que lo han puesto para las visitas.

Al no escuchar respuesta decido dar la vuelta con el café en mis manos, pero gran falla. Suelto un pequeño grito al darme cuenta de que no se trataba de mis hermanos, sino de Mauro. El café se cae un poco al suelo, así que lo vuelvo a dejar en el mueble y lo vuelvo a mirar, sorprendida, molesta y algo más.

—¿Qué haces aquí? —pregunto marcando con detenimiento cada palabra y tratando de alguna manera, calmar mis impulsos.

Él me mira unos segundos, fijo y una pequeña confusión pasa por su mirada, solo por un momento. Pero esa intriga en su mirada me está molestando y a la vez incomodando, ¿qué mierda pretende?

—Hoy me quedo —dice pasando por mi lado, como si fuese lo más normal que me han dicho.

No puedo evitar percatarme de que su voz está mucho más ronca que la última vez que la escuché, y que ahora, puedo detallar más su cuerpo, ya que está casi frente a mi, a unos pasos. Está un poco más ancho de espalda, pero sigue siendo delgado, y usando la misma ropa, algo que me llamó la atención por un momento, luego lo ignoré.

R A R ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora