Dieciocho

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Todo a mi alrededor se nubla, y lo único que queda flotando en mi mente son esas últimas palabras que acaba de pronunciar mi hermano.

Mamá está aquí.

Me derrumbo a su lado y la crisis de pánico comienza a salir a la luz rápidamente. Mis manos comienzan a temblar sin control, mi vista se nubla y lo único que escucho es a mi hermano tratando de calmarme, siento que el oxígeno se acaba.

Raúl se pone frente a mí y comienza a apuntarme a mí y luego a él reiteradas veces, él me habla algo pero no lo alcanzo a oír ya que estoy muy desesperada y aturdida en este momento para entenderle. Comienza hacer señas con su mano de arriba y abajo, para inhalar y exhalar varias veces, pero no puedo.

Lloro con desesperación en el momento en que todos aquellos recuerdos comienzan a flotar en mi mente, aquellos que tenía sepultados. Recuerdos que cualquiera los vería como una vida hermosa, y lo era, lo era antes de todo.

Siento que me voy a desmayar, siento que no voy a poder y que me voy a ir. Pero hago mi último intento y vuelvo a inhalar, y es ahí, en mi último intento cuando el oxígeno llena mis pulmones nuevamente. Mi hermano sonríe con lágrimas en sus ojos y me abraza. En este momento no entiendo porque me abraza pero lo recibo de todas formas porque necesito tranquilizarme y respirar tranquilamente por al menos diez minutos.

Hace bastante tiempo, diría que ya más de un año no me daba una crisis de pánico. Esto fue como si hubiese sido mi primera vez, no recordaba como controlarme, no sabía que hacer, sentía que me iba ir. Si Raúl no hubiese estado aquí ayudándome, me hubiese desmayado.

Después de unos minutos la realidad me golpea nuevamente recordándome que ella está aquí. Miro a Raúl que está cargado en la pared con sus ojos cerrados. Él sufrió mucho también cuando esa mujer se fue, no merece ser llamada mamá alguien que abandona a sus hijos.

Cuando ya siento que estoy calmada me intento colocar de pies a lo que fallo. Me debilité mucho con la crisis. Raúl se percata de mi situación y me ayuda a levantarme. Lo miro unos segundos y él solo desvía la mirada.

Está realmente mal.

-Iré abajo -susurro.

Él enseguida me mira.

-No es necesario que la veas Shei, tú no.

Niego varias veces.

-Lo haré.

-Por favor, no quiero verte mal nuevamente -me pide en una súplica.

Abro la puerta con cuidado y volteo a verlo.

-Ella ya no duele.

Él me mira y asiente sin decir nada más.

Tomo aire varias veces y decidida comienzo a bajar las escaleras, siento como el mundo comienza a ponerse pesado con cada escalón que bajo. Escucho que las voces se van, saben que alguien viene bajando las escaleras. Respiro una última vez y llego al salón. Busco con la mirada a la persona desconocida y la encuentro.

Pelo castaño largo, con ondas al final, igual que el mío. Ojos avellanas, iguales a los míos. Piel blanca, igual a mí. Es ella. Definitivamente es ella. Idénticas. Mi hermano con mi padre solían decirme lo igual que soy a ella, y me sentía orgullosa por ello, más ahora me siento desilusionada de la genética.

Ella se levanta y me mira. Sus ojos son de exactamente el mismo color que los míos y eso me incomoda. Su mirada es triste, en realidad todo su rostro demuestra tristeza. Unas finas arrugas se dejan ver al rabillo de sus ojos. Está totalmente demacrada.

No es la mujer que vi hace bastantes años atrás.

Ella comienza acercarse hacia mí y en seguida levanto mi mano dando a entender que no se acerque ni un solo paso más. A ella se le llenan los ojos de lagrimas ante aquel gesto mío.

R A R ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora